Capítulo dos.

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Narrado por Louis.

Mi mirada está puesta sobre mi edificio de clases, esperando a que los alumnos salgan y mezclarme entre ellos para así iniciar mi espionaje.

Por las puertas de cristal sale una sombra alta y atractiva. Con sus gafas de sol y mochila sobre los hombros como para ya fugarse de la institución.

Esta sombra lleva una muy ajustada camisa a rayas de blanco y negro, al igual que los vaqueros negros. Muy ajustados. Buena vista. Y esa buena vista tiene nombre: Harry.

Camina muy aprisa al estacionamiento del campus  y como un macho va sobre una hembra en celo, yo sigo su camino sin que me vea.

Su trasero se mueve acorde va dando las zancadas hacia su Mercedes negro. Sus piernas se van alargando conforme camina. Y su cabello se mueve con base al aire.

Hermoso.

En un movimiento veloz, se quita la mochila de los hombros y la coloca en el techo del auto. Busca en sus bolsillos traseros la llave y con un sonido da como completado su objetivo.

Las ramas me obstruyen ver qué es lo que saca del auto. Las muevo un poco haciendolas sonar y quebrarse. Harry voltea rápido y me escondo más abajo del arbusto. Cerca. Muy cerca.

En un portazo cierra el coche y toma su mochila. Sacó cigarros, qué raro —sarcasmo—, se encamina al gran árbol casi pelón por el otoño y se sienta; poniedo como almohada su mochila.

—¡Mierda!— murmura podiendolo escuchar hasta mi sitio. Se da cuenta que su encendedor o fosforos le hacen falta.

Bingo.

Rebusco en mi mochila y acertadamente se encuentra una caja de fosforos completa. No recuerdo el porqué están aquí.

Tembloroso saco la caja y vuelvo a cerrar la mochila. Con valor me levanto y camino en su dirección. Se da cuenta de mi presencia.

—Oye tú, ¿no traes un encendedor o algo? Necesito prender mi cigarrillo—. Su voz tan gruesa, lenta y ronca es una bella melodía para mis oidos. Nunca me cansaría de oirla.

Saco la cajilla de mi bolsillo delantero y se la tiendo. Él rápido me la arrebata. Saca un fosforo y lo enciende acercandolo al inicio del cigarro. Humo sale del tubo y de su boca.

—Gracias— me extiende la cajilla y la vuelvo a guardar en el bolsillo. Levanto la cabeza y me quedo observando su perfil derecho inhalando y exhalando el humo contaminado del tubo. Lo disfruta del todo.

—Ya te dí las gracias, ¿no oiste? Largo—. Su comentario me saca de mi imaginación y yo sólo opto por asentir y marcharme.

Me posiciono bajo un arbusto nuevamente y saco mi cámara Nikon apúntandolo hacia él.

Sigue dando su perfil derecho disfrutando de su cigarrillo expulsando el humo por la boca y nariz.

Pulso el botón y esa bonita imágen se ha guardado en el rollo fotográfico.

Perfecto.

Stockholm Syndrome - Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora