Habrían pasado cinco, diez, quince minutos y Caleb nada que aparecía. La corte del príncipe se había desbandado y, aun así, el muchacho de cabellera nocturna no había hecho acto de aparición.
Jeremy se sintió un tanto decepcionado. Había pensado en escribirle, en volver a llamarlo, pero prefirió guardarse el disgusto para sí mismo. No quería hacerle entender al otro algo que, evidentemente, era cierto: deseaba verlo.
Gracias a la situación se le hizo mucho más sencillo ocultarlo al no poder mostrarse contrariado, pero la contrariedad yacía, todavía, ejerciendo desde lo más profundo de su mente y corazón porque, en verdad, quería verlo, necesitaba verlo. Esa extraña necesidad se volvía un hambre de besos, un ansia de caricias.
–¿En qué estabas pensando? –se preguntó luego.
Deambuló por la casa buscando algo con qué sacárselo de la cabeza, algo con qué darle sentido a las horas que todavía le quedaban a aquel ajetreado día, pero solo podía aferrarse más y más a aquel nombre, a aquel rostro que le sonríe desde la memoria, a aquella intensa y profunda mirada azul océano.
Suspira.
Suspira en el nombre de su nombre, porque lo murmura sin darse cuenta. Lo nombra con una voz apagada mientras desfila su consciencia hacia el mundo de los sueños. Una vez más sería el sofá a cuadros el averiguador impertinente que permanece al pendiente de su sueño.
El príncipe cierra los ojos y se escabulle hacia la fantasía de un Caleb imaginario que lo espera, que lo toma de la mano y lo lleva consigo, entre sonrisas, hacia una vereda desconocida, en un mundo desconocido, con colores igualmente desconocidos, excepto los suyos.
A la mañana siguiente, al despertar, le tomaría bastante tiempo bajar para desayunar. No recordaba haber vuelto a su habitación, así que intuyó que había sido su hermano quien lo había devuelto a la comodidad de su cama.
Marlon, mientras cocinaba, solo escuchaba los ruidosos pasos que iban y venían, una y otra vez, mientras se reía del asunto.
Algo había sucedido en el transcurso de sus sueños, algo había quedado en vigencia al momento de despertar y eso lo había deslizado hasta el borde de una crisis, una crisis que solo sabía trastabillarle el corazón y taladrarle los, todavía, vívidos recuerdos de aquel viernes previo al encuentro con Diana.
El mismo viernes que había estado censurando de su almacén memórico por ser, precisamente, absurdamente vergonzoso. Vergüenza que compartió con Caleb el viernes siguiente a ese cuando, casi descubiertos por Marlon mientras se besaban en la sala, habían decidido continuar con el asunto justo donde él se encontraba ahora: en su habitación.
Ese viernes, ese recuerdo, esas sensaciones intensas que ha estado reviviendo, sin querer, y todo a causa del sueño. Porque durmió más que bien, no puede negarlo.
No puede negar tampoco que las imágenes han sido demasiadas, que las sensaciones han resucitado –todas y cada una de ellas– así como el sabor de aquel par de labios. Todo lo que ocurrió fue llevado al extremo de su propio extremo.
Y es, precisamente, en dicho extremo donde las cosas se salieron de control: porque lo que ocurrió no fue otra cosa más que un contacto que, insiste, no debió suceder.
Pero sucedió, ya estaba hecho.
No podría borrar las huellas que aquel par de manos dibujaron al momento de posarse sobre su figura y, luego, embebidos por un fuego que no quisieron apagar, las manos exploraron algo más allá de los límites que, apenas, había dibujado entre besos y caricias.
Porque lo recuerda, claro que lo recuerda: su indecisión por continuar o detenerse, su temor por sentirse mal o sentir demasiado.
Sintió más que demasiado.
Sentiría también una abrupta e igualmente compleja curiosidad impulsada, también, por dicho fuego.
Caleb habría padecido la misma contrariedad, la misma indecisión, pero las decisiones estaban tomadas. No fue cosa de la mente, no fue cosa de curiosidad alguna. No. Fue por cosa de debilidades, por cosa de juventud.
Porque no solo eran besos y caricias en el momento en que, de a poco, las ropas habían comenzado a ceder también a aquel juego de manos, juego que sería superficial, pero igualmente intenso.
Sus mirares eran así, intensos, casi controladores y nada compasivos. Y sus manos fueron compasivas solo con su figura, pequeña y delicada, comparada con la de Caleb, un tanto más robusta que la suya.
Porque sus cuerpos, tan distintos, pero tan iguales, habían demostrado una compatibilidad increíble y eso, sin duda alguna, lo estaba matando de vergüenza en ese momento.
Lo recuerda todo, por supuesto: el cómo su debilidad se dejó llevar por lo que aquellos dedos dibujaron sobre su piel semi-desnuda.
Porque el extremo tuvo reglas también solo para evitarse un problema posible, pero el problema no fue otra cosa más que sus propias vergüenzas expuestas.
No fue otra cosa más que sus propias miradas invadiéndose, así como lo hacían con las manos, despertando toda una gama de sentidos antes dormidos, almacenando una cantidad indomable de imágenes en la memoria.
Indomables, eso eran.
Indomables espíritus jóvenes sobre la cama, uno frente al otro, mirada contra mirada, ambos con el torso desnudo, ambos con los pantalones a medio poner, ambos con la disposición de ser para el que lo acompaña.
Y así habían permanecido largo rato aquel día, tal y como había estado recordando desde el despertar, tal y como había estado soñando al dormir.
No toda verdad es necesario hablarla cuando la que más te importa yace de pie ante tus ojos, compartiendo la misma intención, la misma dulce y risueña fantasía.
Pero la fantasía dejó de ser tal cosa y la intención, fuese o no risueña, ahora era, a lo sumo, el recuerdo más vergonzoso de sí mismo.
Aun así, pretendía llevarlo de vuelta a aquel sitio. Pretendía, una vez más, dejarse llevar por los besos que, desde la tarde anterior, había estado deseando con fogoso descontrol.
La idea había ganado, finalmente, el último dominio que el príncipe había estado defendiendo en sus adentros. Finalmente había sido conquistado, y todo desde la distancia.
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Sensible e insensato -Privilegio- ©
Teen FictionProyecto-Sunflower (2019) -LIBRO III- Las vacaciones han terminado y un nuevo año escolar los ha llevado de vuelta al lugar del primer encuentro. Después del primer beso, Caleb se armará de un valor muy torpe para enfrentarse a Diana e ir en busca d...