Nieve - Impacto

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Las luces empezaron a apagarse lentamente, y la luz del sol empezó a cubrir, tímida y cautelosa, las calles empedradas de Paris. Unas cuantas siluetas se movían por las calles, trabajadores o mendigos, rufianes u obreros; la ciudad nuevamente cobró vida, al igual que un hombre, quien al sentir los primeros rayos de luz filtrándose en su habitación suspiró y estiró cada extremida, dando un gran bostezo; se levantó para así comenzar la rutina de todos los días. Se vistió de camisa blanca y chaleco rojizo, con un pantalón de tela gris y unos zapatos negros y fue a la puerta de entrada de su pequeña habitación; vio abajo el periódico de todos los días, recogiéndolo y cerrando la habitación nuevamente con llave. El piso rechinaba con cada paso del hombre mientras iba a una pequeña mesa de madera, dejando el diario encima, prosiguiendo a hacer el desayuno de todos los días: un pedazo de pan y una taza con tres cucharadas de café, ninguna de azúcar.

El agua hervida de la oxidada tetera llenó la taza y, tomando un sorbo, el hombre vio alrededor suyo, mirando el anticuado apartamento el cual denominaba "hogar". Papeles manchados de óleo en el piso, lienzos tras lienzos de distintos tamaños en las paredes, y en el atril, un lienzo de tamaño pequeño, el cual se podía ver el rostro de una dama. Tomó otro sorbo y abrió el diario, el contenido de éste, como todas las mañanas.

Pero sus ojos se abrieron más de lo usual al ver lo que estaba leyendo a primeras. Tomó otro sorbo y su lengua se quemó, pero apenas se inmutó. Sus manos tiritaban al apretar el periódico con más fuerza mientras siguió leyendo y, tomando un respiro, pausó su lectura, y miró nuevamente al retrato de la dama; perfil caucásico, con un collar de perlas en su cuello y un vestido de cuello redondo que dejaba al descubierto ligeramente los hombros; la pincelada sobada, casi notándose el óleo que impregnaba la tela, y unos cuantos errores de proporciones, errores típicos de un estudiante.

Volvió al papel, y sus cejas se arquearon con una expresión agresiva, de rabia contenida, golpeando la taza con el plato en un movimiento rápido y torpe. Entonces súbitamente se levantó, dejó el periódico y la taza en la mesa y fue donde el lienzo, tomándolo con las dos manos y apretando el soporte de madera veía el retrato de aquella dama, aquella dama, sólo una dama adinerada, sólo un encargo más, un trabajo frío y agotador... sintió rabia, vigor, fuerza y cólera.

Diez minutos y su taza estaba vacía, al igual que el plato de cerámica al lado de éste. Agarró el periódico al igual que un abrigo colgado de un improvisado perchero, un clavo industrial clavado en la muralla, y antes de salir vio por última vez el atril, vacío. Cerró la puerta con llave, y la habitación quedó desierta, dejando el plato y la taza dentro de la loza sucia que llenaba el lavamanos, la cama sin hacer, ligeramente manchada de óleo y, en donde estaban los lienzos, un montón de maderos destrozados, astillados y tela desmembrada, el rostro de la mujer hecha pedazos.

—¿Dónde estamos ahora? —preguntó Pierre, quien estaba limpiando sus lentes mientras su rifle Lebel estaba sujeto por una correa que envolvía su espalda y pecho diagonalmente.

— Supongo que estamos cerca de la zona de reserva en este punto... llevamos la mitad, supongo, —respondió Anna, quien sujetaba la lámpara con su mano arropada por la manga del traje.

— ¿Tan poco hemos caminado? —dijo Derek, y suspiró. Seguía con el rifle Mauser en sus manos agrietadas y pálidas y caminaba al ritmo de Anna, acercándose lo más posible a la luz.

— Igual no es tan poco —respondió Anna—, dos kilómetros son un buen tramo, pero aún estamos lejos de la zona de artillería, y por el frío no creo que sea posible seguir hacia adelante...

— ¿A cuanto está la trinchera de reserva?

— No sé... espero que aparezca pronto.

— ¿Anna, estás bien? —dijo Pierre mirando a la muchacha—, estás bastante pálida.

VerdúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora