El sonido del metal chirriando fue lo que le despertó; al segundo se escuchó el sonido del vapor comprimido en un fuerte pitido, desvaneciéndose a los pocos segundos al igual que el humo saliendo de las ruedas y entrando sólo un poco dentro de donde estaba él. Abrió los ojos y sintió al lado suyo alguien roncando, otro estornudando y algunos murmurando; el calor corporal del montón de gente contrarrestaba el frío que se sentía en el aire en el vagón de madera sin techumbre, y de los costados varias luces de faroles a gas se prendieron, al igual que algunos cigarros cercanos adonde estaba él. Un grito ronco e intenso le limpió todo rastro de sueño, quien ya estaba listo para saltar afuera del vagón al igual que varios que ya estaban cercanos a la vía del ferrocarril. Bajándose de éste vio a quienes estaban al lado suyo; una docena de hombres de varias edades pero que no se diferenciaba mucho a excepción del corte facial, de alguna malformación genética o producida, o en especial de los ojos que apenas se podían ver en la oscuridad; ojos de cansancio, otros de optimismo, algunos más muertos que vivos y otros con el peso de la guerra en sus hombros.
Otro grito se alzó en el silencio: "¡Gehen, idioten!", exclamó la voz ronca y, junto con toda la muchedumbre, él se limitó a seguir la masa, apenas viendo sus pasos en la noche absoluta. Sentía dolor en sus pies tras algunas horas caminando en un sendero terroso, el polvo impregnando su nariz a causa del arrastre de los pies. Una brisa corría en la fría noche, y entonces él miró en el horizonte unas luces surgiendo en el cielo, a la vez que el sonido de varias explosiones y cómo la tierra temblaba producto del impacto de la artillería enemiga. En ese punto, los faroleros se detuvieron y exclamaron a todo pulmón: "¡Warten Sie den Angriff zu beenden!, ¡Warten Sie den Angriff zu beenden!". Todos se quedaron quietos, mientras veían a la distancia el humo saliendo de la trinchera, los silbidos del morteros a pocos segundos de impactar en el suelo, y los gritos, aquellos ahogados que no se lograban escuchar en donde estaban, pero sí podrían sentirse y hasta imaginarse; aquella batahola que no terminaba de cesar, al igual que la carnicería que estaba ocurriendo en ese momento.
Y entonces parpadeó.
Derek miró con atención la habitación el cual estaba habitando. Sintió que apenas había pasado tiempo desde lo ocurrido anteriomente, y por un momento miró de un lado al otro, para acordarse por qué estaba adonde estaba; aquella duda fue aclarada al ver a la muchacha sentada en la esquina al frente de Derek; aquellos ojos abiertos mirando al vacío, aquella boca cerrada, los labios pálidos y comprimidos, aquella expresión fría, sin rastro de expresión, todo eso generaba un aire de perturbación, como si se hubiese perdido en sus pensamientos. El muchacho suspiró mientras recorrió más allá, viendo un cuarto bien mantenido, constando de tres camas y una hamaca, ambas a las esquinas extremas mirando hacia la puerta y la otra en el centro respectivamente; una caja de suministro vacía servía de mueble para el farol que iluminaba la habitación, dejando las esquinas un poco más oscuras que el resto.
Derek limpió su garganta y miró otra vez a la muchacha, aquella de ojos verdosos, aquella de mejillas redondas, sucias por el sudor y la nieve. Suspiró otra vez y fue donde la cama al frente en donde estaba mirando Anna. Derek la observó por un momento, y entonces abrió la boca.
— Oye Anna... ¿estás bien? —dijo el alemán, mas no recibió respuesta de la muchacha. — Mira, uhh... —intentó decir algo, pero entonces se limitó a respirar. Derek se rascó su cuello y miró hacia sus piernas por un momento, antes de mirarla nuevamente y seguir su discurso— . Sé que es difícil y... mira, sé que es mi culpa por no avisar antes pero... ¡pero tampoco es que supiese que esa mierda de trampa estaría ahí realmente!, no soy un experto, ni menos un adivino de circo, ese pedazo de porquería disparó y joder, ¡fue muy rápido!
La muchacha no contestó. Entonces Derek suspiró, nuevamente enfocando sus ojos en sus pierna, negando con la cabeza, entonces miró otra vez a Anna.

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Verdún
Ficción históricaLuego de años de llanto y quebrantos, espera y locura, finalmente los hombres de las anegadas y desoladas trincheras de Verdún deciden tomar sus fusiles y machacarse los unos a los otros. En medio de la hecatombe, un pequeño grupo se pierde tras un...