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Era fuego y nada más

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Era fuego y nada más. Tras las miradas de Diana solo eso había: un fuego ardiente, imparable, infernal.

Ante sus ojos, con una valentía irreverente, su detestable primo ególatra le devolvía la ferocidad con el azul intenso de sus ojos, azul que usa solo para conquistar y manipular, para mentir y engatusar. Caleb, el ególatra empedernido la miraba sin mostrarse sorprendido por ello.

Entonces entendería lo que no había tenido respuesta desde la voz de la propia Camille, porque su primo no está con otra, como lo había imaginado: está ahí, en la misma habitación que ella suele habitar cada tanto, en la habitación del chico que, se supone, le pertenecen a ella y a su corazón.

Y los ha encontrado demasiado cerca, demasiado juntos, a solas y, para herirle su orgullo, recostados en la cama a punto de besarse.

–¡Aléjate de él, zángano despreciable! –le grita ya luego de golpearlo, una y otra vez, para dibujar una distancia prudente entre ellos; –¡¿Qué carajos sucede contigo?! ¡¿Y qué haces aquí?!

–¿Qué clase de pregunta es esa, bruja? –repregunta Caleb con tono un tanto burlón; –Visito a un amigo ¿no es obvio?

–No perdono que por tu culpa Camille haya decidido largarse con su padre al extranjero –replica Diana bajando un poco la voz; –¡Pero no intentes burlarte de mí en mi cara, maldito pedante! ¿Acaso crees que estoy ciega o qué? ¿Qué te traes, hijo del diablo, con tus mariconadas, ah?

–Ese no es asunto tuyo, maldita bruja entrometida –respondió Caleb con desprecio; –¿Y quién te invitó a esta fiesta? Porque no recuerdo haber pedido a una piojosa insoportable para que me joda el día.

Jeremy, hecho a un lado, no encontraba la manera de, siquiera, moverse. No quería hacerse notar en medio de lo que, en su mente, catalogó como "la tercera guerra mundial".

Diana le arrancaría la cabeza a él primero si daba un paso en falso, de eso estaba bastante seguro, sobre todo por el nivel de contrapunteo que había entre un Murphy y otro.

Y Diana nunca, al menos no ante sus ojos, había demostrado un impulso de furia como el que, en ese instante, le arrebataba de la lengua cuanto podía o no decir.

Caleb, entre tanto, no dudaba en responder y provocarle así otra respuesta, tan gruesa como la anterior, entrando en un ciclo de provocaciones e insultos que no paraba, que no dejaba de incomodarle más cada vez. Entonces la ruleta se paró en seco.

–¿De verdad quieres saberlo? –le preguntó Caleb a manera de provocación; –¿De verdad tanto te interesa saber que vine hasta acá solo por él? ¿Ah? Que vine, precisamente, para estar con él. Para decirle que lo quiero y que se olvide de una puta vez de esta maldita bruja piojosa que no sabe hacer otra cosa que pisotear cuanto se le atraviesa. Porque lo quiero, Diana, y me vale un demonio lo que pienses al respecto.

Sensible e insensato -Privilegio- ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora