Lluvia - Fé (II)

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Que.

¿Qué ha sido todo eso?

¿Es un susurro... o acaso eres tú?

No... Sí... sí eres.

Eres aquel que siempre estás a mi lado.

Eres aquel que, cuando fue el día el cual lloré tras su ida, grité y maldecí a los cuatro vientos, mi voz desaparecía en el aire, el aire que tú inhalaste y lo convertiste en silencio.

Eres aquel que, en aquel día cuando yo y muchos más caminamos hacia un futuro incierto, estabas ahí mirándome, mirándonos, caminando al lado de nosotros, pero con la sensación de que estabas lejos, y a la vez cerca. Esa ambigua sensación de inseguridad, de duda; sentí que me estaba acompañando incluso antes de que sucediese todo, y tú mirándonos.

Eres aquel que hace algunos meses te presentaste mientras jugaba con mi amigo en el bosque. Estaba sentado encima de un árbol seco, y en el tronco hueco él se escondía y yo, fingiendo ser un animal salvaje, intentaba atraparle con mis mayores esfuerzos, mas él sabía mejor desenvolverse en la naturaleza que yo. Estabas ahí, mirándonos, mirando cómo jugábamos felizmente.

No sé qué ha pasado, antes estabas ahí, pero ahora sólo miras.

Miras nuestras caras empapadas en sudor, manchadas con tierra y sangre, nuestros rostros desfigurados de terror, dolor, ira. Miras inclusive las caras pálidas de los hombres cuya alma se han desligado de su cuerpo, o peor, de aquellas masas de carne esparcidas por el campo de la batalla, aquellas que antes eran consideradas "seres humanos".

Estás tan cerca y tan lejos, y no paro de mirarte, de sentir un pequeño rencor que nace de lo profundo de mi alma... ¿Por qué no te unes? ¿Por qué no caminas con nosotros y sufres al igual que todos, o acaso tienes miedo de perder la vida? La guerra es un sin sentido, pero la batalla por la supervivencia marca al ser humano en un pacto de carne, hecha por un hombre y una mujer. Sentir el aire por nuestro pulmones, el corazón latir, nuestros dedos moverse, nuestro ojos ver... ¿No lo sientes, o se te hace indiferente? ¿Por qué...?

¿Por qué no sientes? ¿Por qué sólo miras?

Virgen María, cúbreme con tu manto, que tengo miedo. Consuela mi llanto, madre mía...

Espíritu Santo, dame fe, dame fuerza y dame valentía para superar este infierno en la tierra.

Santo Padre, dame sabiduría, guíame el camino para seguir la luz y no las tinieblas.

Jesucristo, lléname de luz, a tu ciervo, para que sea amor en medio del odio y la muerte.

Tengo miedo... tengo miedo...

Al abrir los ojos, Anna se vio arrodillada al frente del pequeño farol de aceite que iluminaba débilmente el cuarto, ambas palmas juntas mientras su codo descansaba encima de la mesa donde estaba el farol. Ella se levantó y giró para ver la improvisada cama hecha de cajas de suministros y algo de madera enchapada, cubierta en un manto roído y sucio, el cual yacía Derek respirando profundamente, con sus ojos cerrados. Ella suspiró, agitando su cabeza, y vio su pierna, la cual ahora estaba entablillada de manera improvisada, usando su propia chaqueta como telar y unos trozos de madera del mismo muro. Sentándose otra vez en un taburete de madera mojada y trizada, cruzó sus brazos y sus ojos se clavaron ante el alemán, suspirando a la vez que él lentamente abría los ojos.

Lo primero que sintió Derek al despertar fue su pierna, más rígida de costumbre, y al mover sus ojos para examinar dónde estaba, sus ojos se detuvieron en la chiquilla la cual le miraba con ojos melancólicos de prominentes ojeras. Un sonido gutural fue su reacción, tomando un respiro y cerrando nuevamente sus ojos. El silencio entonces tomó su lugar, una sensación lúgubre pero de algún modo pacífica emanó en la pequeña habitación; ella entonces suspiró y quebró la paz con una voz desgastada pero suave:

VerdúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora