Capítulo I

1.8K 91 68
                                    

Lo recuerdo perfectamente, como si todo aquello hubiese sucedido hace tan solo unos momentos; fue tan rápido, no pude siquiera esconderme, pues cuando pensé en ello una espada ya había atravesado el cuerpo de mi doncella, poniéndome a merced de esos asesinos.

— ¡Suéltenme! ¡Es una orden! — Grité cuando los dos hombres me tomaron por los brazos, pero no hicieron caso a mis demandas, sino que me llevaron a la fuerza por los pasillos del castillo. Llegamos hasta las mazmorras, a la entrada un guardia me observaba.

— La tenemos. — Dijo uno de los hombres que me sostenía y, para mi sorpresa, él les dio el paso. No importaron mis forcejeos pues ambos hombres me superaban en fuerza, arrastrarme era tan fácil como me resultaba a mí tomar una jarra con agua en mis manos.

Me llevaron hasta el frente de una pesada puerta de metal, la abrieron y sin pizca de delicadeza me empujaron dentro del diminuto y sucio cuarto. Estaba frío, oscuro y ni siquiera había algo donde pudiera sentarme. Después de horas y de haber estado renuente a la idea, tuve que sentarme en el frío suelo, esperando que ninguna rata pasara corriendo sobre mis pies.

Las horas se convirtieron en días y los días en semanas, yo aún no entendía qué pasaba o por qué estaba ahí y en esos momentos esas no eran las preocupaciones más apremiantes, pues tenía frío, sed y hambre, eso me preocupaba aún más. El cansancio me había obligado desde hace mucho a recostarme en el suelo y dormir era mejor que sentir hambre, así que prefería pasar la mayor parte del tiempo dormida.

Estaba tirada en el suelo, con la mirada fija en el techo, aunque en realidad no podía ver nada; tarareaba, ya sin fuerzas, una canción que mi madre solía cantar, tratando de arrullarme a mí misma con ese canto, cuando de repente oí ruido al otro lado de la puerta, la estaban abriendo; me incorporé de un salto esperando que por fin vinieran a liberarme de este tormento. Cuando la puerta se abrió, la luz me cegó, entrecerré los ojos tratando de impedir que la luz deslumbrara mis pupilas, entonces noté dos rostros que había visto antes, eran los mismos hombres que me habían traído aquí, volvieron a tomarme de los brazos, pero esta vez no forcejeé, no tenía las fuerzas para hacerlo. El ceñido corsé que usaba el día que me encerraron ahora me quedaba holgado y eso se lo atribuía a mi poca alimentación; posé mi mirada en una de mis manos y noté que mis palmas estaban negras como si hubiese estado jugando con un trozo de carbón y mi vestido estaba completamente sucio. Me condujeron a través de los pasillos del castillo, cuando pasamos cerca de un espejo volteé casi por instinto y el rostro que se reflejó me hizo dar un respingo; mi cabello estaba enmarañado y sucio, mi rostro demacrado estaba cubierto de múltiples manchas negras y los círculos oscuros alrededor de mis ojos me hacían lucir peor. ¿Qué había hecho yo para merecer ese castigo? ¿por qué mi padre no me sacaba de ese lugar? Fue lo que me pregunté durante esas dos semanas y solo hasta que estuve en patio principal del castillo y vi a mis padres en peores condiciones que las mías supe que todo esto se trataba de una rebelión.

— ¡Arrodíllate ante mí! ¡Tu nuevo rey! Si me prometes lealtad perdonaré tu vida. — Demandó Sloan, el hombre que había sido el fiel consejero de mi padre ahora se volteaba contra él.

— ¡Yo no me arrodillaré ante nadie! ¡Y mucho menos ante ti maldito traidor! — Gritó mi padre enfurecido.

— De acuerdo no me dejas elección. ¡Traigan a su esposa e hija!

Tuve miedo, creí que nos asesinarían, pasaron mil cosas por mi mente, pero simplemente nos pusieron frente a mi padre, a quien arrodillaron por la fuerza. Sloan tomó una espada y caminó hasta posarse detrás de mi padre.

— Esto te has ganado por desafiarme.

Mi padre alzó su mirada hacia mi madre y hacia mí.

— Lamento no haber podido protegerlas. — Fueron sus últimas palabras, con un movimiento, rápido y fuerte de la espada, la cabeza de mi padre rodó hasta mis pies, la sangre salpicó mi vestido, y el fluido color carmesí no dejaba de emanar de su cuello. Mi madre soltó un grito desgarrador y se desplomó en el suelo; yo, ya había visto demasiado y no le daría la satisfacción a Sloan de regocijarse ante mi sufrimiento, permanecí firme, con el rostro pétreo, sin soltar ni una lágrima, aunque por dentro sentía que estaba muriendo y mi corazón amenazaba con salirse de mi pecho.

Huyendo de la traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora