Los Centinelas

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Habían pasado algo más de cinco meses desde el principio de la infección. Era cinco de diciembre, y esos cinco meses habían sido muy activos. Matamos a todos los caminantes, terminamos las rejas y entrenamos al perro, que resultó que no era de Nico, y el pobre animal murió mordido por un caminante. Lo raro es que el perro no resucitó, lo que podría indicar que el virus no afecta a los animales.

Seguía usando la máscara, ya que todavía no se me había curado el ojo, pero me la sacaba para comer y dormir. Dentro de todo, podría decirse que disfrutábamos nuestra situación: hacíamos lo que queríamos, no teníamos preocupaciones. Era divertido: tomábamos todas las cosas que quisiéramos, todos sabíamos manejar. Era genial. Y como mis únicos entretenimientos eran ir al gimnasio y usar a los caminantes como bolsa de boxeo, estaba bastante más marcado.

Ese día volvimos a usar la radio, y para nuestra sorpresa, volvimos a sintonizar algo.

-A todos los sobrevivientes, aquí los Centinelas. Desde los comienzos de la invasión zombie, ni el gobierno ni el ejército los ha ayudado. Por eso nosotros los invitamos a unirse a nuestro grupo, donde podrán encontrar paz y tranquilidad. Hagan señales de humo, e iremos a buscarlos. Los Centinelas estamos para ayudarte.- dijo una voz.

Nos miramos. No podíamos creer que un grupo paramilitar aceptara a cualquier persona. O al menos, yo no podía creerlo. Los demás estaban bastante esperanzados.

-Tendríamos que llamarlos, para poder ir con ellos.- propuso Azul.

-¿Para qué? Acá vivimos bien.- dije.

-¿Pero qué hacemos si nos quedamos sin provisiones?- dijo Abi.

-Tenemos un supermercado lleno. Es al pedo.

-Nahue, está gente nos está ofreciendo una zona segura. Quizá incluso una posibilidad de volver a casa...- dijo Posi.

Eso me ablandó, para ser sincero. Suspiré.

-¿Quiénes están a favor de llamar a los Centinelas?- pregunté.

Todos levantaron la mano, excepto yo.

-Okey, si eso es lo que todos quieren, okey.- cedí, de mala gana.

Mis condiciones fueron llevar solamente leña y bolsas de plástico para hacer humo hasta una zona alejada a casa, por las dudas. Tampoco íbamos a llevar provisiones.

Cuando nos alejamos alrededor de un kilómetro de nuestra casa, empezamos a apilar leña y bolsas en una misma pila. La idea me resultaba insegura, pero habíamos votado. Que ellos se hicieran cargo si pasaba algo.

A la media hora llegaron dos camionetas negras. Dos tipos vestidos con ropa de colores oscuros se bajaron de ellas.

-¿Eso es todo lo que tienen?- preguntó uno.

-Lo usamos como leña, para llamar su atención.- mentí.

-Está bien, ¿están armados?- preguntó.

Aixa le contó todas las armas que teníamos, aunque yo hubiese preferido mantenerlo en secreto.

-De acuerdo... Pura curiosidad: ¿a qué se debe esa máscara?- me preguntó.

-A esto.- dije, al tiempo que me sacaba la máscara, mostrando mi cicatriz.

-Agg, supongo que eso dolió.

No respondí, solo me quedé esperando a que nos vayamos. Nos subimos a las camionetas, divididos en el grupo de Cindy y el mío. Llegamos bastante entrada la noche.

-Bueno señores, bienvenidos a la Fortaleza.- dijo el que supuse que era el líder.

-Hola, mi nombre es...- comencé a decir, cuando alguien me puso un trapo humedecido en cloroformo en la cara, y me desmayé.

Desperté en una habitación amplia, escasamente iluminada. A través de una ventana vi a varias personas, mirándome.

-¡¿Qué hago acá?! ¡Libérenme!- grité.

Oí abrirse una puerta detrás mío. Me volteé y vi entrar un caminante. Busqué mi Colt 45 y mi machete: ya no estaban.

Me habían encerrado en un cuarto... Con caminantes... Y sin armas...

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