—Hombre, esto es una verdadera mierda —dijo alguien mientras empezó a frotar frenéticamente un pedazo de tela en el mango de su carabina. El paño sucio, más que ayudar, parecía empeorar la apariencia de dicho fusil, haciéndole pronunciar más su rostro de desprecio que ya tenía a la hora de comenzar su faena. Después de unos segundos empezó a golpear el mango como una especie de liberación de rabia contenida, seguida de un suspiro a modo de rendición. Él sacó un cigarro desde su bolsillo del pantalón y con un gesto el anciano al lado suyo lo prendió con un encendedor que mantenía en su mano.
—Tienes razón camarada, esto apenas se puede sacar. Que se joda el tipo que se le ocurrió limpiar estos jodidos fusiles —dijo el otro, más calmado en su voz pero con un rostro que se deformó en una expresión de disgusto e ira, detonando sus grandes cejas y las arrugas que cubrían su áspero rostro—. Sólo quiero levantarme y joderme a esos franceses que están al otro lado del campo. Será lo último que haga en este jodido país antes de morir dignamente en mi hacienda en Berlín.
El otro hombre rió fuertemente y se acomodó en el suelo donde estuvieron sentados ambos, al costado de la mugre, el lodo y algunos cráneos que quedaron incrustados en los muros de tierra. Al lado de ellos, un muchacho se apoyó en sus rodillas mientras el anciano reiteró una y otra vez el frote del pañuelo en su carabina. Sus ojos se concentraron en el pedazo de metal que poco a poco relucía un brillo opaco entre el óxido que cubría al cañón.
—Mira ese muchacho— dijo el hombre del cigarro—, el pobre chico no debe superar los quince años. Carne de cañón para los franceses.
— ¡Hey, muchacho! —gritó el anciano al lado del muchacho—, ¿ansioso de batallar por tu patria y el kaiser, ir a la Francia y joderte a unas francesas?
El muchacho le miró por unos segundos en silencio, y después volvió su mirada al fusil, frotando su cañón. Ambos hombres le miraron con el ceño fruncido, y con sus manos ambos se corrieron unos centímetros del joven, dejándole apartado de ellos. Unos segundos después un hombre corpulento de patillas abultadas pasó al lado del pequeño grupo. Éste se paró al frente del muchacho y le señaló con su dedo mientras gritó, saltando algo de saliva al rostro del joven—. ¡Chico, a la trinchera oeste!, ¡Espero que tengas fuerza suficiente para cargar ese fusil y cargarte a unos franceses!, ¡ahora, vete!
El muchacho le miró con una expresión seria, el casco tapándole parcialmente el rostro, y posteriormente tiró el paño al par de hombres al lado suyo. Se levantó y enmudecido abandonó el muro y empezó a caminar solitario entre la mugre, los cadáveres de ratas, las heces y los rastros de orina y podredumbre, entre las trincheras que se extienden interminables en el gran campo de Verdún. El par miró su silueta desvaneciéndose entre la niebla y ellos, con una sonrisa, miraron al hombre corpulento, el cual abandonó el lugar sin nada más que agregar.
—Hombre, ¿espero que no sea mucho que nos envíen al norte por un par de fusiles sucios, verdad?
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Verdún
Historical FictionLuego de años de llanto y quebrantos, espera y locura, finalmente los hombres de las anegadas y desoladas trincheras de Verdún deciden tomar sus fusiles y machacarse los unos a los otros. En medio de la hecatombe, un pequeño grupo se pierde tras un...