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Llegado el lunes, las cosas, ante los ojos de Jeremy se veían tan interesante y comprometedoramente tranquilas

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Llegado el lunes, las cosas, ante los ojos de Jeremy se veían tan interesante y comprometedoramente tranquilas.

Aquel encuentro sorpresivo en su habitación le había dejado los sentidos aturdidos todo el fin de semana, sobre todo después de liarse, tan de mala gana, con su propia contradicción.

Caleb hizo lo suyo durante el encuentro, porque no dijo nada en todo el rato que permaneció ahí con él, a solas.

Le costaba no recordarlo.

Le costaba, todavía siendo lunes, zafarse de las sensaciones que aquel abrazo insistente le había dejado sembradas bajo la ropa.

Le costaba, también, constatar la existencia de una relación entre él y Diana puesto que ella no había vuelto a pronunciarse bajo ningún medio. Estaba preocupándose demasiado por una cosa mientras la otra, Caleb, no dejaba de acecharlo con valerosa insistencia.

–Insisto en hacer hincapié en lo evidente –dijo Samuel con desgano; –Él me cae mal, lo detesto. Pero no puedo hacer nada si ambos se gustan.

–Gracias por nada –dijeron Hera y Tamara al unísono solo para mortificarlo.

–¿Y se me nota demasiado? –preguntó Jeremy al resto del concilio mientras se cubría el rostro; –Ya saben, eso de que me gusta.

–Hasta un ciego lo notaría, príncipe. Eso ni se discute –respondió Lucien dejando caer sobre la mesa de concreto un cuaderno repleto de notas; –Acá mis observaciones referentes al asunto.

Samuel lo miró con intriga.

¿Observaciones? ¿Acaso el príncipe se había convertido en su experimento o algo por el estilo?

Jeremy abrió el cuaderno en la página que yacía marcada y se toparía con la fecha y hora exactas en las que, según Lucien, comenzó a ser demasiado obvio el asunto entre Caleb y él.

Jeremy notaría entonces que los rumores y demás leyendas no deambulaban por los pasillos por cosa de casualidad o por cosa de imaginaciones fugaces: había precedentes para cada rumor, cada leyenda y cada mito que protagonizaban su nombre o Caleb.

Lucien había estado observándolo a manera de hobby desde el primer día y, demostrarlo de tal manera, lo hizo sentirse avergonzado de tan inusual pasatiempo.

Hera y Tamara, por su parte, se maravillaron con las notas y se encargaron de sacar su propia conclusión.

–A ti también te gustan los chicos ¿verdad? –preguntó Tamara sentándose del lado opuesto. Lucien yacía, ahora entre ella y Hera.

–¿Qué dices? ¡No! ¡Claro que no! –respondió entonces con nerviosismo.

–Sabes que según las regulaciones de Samuel "El Quisquilloso" no se pueden decir mentiras durante un concilio de la corte –soltó Hera cual personaje de ficción intentando sacar ventaja del momento; –Ahora admite algo que, según tus notas, es evidente: te gustaba el príncipe. ¿Acaso ahora te gusta Gabriel?

Sensible e insensato -Privilegio- ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora