Comstock removía la tierra que había sepultado los cuartos de suministros con ayuda del mango de su pesada metralleta con el ceño fruncido, refunfuñando entre dientes mientras entraba ésta por sus ojos. Al liberar un hueco, él suspiró aliviado y empezó a agrandarlo con sus manos, hasta que finalmente hubo un hoyo lo suficientemente grande para que cupiese su cuerpo. Arrastrándose hasta que su cabeza y brazos entraran dentro del lugar, exclamó dentro: — ¡Hey!, ¿alguien vivo acá?
Pasaron unos segundos y nadie respondió. Agitando su cabeza, empezó a retirar su cuerpo del orificio que recién había creado, y dio unos pasos atrás hasta que finalmente escuchó lo que sería un grito... un nombre. Él se rascó su cabeza y empezó a caminar nuevamente donde el montículo de tierra, donde escuchó unas palabras que lo congelaron en ese instante.
— ¡Meri, Meribeth! —gritaba el hombre mientras agitaba su mano con una sonrisa amplia. Ella miró atrás a la distancia, viendo un hombre de facciones delgadas y un bigote que combinaba con su pelo peinado hacia atrás. Ella sonrió igualmente y empezó a caminar rápidamente donde él, tropezando contra la gente que rodeaba la estación de Govan. Él finalmente la alcanzó con sus manos, abrazándola fuertemente mientras acariciaba su pelo
— ¡Mi dios Peter! —Exclamó en sollozos—, ¡cómo has crecido, espíritu santo!.
—Y mírate tu Meri, has quedado más hermosa que antes —respondió con una sonrisa en sus labios.
— ¡No seas tan halagador!, ¡me sonrojas! —dijo en risas mientras levantaba su rostro y le miraba. Sus ojos castaños parecían brillar con la luz de las lámparas eléctricas. Comstock sonrió mientras la soltaba y tomaba su maletín con su mano izquierda, mientras que con la otra arreglaba el cuello de su uniforme de color verde olivo. —Te vez hermoso con ese uniforme, Peter —comentó al verle arreglarse, haciendo que Peter soltara una carcajada leve.
—Muchas gracias, ehm... ¿cómo está mamá? —dijo con una sonrisa en sus labios.
—Ella está mejorándose, espero. Al menos he podido conversar con ella un poco —. Ella negó con su cabeza y suspiró —, aun así no ha podido levantarse de su cama. El doctor Gilliam dijo que no podía hacer mucho más allá de disminuir el dolor pero...
—Shh... —chistó mientras se inclinaba adelante para abrazarla, su mano izquierda acariciando su pelo—, no te preocupes. Ella es fuerte, y no se rendirá tan fácilmente como siempre lo ha hecho.
—Comstock —respondió entre sollozos, sus manos colgando sobre los hombros de él—, lo sé... pero siento que no podrá resistir esta vez. Si ella llega a morir, no estaré con nadie más... estar sola... imagínate, yo-
—Meribeth... —interrumpió Peter con un suspiro— no estarás sola, ni hoy ni en mil años. Ella te acompañará en todas partes, al igual que lo ha hecho conmigo... y aparte, igual es una semana, así que habrá tiempo para que ambos compartamos un rato antes.
Un chirrido agudo sonó en todo el salón subterráneo, y entre lágrimas, Meribeth sonrió y acercó su cabeza al pecho de Comstock. Él, sonrojado, miró con más atención a su hermana, cuyos ojos eran más cercanos al verde que al castaño, con rulos que llegaban a la altura de sus hombros y que habían adquirido un color más oscuro que el de su hermano. Sus labios pequeños se estiraban con una gran sonrisa que le hacía denotar más sus mejillas adornadas con pecas. Él entonces acarició su pelo y después la soltó, dio un paso atrás y observó su falda blanca de una pieza que caía hasta la altura de sus tobillos, sus pies con unos botines puntiagudos cuyo taco le hacían aumentar de altura hasta el cuello de Comstock. Meribeth, con una sonrisa, ofreció ella su mano, el cual Peter tomó entre risas, mientras con la otra mano llevaba el maletín. Ambos desaparecieron entre el vapor que empezó a inundar el metro.

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Verdún
Ficción históricaLuego de años de llanto y quebrantos, espera y locura, finalmente los hombres de las anegadas y desoladas trincheras de Verdún deciden tomar sus fusiles y machacarse los unos a los otros. En medio de la hecatombe, un pequeño grupo se pierde tras un...