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Tamara estaba aburrida y, de a poco, envidiaba las lindas e intrépidas historias de amor que se desenvolvían a su alrededor

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Tamara estaba aburrida y, de a poco, envidiaba las lindas e intrépidas historias de amor que se desenvolvían a su alrededor.

Era demasiado drama para su gusto, pero quería un poco de aquel drama, de aquel esperpento caótico que surgía del amor y que, ante sus ojos, iba dejando rastros de un desenlace de ensueño. Quería un poco de aquello también.

Pero no. Alguien como ella no podría protagonizar una historia como aquellas. Esa era la idea que tenía de sí misma, la idea que calificaba a su propio corazón como una especie de contradicción karmática porque, por mucho que le encantasen esas cosas tiernas y cursis, ella no podía sentirlas en verdad, por lo tanto, lo podía vivirlas.

Las disfrutaba de otros, pero ella misma no sabía sentir tal cosa.

–Mira el orden las cosas –dijo Hera de brazos cruzados esbozando una sonrisa; –Los chicos consiguen novio más rápido que nosotras. Nuestra vida no tiene sentido.

–Nuestros amigos son los que no tienen sentido –corrigió Tamara soltando una carcajada; –Es solo que cupido parece divertirse más con el homo romance, al parecer.

Samuel se les quedaría mirando al escuchar su breve charla y sonreiría cómplice de sus comentarios. Aclararía que tampoco él había tenido suerte alguna, pero tampoco pensaba ir en busca de un muchacho.

"Esas cosas no van conmigo" había dicho entre risas mientras despeinaba a Jeremy por millonésima vez. Y Tamara volvía a mantener la vista lejos de él cuando sonreía, cuando hacía sus gestos de payaso, incluso cuando abrazaba a Hera, que era cuando más se enojaba con él.

Jeremy y sólo Jeremy había sido capaz de captar las señales extrañas que aquella disparatada muchacha solía despuntar hacia el cielo ni bien tenía a Samuel demasiado cerca de ella.

Hasta Hera, tan cercana a ella, había sido engañada por su astuta manera de disimular lo que Jeremy no pudo. Pero el propio príncipe logró reconocerse en ella y no pudo evitar mantener la boca cerrada.

–¿Hace cuánto te gusta Samuel? –le había preguntado una vez, estando ambos a solas.

–Príncipe, eres increíble –fue lo único que dijo al respecto.

A veces él volvía a retomar la pregunta o incursionaba con otras, pero la respuesta era, siempre, de increíble astucia. Era en extremo esquiva y, así como solía hacer con sus problemas, lo hacía con los asuntos del corazón: no le pertenecían.

Era como si las cosas que le causaban cortocircuito se arreglaran a martillazos, porque así resolvía las cosas, a golpes y patadas, siempre saltando de una locura a otra, porque era demasiado expresiva.

A pesar de ello, su expresividad se iba a pique cuando el corazón quería participar. Se le apagaban todas y cada una de sus lunáticas neuronas y se volvía en absurdo silenciosa y torpe. Sobre todo eso: TORPE.

Sensible e insensato -Privilegio- ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora