Un plan osado

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-¿Qué? -preguntó Renata.

-Alaska -dije, y entendí-. Alaska... ¡Vamos a Alaska!

-Pero Nahue -dijo Abii-, eso queda bastante lejos.

-No -dije-: sin tráfico y a 110 km/h está a unos tres días. Como seguramente en las rutas hay bastantes autos rotos y todavía hay nieve, es probable que tardemos un par de meses. Pero creo que vale la pena.

-Hagamos una cosa -dijo Jula-: busquemos un mapa y nos fijamos.

Volví adentro para abrigarme, y luego Jula y Abii me acompañaron a un centro de turistas a buscar un mapa. Tuvimos que ir caminando para no gastar combustible y de paso, Jula seguía rehabilitando su pierna, que ya estaba bastante mejor.

Llegamos a los pocos minutos. La puerta estaba cerrada con llave, pero el ventanal del frente estaba destrozado, así que lo utilizamos de entrada. Había un caminante con un escopetazo en el pecho sentado contra el mostrador, pero no pude ver ninguna herida en su cabeza, lo cual indicaba que seguía vivo... Bueno, muerto, porque era un caminante... Pero vivo... Es decir... Maldita sea, ustedes me entienden, ¿verdad?

-Acechador... -susurré.

-¿Qué? -preguntó Abii.

-Shhh. -la callé, señalando al acechador.

-¿Y ahora? -preguntó Jula.

Busqué algo que pudiese lanzar, y entre los vidrios rotos encontré un ladrillo. Lo tomé y lo lancé cerca del acechador, y éste saltó hacía él. Aproveché que estaba distraído, y le clavé mi cuchillo en la nuca.

-Awesome -dije, con ironía-. Ahora hay acechadores...

-Son controlables. -respondió Jula.

-Para nosotros, Posi y Renata sí -dije-, porque sabemos bastante gracias a The Walking Dead. ¿Pero para los demás?

-Relajate -dijo Abii-: si llegamos a Alaska, ya no nos vamos a tener que preocupar.

-Primero hay que llegar... -dije, sombrío.

-Por dios, Nahuel -dijo Jula, irritada-. Si te tomas todo tan negativo vas a terminar hecho mierda.

-Creo -respondí, elevando el tono de voz- que tengo mis motivos para mi estado de ánimo.

-¿A qué te refieres?

-¡Joder! ¡Todos los que conocemos murieron!

-¡¿Crees que eres el único que tiene que cargar con la muerte de toda su puta familia?! -gritó- ¡Maldito estúpido!

Iba a gritar algo, pero no tuve tiempo: una bofetada de parte de Jula fue a parar a mi mejilla izquierda.

-Yo... Em -nos interrumpió Abii-... Ya encontré un mapa...

No dije nada. Me había quedado petrificado, ya que, involuntariamente, había puesto mi mano derecha sobre mi pistola. Sólo salí, y comencé a avanzar hacia la pizzería, sin darme vuelta ni una vez, pero atento a los pasos de las chicas, que venían detrás de mí.
No habíamos llegado a la pizzería, y yo ya sentía un remordimiento insoportable por lo que había hecho. Me harta ser así...

Cuando llegamos, nos estaban esperando con el almuerzo preparado. Hoy era arroz. Arroz. Delicioso. Genial. Épico. Voy a volverme caníbal.

Abii les contó nuestro pequeño paseo para buscar un mapa, y Sarah preguntó qué era un acechador.

-Un acechador -explicó Abii- es un zombie que se queda en un solo lugar sin moverse, y cuando algo le pasa cerca, lo ataca. Normalmente, parecen muertos del todo.

Yo no hablé en ningún momento, y Jula sólo hizo alguna que otra acotación ocasional. Por suerte, Abii omitió mi discusión con Jula.

Cuando terminamos de comer, comenzamos a decidir hacía dónde iríamos. Después de muchas discusiones, de las que yo no participé, se decidieron por un pueblo del sur de Alaska llamado Anchorage.

-¿Vos qué opinas, Nahue? -me preguntó Renata.

-Como quieran. -respondí, cortante.

-Nahue. -dijo Posi, tratando de persuadirme.

La miré lo más seriamente posible, para que entendiera que no valía la pena volver a hacer una pregunta que no pensaba responder. Mis amigas la llamaban "cara de mafioso", y yo prefería evitarla.

-En serio -dije, mirándola fijamente-, no hay problema. Como quieran.

Creo que se dieron cuenta de que era inútil seguir preguntando, así que decidieron callarse. Comenzamos a empacar, y terminamos casi a la noche, así que decidimos cenar temprano y partir a la madrugada.

Me levanté con un mechón de pelo sobre el ojo. Hace mucho tiempo que no me lo cortaba y lo tenía muy largo. Fui un momento al micro, sin despertar a nadie, y busqué en el bolso mi gorro de la suerte... Un minuto... ¿Comenté alguna vez que tenía un gorro de la suerte?... Parece que no. Bueno, tranquilamente les puedo contar la pequeña historia ahora.

Tenía pocos gorros de lana, la mayoría feos. O que mas bien parecían de anciano. Un día, mi tío me regaló uno que era de él que ya no usaba. Era rojo oscuro con algunas rayas blancas y grises. Si, quizá pueda sonar a que es horrible, pero por ejemplo lo llevé la última vez que había hecho una obra de teatro, y ganamos algunos pequeños premios. Claro que tengo otros ejemplos mucho mejores, pero son más personales. Después tengo otro que me regalaron mis padres, el cual tiene rayas negras y grises, y decía "off the wall" en blanco. Ese también estaba en mi bolso.

A fin de cuentas, busqué el rojo, que además de ser "de la suerte", era algo más grande que el negro. Me tiré el pelo para atrás (que dicho sea de paso, estaba horrible) y me puse el gorro a modo de vincha para que no me molestara.

Aún era el único despierto, y sabía que faltaba un rato para que los demás se despertaran. Volví adentro, y guardé mi bolsa de dormir dentro de su funda. La tomé, y la subí al ómnibus, para dejarla al lado de mi bolso.

Sentí un corriente fría en mi espalda, y recordé que había dejado la puerta abierta para que circulara un poco el aire. Sí bien había amainado un poco el frío y había dejado de nevar, el clima aún era molesto.

Vi como Sarah salía de la pizzería con su bolsa de dormir, dejando tras de sí la puerta abierta.

-Buenos días. -me dijo sonriendo, cuando entró al ómnibus.

-Buenas -dije, y agregué-, ¿te ayudo con la bolsa?

-Okey, gracias.

Deposité rápidamente su bolsa junto a su bolso. Cuando me di vuelta, me pareció como si estuviera algo nerviosa.

-Nahue -dijo, titubeando-... ¿Puedo... Hablarte de algo?

-Por supuesto -respondí, usando ese tono tranquilizador que utilizaba mis padres para calmarme-. ¿De qué quieres hablarme?

No habló. Sólo... Se lanzó contra mí y... Me besó.

Y por si esto no fuera poco, pasó algo más: estaba seguro de haber visto de refilón una mano que cerraba la puerta de la pizzería...

Alguien nos había visto...

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