Niebla - Agonía (I)

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Los ojos de Derek se abrieron lentamente, así mismo el dolor empezó a renacer en su cuerpo, comenzando por su cabeza, la cual agarró inconsciente mientras un gemido salió de su boca y sintió la presión de sus dientes apretándose. Él intentó levantarse, pero al sentir sus piernas él abrió su boca mientras su rostro se desfiguraba por el dolor. Cerrando los ojos, algunas lágrimas caían por su rostro mientras agarraba ahora su pierna izquierda, su tobillo algo más arriba de lo normal. Él respiró hondo y cargando su peso a tal lugar de su pierna, un crujido sonó y él gritó de manera descarnada, su espalda cayendo al suelo mientras respiraba agitadamente, mordiéndose la muñeca.

Mientras permanecía en el suelo, tratando de soportar el dolor, él abrió sus ojos e inclinándose hacia arriba nuevamente, liberando un gemido en el proceso, vio alrededor suyo y notó las murallas enchapadas de madera en el hoyo en el que estaba. Apoyando sus manos, él se levantó apoyando su rodilla derecha y miró ahí la densa niebla que cubría el lugar, el olor a metal quemado, las quemaduras del suelo al frente suyo y en la distancia, un cuerpo que yacía en el suelo. Derek empezó a cojear mientras que con una mueca él se ajustó el casco nuevamente a su posición original, tapando en parte su visión.

Mientras caminaba, su pie derecho tropezó con algo en el suelo, haciéndole caer, por lo que dirigió su cuerpo al muro enchapado para aterrizar con su hombro. Él miro abajo y sus ojos se abrieron mientras temblaba al ver lo que sería un brazo calcinado con la manga de su camisa ennegrecida. Él apartó la vista mientras tapaba su boca, y vio nuevamente en el suelo, viendo una mancha de sangre esparcida cerca del agujero que estaba pasando entre la trinchera. Al mirar al frente inspeccionó con más atención a otro cuerpo que yacía en el suelo, el cual era más pequeño de lo común... y de forma más curva. Otro paso en falso le hizo caer con la rodilla izquierda, gimiendo mientras decía maldiciones  a la nada. Vio al frente suyo otro  pedazo de lo que sería un torso parcialmente unido por un hombro cercenado, aún con la chaqueta, quemada y desgarrada por la explosión, tapando tal pedazo. Él intentó moverse rápidamente afuera mientras intentaba no vomitar, pasando el lugar el cual olía a carne quemada.

Mientras apoyaba su cuerpo al muro, avanzando paso a paso a donde estaba el cuerpo, vio al extremo del otro muro, viendo escritos y rasgaduras de, supuestamente, otros soldados que pasaron del lugar, y su cuerpo empezó a estremecerse mientras se acercaba más a la figura que yacía en el suelo. Su respiración se tornó ligeramente más acelerada, y al llegar él acercó su mano mientras ponía una rodilla en el suelo, pero luego la apartó. Sus ojos entrecerrados a la figura que, inmóvil, permanecía boca abajo, con el casco tapando su rostro.

Él mordió su labio y con ambas manos rápidamente giró el cuerpo boca arriba, abriendo su boca mientras veía, con sus ojos abiertos y titilantes, un rostro suave y magullado de ojos cerrados con pestañas grandes, cuyo pelo tapaba su frente y sus mejillas, al igual que su rostro, estaban pálidas. Derek agitó la cabeza y examinó el cuerpo a detalle, sacando cada rastro de munición o ración que estuviese en sus bolsillos, sin éxito... sin embargo, al agarrar el bolsillo del pecho, notó que había un relieve debajo de éste.

Derek tomó su cabeza, mirando el cuerpo en frente suyo y, agitando su cabeza, con sus dedos empezó a desabrochar el uniforme que, ya a primera vista, veía que le quedaba más grande que su cuerpo mismo. Sus sospechas fueron confirmadas al ver que vestía una camisa de lino, y los pequeños bultos en su pecho eran senos. Él agitó su cabeza y miró a sus lados, sólo viendo la densa niebla, escuchando nada más que su respiración y el sonido del viento que movía levemente su chaqueta.

Entonces él miró a la mujer al frente suyo con los ojos entrecerrados por unos segundos. Acercó su oreja a su pecho y empezó a escuchar. El silencio lúgubre de las trincheras parecía congelar la escena que, alrededor del devastador paisaje de la zona de nadie, exponía aún más su espíritu adrementador y destructivo. El silencio de la eterna paz... El silencio de la muerte... y entonces, un latido.

Un latido, Derek, con la oreja en el pecho de la mujer, pareció oír sólo un latido, y sus sentidos se agudizaron, sus manos empezaron a tiritar. Desabrochó su cinturón y corrió la chaqueta afuera de su torso. Juntando ambas manos en el esternón de ella, él empezó a hundir el pecho de la mujer a un ritmo acelerado. Uno, dos, tres, la respiración se tornó agitada; ocho, nueve, diez, rostro oscuro como el carbón; quince, dieciséis, llamas subiendo, consumiendo todo a su paso; veintitrés, lluvia que caía sobre un ataúd de madera; veintiocho, lágrimas, lágrimas, lágrimas...

Treinta.

Tapó con sus dedos la nariz de ella y encerró su boca con la suya, expeliendo con fuerza su aire a ella, haciendo subir y bajar su estómago por el aire. Nuevamente repitió el paso anterior, mientras la niebla envolvía a ambos de manera más densa. Derek alzó su vista de nuevo y, con sus manos en el esternón de ella, empezó a empujar su pecho otra vez. Sentía su cuerpo acelerarse, la adrenalina corriendo sus venas. Él tomó su casco y golpeó con ella su cabeza fuertemente, posteriormente tirándola al lado suyo; escondió su cabeza entre las rodillas, tomando su cabeza a la vez que un llanto se escuchaba en medio del silencio.

El cuerpo seguía inmóvil en el suelo, y unos segundos después Derek se reincorporó; limpió sus lágrimas que habían salido de sus ojos, y nuevamente tapó su nariz. Con su boca expelió su aire al pulmón de la joven, mientras la niebla empezó a encerrarlos aún más y más. Entonces paró y empezó a notar que sus manos tiritaban; sintió su cuerpo más débil, su cabeza dolía, su cuerpo temblaba y sus ojos se entrecerraban. Intentaba alzar su cabeza pero no podía, y entonces, en un vacío que llenó su mente, sus ojos se cerraron. Su cuerpo cayó al suelo con pesadez, al lado de ella, boca abajo. La brisa siguió soplando arriba de ellos.

Entonces unos ojos se abrieron. El peso de la tierra no le hizo menos débil y desde un bulto de escombros resurgió la figura de Comstock. Gruñendo, él salió de la tierra y empezó a sacudirse la tierra que cubría su traje. Dándose la vuelta, vio enterrada el cañón de la metralleta y tomándola de ahí la desenterró bruscamente. Entonces se giró al este y frunciendo el ceño sólo el silencio fue la respuesta a sus dudas. Él entonces sacó de su bolsillo de la chaqueta otro cigarro y con el fuego que consumía un cuerpo en llamas, atrapado en la alambrada él prendió su cigarro, inhalando y exhalando el tabaco que llenó sus pulmones, y con una marcha lenta empezó a caminar nuevamente al norte.

VerdúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora