Niebla - Anécdotas

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— ¡Que te digo, me gusta mucho las flores y las mariposas! —dijo una voz aguda en francés mientras un casco con una punta en medio de éste se movía suspendido por la mano derecha de un hombre—, ¡y claro, mi sueño es tener algún día una falda floreada de claveles, un diario de vida para narrar cómo riego las flores todos los día, cocinar la comida, hacer el aseo del hogar y tantas aventuras excitantes que me hacen ta-a-a-an feliz! ¡Cómo me gustaría--

— ¡Que te comportes como un hombre, Guhenchardemaninehhernû! —interrumpió otra voz aguda, proveniente del mismo lugar; un casco adornado con laureles en un grabado con una placa de acero en medio suspendido en el aire por su mano izquierda impactó el otro casco fuertemente, y el otro empezó a retroceder agitándose por todos lados, sollozando con un tono agudo que sacó risas a los espectadores de tal show.

— ¡Buaah!, ¡sólo quería un vestido para mí-i-i!, ¡Buaah! —replicó entre chillidos y sollozos mientras se agitaba el casco afuera de la escena, no sin antes recibir otro casco del casco francés. Todos los presentes empezaron a reírse mientras el actor liberó una carcajada grave y ronca que inundó el bunker. Un hombre entró al bunker, con ojeras predominantes y una risa apagada, alzando la vista para ver cuál era la causa de tal alboroto. El actor agitó su cabeza y tiró el casco alemán afuera del bunker y se puso el suyo nuevamente en su cabeza. "Guhenchar-blah-blah, ¡cómo se le ocurrió eso!" comentó un soldado sonriendo, se levantó y antes de salir liberó una carcajada animosa. El hombre que recién había entrado se acercó al francés y se sentó al lado de él y sacó un cigarro depositado anteriormente en su oreja mientras con la otra mano sacó en uno de los bolsillos del arnés un encendedor, prendiendo el cigarro mientras el francés miraba al hombre con atención la barba que pasaba sus patillas y el bigote, dejando casi rapado la barbilla, el pelo desordenado y la mirada apagada del hombre al lado suyo.

¡Bonjour Monsieur! Comment avez-vous passé ce jour? —dijo en su voz natal, mientras el hombre giró lentamente su cabeza hacia el hombre.

—No entiendo ni mierda de lo que me ha dicho —respondió con un acento escocés marcado, expeliendo el humo en la cara del francés, haciéndolo retraerse mientras agitaba su mano para esparcir el tabaco que había inundado sus pulmones.

— ¡Ah!, pues no se preocupe —dijo con una risa en un acento inglés distorsionado por su marcado acento francés— sé escocés, inglés y francés de igual manera!... Ehm,  eso significaba buenos días señor, ¿cómo la ha pasado hoy día?

 —No me importa cómo se pronuncia o qué significa —respondió bufando un poco por su boca—, y tampoco te recomiendo hacerte amigo de todos, así que te recomiendo que pares con tus bobadas y de ser tan gay.

— ¡Oh! —respondió con asombro el francés, y después liberó una risotada que inundó el bunker, haciendo girar a algunos curioso su cabeza a ambos—, eso es algo que nos caracteriza señor, así que no me molesta nada su comentario; por cierto, ¿no habrás visto si ya han servido las raciones?. El escocés respondió con una carcajada de igual manera, moviendo su cabeza mientras exhalaba el humo de su cigarro.

— ¿Dime chicos, quién carajo contrató a este tipo? —dijo con una voz sarcástica a la gente, haciendo que el francés hiciera una mueca al darse cuenta de la actitud burlesca y confiada del escocés—, ¡pues veo acá a una chica barbuda por acá!, ¡mándenlo a un circo de fenómenos o algo así! 

La multitud estalló en risas mientras lentamente unos pasos se dirigían en dirección a él. En un segundo un puño se liberó, impactó el rostro del escocés, dejándolo en el suelo, atontado. Todos miraron al unísono la escena y lentamente la gente empezó a alejarse del francés que quedaba en pie al lado del hombre. Cuando alzó la vista, el escocés vio una sonrisa que denotaba su bigote abultado y sus pómulos enormes que combinaban su rostro.

— ¡Y así me acuerdo cómo te conocí! —respondió animado el francés, trotando con su rifle Lebel 1886 al lado de Comstock, hacia el norte.

 —Acepta que ese combo lo diste porque estaba tonteando —replicó Comstock con un gruñido, mientras escupía el tabaco en su boca—, si nos hubiésemos metido justamente sería otra historia distinta.

—Pero no fue así, y al final el que quedó en el piso fuiste tú —dijo animado mientras escupía igualmente en el suelo.

—En fin... al igual que yo escuchaste ese estruendo por el norte, ¿verdad?

— ¿Quién no lo habría podido escuchar? —dijo el francés, disminuyendo la velocidad mientras miraba alrededor suyo frunciendo el ceño—. Espera un momento...

— ¿Qué ocurre ahora? —respondió mientras se paraban al lado de él.

— Está muy silencioso... —. El francés miró a Comstock con levantando una ceja. Ambos quedaron en silencio, sólo oyendo la brisa que corría a travez de la trinchera.

—Bueno, eso debe ser porque la mayoría decidió escapar al este, donde todo es más seguro —respondió Peter mientras agitaba su cabeza.

—Pues eso es lo raro... habría toda una batahola dando aviso... pero no he oído nada.

—Prefiero no pensar eso —replicó Comstock apuntando su dedo al francés—, no quiero ponerme ya más loco de lo que estaba antes.

—Si lo dices —respondió musitando el francés, mientras ambos reanudaban la marcha.

Dos figuras caminaban en medio de la niebla, sus siluetas se difuminaban a lo largo de las trincheras que se extendían como un laberinto de tierra, lodo y cenizas, una mortífera trampa que en sí parecía cobrar vida mientras la niebla seguía inmutable, envolviendo todo en una atmósfera pesada, opresora. Y en la frontera del campo de batalla, entre la Triple Entente y la Alianza Central había en medio una nube oscura que se alzaba hacia el sur, cuyo origen remontaba a una sección de las trincheras. Una silueta se alzaba mientras unos jadeos se escuchaban al moverse. 

— ¡No te acerques imbécil, o te pego un tiro! —vociferó una voz femenina en medio de la niebla. Era Anna, que con el pesado fusil apenas podría levantarlo para que la mirilla quedase a la altura de sus ojos. Su dedo índice acariciaba el gatillo nerviosamente mientras sus ojos tiritaban al frente, a la niebla que no le dejaba ver más allá de veinte metros. La espera fue agónica, ella ya empezó a bajar el fusil por el cansancio, pero seguía mirando allá. 

Entonces vio a la distancia una silueta que se acercaba lentamente entre la niebla y el humo negro que se esparcían en la zona. — ¡No te acerques por favor, o si no estaré obligada a volarte los sesos!— gritó Anna con una voz temblorosa. Agitó la cabeza mientras no podía ver nada, y la silueta seguía acercándose a ella. El gatillo estaba a medio apretar. Sus extremidades tiritaban inconscientemente mientras su respiración era agitada. Congelada en el lugar, veía cómo la agónica marcha de la silueta empezó a inundarla más del terror que ya estaba experimentado.

— ¡Para, por favor, para, para! —gritaba Anna entre sollozos, y súbitamente la figura penetró la niebla. Sus ojos en ese momento se congelaron, vieron un torso destrozado, con pedazos de carne colgando en su toga, un brazo con una fractura expuesta en su radio izquierdo y ambas manos con todos sus huesos rotos y uñas destruidas. Anna estaba congelada, viendo el rostro descompuesto de un chico moreno de pelo corto, mientras unos anteojos rotos colgaban de uno de las cuencas de los ojos.

Ave María Purísima, sin pecado concebida
Ave María Purísima, sin pecado concebida
Ave María Purísima, sin pecado concebida
Ave María--
*BANG*

Anna agitó la cabeza fuertemente mientras algo la sostenía en sus hombros. Ella empezó a gritar y a llorar, mientras su rostro de desfiguraba por el miedo y la pena. Sintiendo que algo suave era lo que estaba sujetándola, giró su cabeza y vio un rostro de tez blanca con un rostro delgado, un bigote que adornaba sus labios y sus ojos castaños que le miraban con un brillo intenso. —Tranquila... no te preocupes, estás a salvo —respondió el joven soldado, manteniendo ambas manos en sus hombros. Llevaba un uniforme de color verde olivo bastante limpio en comparación a la de Anna, y en su rostro se notaba un gesto de profunda preocupación. Al parpadear, Anna dio nuevamente un vistazo, y ya no era ese hombre el que le estaba mirando.

—Oye, ¿qué mierda te pasa, pequeña? —dijo Derek, quien estaba al frente suyo —, ¿acaso te volviste loca que estabas viendo algo ahí?.

Un puño rápido a su nariz fue lo que recibió de respuesta.

VerdúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora