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Aquel intercambio de miradas le había traído, de vuelta, los colores a la cara

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Aquel intercambio de miradas le había traído, de vuelta, los colores a la cara. Había sido el Emperador el que lo había recibido con aquellos ojos profundamente rabiosos, pero sobre la piel de las mejillas, rápidamente, habían bailoteado los rojos de una vergüenza pre-recetada.

Caleb le sonreiría antes de ponerse pie y desaparecer por el otro lado del tejado mientras, en su interior, rebobinaba la cinta en busca de un recuerdo en específico, ese en el que es víctima de sí mismo en el cuadro-sobre-cuadro del sofá, ese que intenta suprimir por el simple hecho de desearlo con fuerza.

Dormiría a gusto porque, en sueños, la culpa parecía desaparecer a la vez que los cerrojos se abrían para darle paso a un Caleb de fantasía, uno que lo besaría lo más parecido posible al verdadero, uno que lo haría dormir hasta pasado el mediodía.

No quería despertar. No quería dejarlo ir como lo había hecho muy sonsamente en aquel crítico momento. Así habría evadido, sin darse cuenta de ello, entre sueño y sueño, el primer día de suspensión.

Al otro día no podía sentirse más extraño. ¿Las razones? Primero: estaba en casa, una vez más, un día de clases. Segundo: Caleb seguía siendo lo primero que se le cruzaba en la cabeza antes que cualquier otra cosa.

Diana parecía haber sido desplazada y no había caído en cuenta de su futura consternación. Hasta había olvidado el cómo iba a explicarle los sucesos más recientes sin hacer mención de Gabriel, de Caleb e, incluso, del mismo Emperador.

¿Cómo explicar el moretón que le decoraba el rostro?

¿Cómo explicar las marcas que llevaba en las manos?

¿Cómo inventarse algo que tenía, irreprochablemente, una sola dirección?

La mentira no podía ensancharse más. El secreto no podía mantenerse más.

–Lo peor no ha sucedido todavía –se dijo mirando la hora en su móvil constatando, también, que tenía mensajes de Diana sin leer.

Lejos de allí, siguiendo el paso, Caleb deambula por los pasillos de la escuela con un paquete que, inesperadamente, le calló por salpicadura.

Samuel no quería dejarle tal responsabilidad, pero él mismo carecía del tiempo para cumplir con su deber de mejor amigo.

Optó por dejarle transcritas todas las actividades del día, y haría lo mismo por el resto de la semana, para evitarle a Jeremy retraso alguno. Caleb sería el elegido ese día para cumplir con un favor simple: llevarle las notas a Jeremy luego de clases.

No pudo negarse.

No lo hizo tampoco por el simple hecho de evitar explicar nada de lo que sucedía entre el príncipe y él cuando no había nadie. Samuel, todavía con desconfianza, le instó a cumplir con el favor, entregar las notas y darse vuelta, que no hiciera absolutamente nada adicional.

Sensible e insensato -Privilegio- ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora