46. Alice

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Entendí en ese instante, que las palabras no eran lo tuyo. Supongo que contigo, para mí tampoco me era fácil pronunciar si quiera una palabra. Por lo que, me giré hacía ti, me detuve frente a ti, dándole la espalda a la avenida y te sonreí.

Todo mi cuerpo vibró de felicidad y al tiempo, frío, por el carro que había pasado y me había mojado por completo la espalda.

Y así de ese modo, aunque tosías un poco, te quitaste tú propia chaqueta, me ayudaste a deshacerme de la mía y me llenaste de aquella colonia fresca, como la tierra que me hizo estremecerme.

Tenías aún tu abrigo puesto, debajo, y al tiempo, cubriendo tu rostro. Por lo que, curiosa, me preguntaba, ¿Por qué razón ocultabas un rostro tan hermoso como el tuyo que no podía compararse con nada más que las más fantásticas obras de arte y dioses antiguos? 

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