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A los dos días Angie se encontraba en su habitación, aburrida.
Llevaba un gran yeso que le cubría su brazo fracturado.
Debía esperar un mes para que sanara ¡Gracias Julian pito corto! Por suerte sus amigas, que la habían visitado ayer, le contaron que después del incidente expulsaron a Julián del colegio durante una semana y que había recibido una gran reprimenda de la entrenadora.
También le contaron con detalle la gran pelea que había tenido con Brisa, en la cual la castaña le gritaba que era un idiota como unas cien veces.
Eso mejoró su día al máximo, el cual era un asco, ya que estaba sin hacer nada.
Respirar no contaba como una actividad.
Sólo podía pensar en la castaña, y para ser sincera, también en como estarían las cosas en la escuela.
Sus pensamientos también viajaban a las otras dos hermanas Domínguez que adoraba.
Su brazo dolía si se daba un golpe o lo sacudía.
Así que ella no podía moverse mucho.

Ya era de tarde y sus amigas debían de quedarse para el entrenamiento de Sofia.
Entonces Brisa también debería de estar allí, se lamentaba ya que quería ver a la castaña.
En verdad, quería ir a la escuela, pero su madre estaba paranoica.

Leyó varios libros durante las últimas horas, pero la aburrían, vio la televisión, e intentó hacer cualquier otra cosa que no requiriera utilizar su brazo.
Gracias a Dios que era el izquierdo, si no estaría completamente inútil.

Ya era tarde noche cuando llegó su mamá y la saludó, su padre y ella estaban abajo en la cocina mientras Angie seguía encerrada, estaba terminando de usar el ordenador, y llevaba uno de los audífonos, cuando escuchó el timbre.
No le prestó mucha atención, ya que debía de ser una visita para su madre. Seguía mirando unos vídeos en YouTube cuando escuchó la voz emocionada de su mamá, Claudia.

—¡Cariño, es para ti!—dijo con la voz alegre y Angie frunció el ceño, quintándose los audífonos.

—¿Para mí?—preguntó gritando, para hacerse oír.

—¡Si, es una amiga tuya!—dijo aún a gritos y Angie se extrañó, una sonrisa estuvo en sus labios ¿Podría ser Mica?

—¡Ya voy!—exclamó, divertida, sabiendo que Mica igual subiría.

Pero si fuera ella ¿Su madre no se lo diría como siempre? Digo, ella solo tenía tres mejores amigas.

—¡Tomate tu tiempo, cariño, yo le muestro la casa a Brisa!—dijo Claudia riéndose mientras Angie se caía de la silla. —¡¿Quién?!—gritó, alarmada, agradeciendo no haberse golpeado el brazo, y salió corriendo por la puerta.

—¡Brisa, cariño! ¿No escuchas? ¡Me la llevaré un rato!—dijo su maligna madre mientras Angie corría por las escaleras.

La peliazul prácticamente saltó los escalones y quedó de rodillas frente a la entrada, con el cabello alborotado. Llevaba unos short de lana y una camiseta holgada para dormir.
No era la mejor vestimenta para dar saltos mortales.

Se levantó lentamente, ayudándose con la barandilla, hizo una mueca por su brazo, y se encontró con su madre mirándola con desaprobación.
Pero sus ojos se clavaron en la castaña  en la puerta.
Brisa vestía una falda y una blusa muy linda mientras mostraba a Angie una sonrisa tímida y sus ojos marrones brillaban con diversión.

—Angie, debes tener más cuidado con tu brazo. No quieres volver al hospital ¿Verdad?—advirtió su madre, al notar el rubor en el rostro de su hija, observó cómo miraba a la castaña y aplaudió ¡Era la chica de la cual su bebita estaba enamorada!

-Perdona, mamá, es que... Brisa ¿Qué... bueno, que haces aquí?— preguntó levantándose mientras se rascaba la cabeza y torcía el cuello.

—Yo quería visitarte, para saber si seguías viva, claro—respondió la castaña con una sonrisa tímida mientras miraba con adoración a la
Ojicafé, eso no le pasó por alto a Claudia

¿i hate you? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora