Capítulo ll

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Escucho a alguien gritar mi nombre. Paro un segundo de acomodar mi cabello frente al espejo para escuchar mejor.

 "Camila." Escuchó de nuevo un poco más fuerte. 

—Ya voy. — Respondo de un grito mientras me pongo mis zapatos y arreglo por última vez mi cabello.

Bajo las escaleras mientras le pregunto a Paula qué es lo que sucede y ella me mira entregándome un sobre.

—Correspondencia, nena. —Me dice y me regala una sonrisa. —No me trates de chusma pero parecen lindas noticias, sonreí un poco. —Termina mientras me toca la barbilla.


Yo le devuelvo una corta sonrisa. Abro el sobre, y en un primer momento me cuesta entender muy bien que es. Parece una carta, color rosada, bastante empalagosa.

Abro la carta y puedo ver que la decoración es de algunas cosas que no reconozco. Río al reconocer lo vieja que estoy al no saber que es lo que a los niños de doce años les gusta ahora.

Es una invitación para el cumpleaños de mi ahijada, Aurora. Será en Buenos Aires y desea que su madrina vaya, pues para ella los doce eran especiales porque ''Al fin iba a dejar de ser una nena'' Me había contado Felipe que se lo repitió varias veces, que el le había explicado que no, que era a los quince, pero ''La nena es tan cabeza dura como vos, parece más hija tuya que mía.'' me explicó también. Sonrío ante aquel recuerdo y guardo el sobre mientras entro a la casa detrás de Paula.

Yo me quedo en la mesa acomodando algunos papeles que hay. Ella me mira desde la cocina con una media sonrisa. Se acerca y se sienta en la silla que queda al lado de donde yo estoy parada.

—¿Todo bien? —Pregunta sonando muy interesada. Yo mantengo mi cabeza a bajo y me concentro en ordenar las cosas sobre la mesa mientras asiento.

Ella se mantiene observandome y se acerca más a mi.

—Tal vez te haga bien ir a esa fiestita, ¿No crees? —Yo la regreso a ver con mala cara, tratando de darle a entender que del tema no hablaré ahora.

 Ella alza ambas manos como si yo fuera un policia y le estuviera apuntando con un arma en la cabeza

 —Bueno, entiendo. Pero recuerda que no podés esconderte siempre de lo que te duele. —Habla por última vez mientras se levanta y se aleja de mi.

Yo siento hervir un poco la sangre. Conozco a Paula hace un par de años. Me ha sabido ayudar en momentos bastantes tristes en mi vida y, aunque todos aseguran que somos bastante parecidas,  en algo que sé me gana y por mucho, es en lo sabia. 

A diferencia de mi; aunque somos igual de cabeza dura, ella sabe tomar decisiones con la mente fría y sin apuros. Yo por lo contrario, hago lo que quiero al momento y no veo mucho las conscecuencias que pueda traer eso. Aunque al momento que ambas hayamos tomado nuestra decisión muy difícilmente la cambiemos. Le odio un poco por eso, o tal vez es envidia.

Subo a mi cuarto en silencio, y me acuesto en mi cama. Mi cabeza da vueltas en Paula. Sé que leyó de que se trataba el sobre que me dio y también sé a lo que se refiere con qué no puedo huír de lo que me duele. 

Cuando me enteré de que Benjamín iba a ser padre ella fue una de las primeras en consolarme, y también hacerme sentir la peor mierda del mundo.

Ese día después de irme a llorar a mi cuarto como una cobarde, Paula subió. Le conté toda la situación. Ella me explico que recordó en algún punto haber visto algo sobre nosotros en la tele, yo le expliqué que había sido algo más que solo un algo. 

Después de contarle como por mi necedad y orgullo fue la razón por la que lo había perdido, y ella quedar en silencio un rato, empezó a decirme que el hecho que él esté con alguien más era mi culpa, cosa que ya sabía. También que el estaba siendo feliz con todos sus sueños como yo quería, cosa que yo también ya sabía. Pero me dijo algo, que hasta ahora se mantenía haciéndome ruido.

"Así como vos tuviste los ovarios para irte y ni siquiera decirle la verdadera razón, ten los mismos ovarios para volver y bancarte lo que se venga. Las consecuencias las tendrás tarde o temprano. Solo estás prolongando lo inevitable."

Recordar esa frase me hace enojar un poco más. Y me hace enojar porque tiene razón.

Saco la invitación de mi bolsillo y la vuelvo a observar.

 Es el Sábado, en dos días. Vuelvo a quedarme observando al techo, escucho que alguien toca la puerta. 

—Adelante —respondo y me giro sobre la cama.

Escucho a alguien entrar pero no decir algo. Volteo a ver, y es Paula observándome desde la puerta.

—¿Tan mal te puso una invitación a una fiesta de cumpleaños de una niña de doce? —Pregunta con un tono que me a irritar, pero yo opto por quedarme callada.

La oigo suspirar y luego sentarse a mi lado, acariciando mi cabeza.

—¿Va a estar el no es cierto?

Yo me mantengo en silencio. Siento un dolor en mi pecho. Como de angustia o ansiedad ante la pregunta, la miro con mala gana, pero ella parece no querer irse. Yo suspiro rendida.

—Si. —Digo cortante —También es padrino de Aurora, obviamente estará ahí. 

La miro y veo cómo me observa atentamente. Se que la podré odiar un poco por ser más sabia que yo, pero también la quiero mucho por la misma razón.

 —Yo me fui de Buenos Aires para no tener que verle la cara, y siempre de una u otra manera se de él sin verlo, no sé qué será de mi cuando lo tenga de frente.

—Mira Camila, puedo entender que tengas miedo de volver a verlo. Por cómo me contaste las cosas la última vez que se vieron tampoco creo que él esté muy emocionado de verte. Pero no te podés quedar acá acostada perdiendote de momentos especiales de gente que se nota amás y mucho. Si te querés olvidar de él vas a tener que tener los ovarios para volver a verlo.

La observo, me sorprendo de lo fácil que es para ella pasar de ser el ser más comprensivo al más directo en un segundo.

— Tengo miedo. —Le confieso.

Ella me mira sorprendida ante esta última revelación. Yo también estoy sorprendida, jamás admito cuando tengo miedo a algo.

—¿De que tenés miedo? —Pregunta sonando bastante curiosa y me mira atenta a mi respuesta.

—De darme cuenta que está siendo más feliz de lo que alguna vez fue conmigo.

—¿Y eso no era lo que vos querías? —Su tono es suave, casi maternal.

—Ya no sé si estoy tan segura de eso.

Paula me observa con detenimiento, como si estuviera analizandome. 

Me acaricia el rostro una vez más, y luego se acerca a mi.

—Tenes que ir, como sea. Irás, pero no sola.

Yo frunzo el ceño, curiosa, tal vez un poco amarga por el tono con el que me lo dijo.

—Te acompaño. Iré con vos.

El Último Adiós de un Gran Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora