Capítulo III

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Ya había pasado cerca de un mes desde que los hombres de Sloan irrumpieron en la taberna; después de eso todo había transcurrido con normalidad, y cuando hablo de normalidad me refiero a que todo había sido sumamente aburrido, trabajábamos todo el día y lo más impresionante que sucedía eran las peleas que se suscitaban entre borrachos. Como cada semana, el lunes, era nuestro día de descanso, el día en el que podíamos hacer cualquier cosa que nos placiera, desde quedarnos encerrados todo el día en la habitación o salir a caminar por la aldea; Leathan y yo habíamos planeado salir al bosque a comprobar los dichos locales sobre las supuestas hadas que aparecían volando por ahí, ninguno de los dos creía en esas historias, pero era divertida la sugestión que se creaba al estar en el lugar. Me desperté más tarde de lo habitual, Leathan ya estaba despierto haciendo su cama.

— Buenos días, ¿listo para ir a buscar algunas hadas? — Dije contenta al tiempo que tallaba mis ojos.

— ¿Era hoy?

— Sí, quedamos que nuestro siguiente lunes libre iríamos.

— ¿Podemos dejarlo para otro día? — Preguntó nervioso.

— ¿Por qué?

— Olvidé que tenía unas cosas que hacer.

— Oh. — Exclamé confundida, pero sin intenciones de preguntar que eran esas cosas tan importantes.

— Iremos el siguiente lunes, lo prometo Rowan.

— De acuerdo, en ese caso, volveré a dormir. — Respondí dándome la vuelta en la cama y tapándome hasta la cabeza.

— No seas holgazana, deberías ir a hacer algo tú también.

— Tal vez lo haga, más tarde.

— A veces olvido que esta haraposa señorita es una princesa a la que no le gusta hacer nada.

— ¡Oye! Todos los días trabajo muy duro, tengo derecho a dormir hasta que quiera en mi día de descanso.

— Es broma, Rowan, no debes estar tan a la defensiva.

— Sí, ya sabes, un día eres la heredera al trono de todo un reino y al siguiente eres la camarera que huele a cerveza y licor barato. — Dije en tono bromista, pero en mi interior me sentía decepcionada por el rumbo que había tomado mi vida.

— Ya no te lamentes, te lo he dicho mil veces, hacerlo no va a solucionar nada.

— Sí, pero dormir tal vez haga que lo olvide.

— Bien, veo que no podré hacerte cambiar de opinión, descanse "alteza" yo regresaré más tarde. — Dijo haciendo una sarcástica reverencia.

Leathan salió de la habitación y yo me quedé recostada en la cama, pero odiaba no tener absolutamente nada que hacer, eso me hacía tener los más horribles recuerdos y pensamientos, uno de esos era mi padre, muerto; cada vez que lo recordaba las lágrimas acudían a mis ojos, y si no hacía algo, la imagen vívida estaría en mi mente todo el día.

Si Leathan no quería acompañarme, lo haría yo misma, iría al bosque en busca de esas "hadas". Me vestí y salí de la habitación. El reino de Vetwik era muy tranquilo, el clima siempre era el mismo, nublado, frío y de vez en cuando llovía, no me quejaba, me gustaba este lugar, pero no para quedarme toda la vida. Eran muy pocas veces las que salía por lo que no mucha gente me conocía, era un tanto vergonzoso que quienes me conocían y saludaban eran los hombres que habitualmente se embriagaban en la taberna.

Atravesé la aldea hasta llegar a la entrada del bosque, no planeaba internarme mucho, no sabía que peligros podía encontrarme más allá, estaría por las partes que conocía y después volvería, comencé a caminar entre los árboles, pensando que tal vez esa había sido una de las peores ideas, no era tan divertido sin Leathan; de pronto comencé a escuchar ramas crujiendo y voces a la lejanía, serían ¿hadas? Comenzaba a sugestionarme, tal vez las leyendas del pueblo no fuesen del todo falsas, y si las hadas eran seres bondadosos no creo que me hicieran algún daño si decidía acercarme más; comencé a seguir los sonidos, hasta que llegué al lugar de donde provenían, no eran hadas, pero lo que vi, me sorprendió más que si lo hubiesen sido.

Huyendo de la traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora