Algo corría extenuante entre el fango de la trinchera del oeste, del frente germano en medio de los campos destruidos de Verdún que estaban ocultos por la niebla. La figura humana corría rápidamente, atravesando las trincheras germanas las cuales eran más organizadas y más pulcras que el otro frente, y con un ágil salto escaló la muralla de tierra y madera y empezó a cruzar la zona de nadie con la mayor velocidad posible. Los cráneos fueron aplastados por sus botas , el estambrado rasgó sus pantalones, la gran posibilidad de que algún bunker francés lo tuviese en la mira, todo eso estuvo presente, pero aun así no se detuvo. Entonces él divisó un montículo de tierra directo dentro de la trinchera y saltó hacia él, cayendo firme a suelo francés, y con ello un suspiro que le hizo rápidamente caer al suelo, mientras trataba de recobrar su respiración normal.
Entonces sintió un estruendo, proveniente del sur, y él abrió los ojos. Mordió su labio inferior mientras acariciaba el cinturón en busca de su funda, sacando de uno de los bolsillos una cruz de madera, la cual besó y la mantuvo en sus labios; con la cruz en su boca, él empezó a caminar en dirección al humo negro que se esparcía por los aires. En su marcha veía los estragos del último ataque: trincheras hundidas, destruidas, pasos cortados... pero no había ningún cadáver, ninguna mancha de sangre. Tal vez eso era lo que más temía, pues sus ojos tiritaban mientras sentía el frío viento corriendo por sus orejas, congelando su cuello como el filo de una daga, y abría y cerraba los ojos. Recordó el miedo, el golpe en su cabeza, las desagradables risas y palabras que no entendía de las bocas alemanas, el filo de los cuchillos en su cabeza, pecho, extremidades, el hambre, y lo que más le daba escalofríos, el presentimiento de que le alcanzaría la muerte en el momento menos pensado.
Así se movió el hombre, a paso lento, mientras mordía la cruz, pero de pronto algo sintió en sus ojos y movió su cabeza con un gruñido. Sacó los lentes que tenía puesto y los empezó a limpiar, mientras veía en su reflejo el casco alemán que tenía puesto, como el medallón de la forma de una cruz pate en el cuello de la chaqueta.
Entonces una gota cayó del cielo, sólo una, el hombre jadeó sorprendido. Vio al cielo y sintió otra en su nariz, haciéndole estornudar; entonces reanudó su marcha y empezó a sentir más gotas cayendo en sus manos, en la chaqueta; veía las gotas al frente, a su costado, arriba, atravesando la densa niebla que poco a poco se desvanecía, y, en cambio, empezó a marcar presencia una ausencia de luz tenue en las trincheras.
Anna respiraba levemente con sus ojos cerrados mientras Derek abría los suyos, notando que en su pelo algo estaba mojándolo. Un escalofrío corrió por su cuerpo mientras pensaba la razón de la humedad, pero sintió una gota que caía a sus manos. Miró al cielo y vio la llovizna, e intentó levantarse, pero el dolor de su pierna no permitió incorporarse con facilidad, tomando un respiro profundo mientras veía a la muchacha.
—Hey, chiquita, oye, tonta, levántate —decía Derek mientras alcanzaba la mano a las mejillas de Anna, golpeándola levemente para que ella despertarse. Cuando ella empezó a recuperar la conciencia, Derek accidentalmente se inclinó más adelante de lo que podía y cayó encima de ella, su pecho aprisionando el rostro de ella.
— ¡Que-es lo que te sucede, pervertido, promiscuo! —chillaba Anna mientras se levantaba, empujando a Derek a un costado y mirándolo con una mueca de asco, sin importar las gotas que del cielo caían lentamente.
—¿Qué es lo que te sucede?— respondió tranquilamente Derek mientras intentaba otra vez en levantarse, gimiendo mientras caía su trate al suelo sin éxito—, si fue un accidente y nada más. No tengo mis dos piernas disponibles si no lo notaste, descerebrada.
— ¿Yo?! ¡Estás mal de la cabeza, bruto! ¡Ni tú ni nadie tiene derecho a tocarme de esa manera! —dijo Anna en voz alta mientras ajustaba su casco y agarraba su fusil del suelo.

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Verdún
Historical FictionLuego de años de llanto y quebrantos, espera y locura, finalmente los hombres de las anegadas y desoladas trincheras de Verdún deciden tomar sus fusiles y machacarse los unos a los otros. En medio de la hecatombe, un pequeño grupo se pierde tras un...