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Jeremy los vería perderse en dirección al jardín trasero, pero estaba demasiado ocupado como para preguntarles nada

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Jeremy los vería perderse en dirección al jardín trasero, pero estaba demasiado ocupado como para preguntarles nada.

Intentaba refugiarse tras el teléfono y decir, en brevedad, lo que quería decir, lo que lo había impulsado a realizar aquella llamada, lo que la imagen de Lucien besando a Gabriel le había provocado a él sobre la piel, sobre los labios.

–¿Quieres que vaya? ¿De eso se trata? –preguntaría Caleb al cabo de un rato; –Porque no tengo problema en decir que sí.

–Idiota –musitaría Jeremy antes de dejarse caer sobre el sofá y pasarse la mano por el rostro. Lo habían descubierto.

–Dame cinco y te besaré diez –dijo antes de colgar, previniendo un cambio de idea en Jeremy. Éste solo pudo quedarse con la mente en blanco.

Le pidió cinco minutos, lo que significaba que, ciertamente, estaba del otro lado de la calle, en la casa de enfrente.

Cinco minutos, solo eso le quedaba para poner sus ideas en absoluto orden, para establecer un margen de límites reglamentarios, cosa que, sabía, no serviría de nada pues Caleb era un transgresor insistente. Y él era, inevitablemente, permisivo y dominable.

Estaba consciente de su propia y cruel debilidad, que era, precisamente, el muchacho que llama a la puerta, el muchacho que, al recibirlo, lo toma de la cintura sin previo aviso y lo besa sin ser rechazado, el que luego le dice 'hola' con una tonta sonrisa en el rostro y las manos, todavía, puestas en él.

Sí, precisamente él es su debilidad, la mayor de todas, la peor también, sobre todo porque aquello no ha sucedido, ni sucederá: otra vez su imaginación se dejó llevar.

Seguido de esto, Gabriel le pasa por un lado a toda velocidad y Lucien le sigue el paso de cerca.

Es un momento tenso, muy tenso. Uno más de los muchos que se han desarrollado en privado porque, al parecer, Gabriel en realidad se resiste más de lo que parece y Lucien insiste, a veces, con algo muy distinto a su metódica manera de ser.

Los asuntos del corazón le han desatado cosas en su interior, así como a Gabriel otras cosas se le han enfrascado. Las miradas, las palabras, el tono insensible y siempre insolente con el que solía hablar: todo ha sido enterrado ocupando su lugar, ahora, un alterno más huidizo, más sumiso y callado.

De Lucien, por otro lado, ha ocurrido lo contrario y se ha revelado tan inquietantemente controlador que solo ha logrado asustar a Gabriel aun cuando desea acercarlo más. Es cosa de celos.

–¡Déjame en paz de una maldita vez! –gritó Gabriel logrando empujar a Lucien y salir corriendo a toda velocidad.

Él lo seguiría, pero a su ritmo. Prefirió dejarle a solas el tiempo que tardarían en llegar a su casa, tiempo que consideraría, también, para pensarse una disculpa nueva, para armase también un intento nuevo, algo con qué lidiar ante aquel constante rechazo.

Sensible e insensato -Privilegio- ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora