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Mi mente me decía que estaba delirando porque lo que sucedía frente a mis ojos no podía ser realidad.

Miré hacia la llama que crecía en la fogata, y luego, un poco más atrás donde Dua y Camila estaban teniendo sexo. Podía verlas desnudas, besándose y tocándose con desesperación. Escuchaba sus jadeos, sus besos y los gemidos de la más joven que se removía por debajo de la otra mujer.

El fuego ardía con más intensidad.

Maldita sea, no sé en dónde estoy pero todo se está haciendo completamente oscuro.

Cerré los ojos mientras bebía más alcohol.

—————
Desperté con el canto de los pájaros. Me encontraba en el suelo, con la camisa desordenada y la cabeza dándome vueltas. No había nadie más cerca de mí, sólo una fogata apagada y mi rifle de caza que había traído para la cacería.

Me senté mientras ordenaba mis recuerdos de la noche anterior. Nada.

Cuando me sentí listo, me puse de pie y comencé a caminar hacia casa.

A lo lejos, escuché un disparo. Dos, tres, cinco. Cerca del granero. Cambié de dirección para ir a ver quién estaba disparando con tanta dureza.

Mis pasos se detuvieron cuando llegué al lugar.

—¿Los disparos te despertaron, Montgomery?

Era la señora Cabello. Estaba vestida perfectamente con un traje amarillo, al parecer más cómodo de lo que se miraba.

—Usted me dejó abandonado en el bosque.

—No soy tu niñera, cariño.

Y el siguiente disparo lo clavó en el árbol cercano a donde yo me encontraba.

—Tienes mala puntería, linda.

—No dudes de mis talentos.

Extendí los brazos y sonreí.

—Adelante, dispare.

—No quieres tener problemas conmigo.

Bajé los brazos y comencé a caminar hacia ella. Camila sólo cargó su rifle y yo me interpuse en su camino.

—Ayer usted estaba con Dua...—la señalé. 

Escuché como cargara el arma.

—Deberías permanecer en silencio. 

—Sabe de lo que hablo.

Inmediatamente buscó mi mirada.

—Dime, ¿qué recuerdas?—preguntó.

—¿Por qué?

—Porque si recuerdas algo, puedo hacer que lo olvides.

Mis pensamientos pervertidos aparecieron.

—¿Y cómo piensas hacerlo, Camila?

Me acerqué aún más a ella pero al instante me detuvo apoyando el extremo de su arma en mi pecho. Qué jugada.

—Quiero que tengas las cosas claras, Montgomery...no voy a jugar contigo, y tampoco quiero que te involucres con Dua.

—De acuerdo...—miré hacia el arma—eso usted no lo decide. Y yo tampoco.

—Sólo manténte lejos.

—¿Se da cuenta de a quién le está pidiendo eso?

Camila bajó el rifle.

—Ya estás advertido.

Ella comenzó a caminar hacia la casa de la familia Lipa, sin mirar atrás. Aquella actitud me encendía, tan segura de sí misma, tan fuerte.

Al llegar a casa, me encontré con mi padre. Mi maldito padre. Después de meses ya había regresado.

Estaba en la sala, leyendo un diario y fumando un puro. Sus ojos se detuvieron en mí al verme entrar por esa puerta.

—Buenos días—saludé.

Él cerró el diario y lo dejó en un lado. Su presencia me asustaba y molestaba al mismo tiempo. Cada vez que él se encontraba en casa, mi madre sufría y todo se tornaba frío. Y malo.

—Parece que en esta casa no te han enseñado a ser un verdadero hombre.

Odiaba sus ideas tan conservadoras y reprimidas.

—Estoy cansado, me voy a la cama.

—¿A esta hora?¿crees que no tienes obligaciones?

—Las cumpliré más tarde.

—¡Las cumplirás ahora, Dacre!

Mis pasos los detuve a mitad del pasillo y lo miré. Estaba cansado de su actitud, de su forma de tratarnos a todos, de sus maltratos y gritos por todo.

—No puedes mandarme. Ya no soy un niño.

Mi padre enfureció. Se puso de pie y desde ese lugar podia mirar como abría y cerraba su puño. Su mirada era tan lejana.

—Debería enseñarte como se le recibe a un padre.

—Tu no eres bienvenido aquí.

—¡A mí me respetas!

—¿Y quién te crees para pedirme eso? Tú nunca nos has respetado...—y sus pasos de comenzaron a dirigir hacia mí. El miedo subió por mi pecho. Odiaba sentirme así, pequeño.

—¿Nunca?—gritó.

—Nunca—afirmé.

Mi padre me sostuvo del cuello de la camisa y su rostro tan cerca del mío me causó escalofríos. Recordaba como maltrataba a mi madre, y como solía dejarme claro que yo no era más que un niño pequeño que no podía detenerlo.

—Escúchame bien, hijo—aquella palabra la pronunció con tanto repudio que podía verlo—esta es mi casa y tú estás viviendo en ella, así que estas bajo mis órdenes sin importarme una maldita mierda lo que creas.

Intenté liberarme de su agarre pero él sólo me presionó.

—¿¡Entendido?!

Una parte de mí quería dejarse llevar y otra parte me decía que mantuviera el control y no reaccionara con violencia como él solía hacerlo.

No quiero ser como él.

—Entendido—respondí.

Sus duras palmadas en la mejilla me golpearon.

—Buen chico...así me gusta...ahora quiero que vayas a ese maldito pueblo y me traigas el desayuno, que he tenido un viaje largo y muero de hambre.

Muérete, pensé.

Él me soltó y yo me acomodé la ropa para ir a comprar pan, queso, frutas y todo lo que necesitara.

Sólo de algo sí estaba complemente seguro, si ese bastardo tocaba a mi madre, no iba a permitirle que se saliera con la suya.

En el camino me encontré con Dua. Estaba distraída mirando flores en una tienda ambulante.

—Si piensas conquistarme con flores, los girasoles son mis favoritos.

Ella giró un poco para verme.

—¿Es en serio?

—Sí, son perfectas y me gusta ese color vibrante que tienen.

—No sabía que te gustaban los girasoles. Todo me recuerda a....

Yo la miré con curiosidad al ver cómo se detuvo sin terminar de decir el nombre de esa persona a quien recordaba.

—¿A quién te recuerda?

—A alguien.

—Quiero saber. Yo siempre quiero saberlo todo.

Ella pareció buscar en su mente y respondió.

—A alguien que conocí en Virginia.

—¿Si tuviste a alguien especial por ahí?

Ella sonrió y asintió en silencio. Yo sólo me quedé a su lado, eligiendo alguna flor para mi madre.

—Parece que tienes una historia interesante por contarme, señorita Lipa.

DADDY »	duamilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora