La Espera - Una canción eterna.

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El muchacho caminó en medio de las angostas trincheras de Verdún, yendo hacia el oeste con presura, topándose con los otros soldados que iban a la dirección contraria. Su estatura más baja que el promedio no le hacía menos inamovible en su marcha que, a paso rápido y con las manos en los bolsillos de su chaqueta, no se detenía, aun sabiendo que mientras más cerca del oeste, según lo que se contaba en la trinchera alemana, más estaría cerca de la muerte.

Sus ojeras predominantes, ojos grandes, cara larga y angosta, pómulos hundidos y su rostro carente de barba eran parcialmente escondidos por un casco que le quedaba más grande que su cabeza, pues tapaba sus ojos superficialmente hasta la mitad. El muchacho siguió caminando hacia el oeste, y el transcurso podía oír más de cerca el golpe de las botas que impactan el piso, los gemidos de los heridos, las risas nerviosas, una canción...

— Una... ¿canción? — díjose a sí mismo, y a paso acalorado él trataba de perseguir el sonido que emergía al norte. Tropezando entre los fusiles y las espaldas de los soldados, supo que lo que escuchaba era auténtico al contener una melodía placentera, distinto del ritmo monótono de las marchas militares que ocasionalmente sonaban en las trincheras. Cuando llegó a la fuente de tal melodía, se encontró con una pequeña muchedumbre, el cual aplaudía acorde al sonido armonioso que salía de una flauta y un par de cascos. El muchacho se quedó mirando el espectáculo serio, tragando un poco de saliva y tratando de no dejar caer el moco de su nariz con una inhalación, mientras ellos cantaban armoniosamente al ritmo de un vals:

»Acá nos matamos de hambre,
  ratas, polvo y nada más,
  cómo me gustaría disfrutar de un café,
  leyendo en la paz de mi hogar.

  Recuerdo el olor de las flores
  saliendo desde mi acogedor jardín
  y tú, regando aquellas
 con la risa más bella que ví.

  ¡Pues sí, te extraño mucho,
  cómo desearía volverte a ver,
  tu risa resuena en mis sueños,
  yo tan sólo quiero volver!

  ¡Pues sí, te extraño mucho,
  dama de mi corazón,
  que entre esta pesadilla abismante,
  te dedico esta eterna canción!«


Un hombre ajeno le golpeó en su hombro mientras veía el espectáculo. El muchacho volteó y le dio una rápida mirada a aquel que le había perturbado. Vio en su rostro de felicidad un sentimiento de felicidad contagiosa, pero el muchacho simplemente lo pasó por alto... Sin embargo, sintió un nudo en su garganta, y entonces acarició nerviosamente dicha zona mientras sus ojos se apretaban intentando contener las lágrimas que lentamente salían de sus oscuros ojos, hasta que finalmente respiró profundo, conteniendo su reacción.

Lentamente empezó a acercarse más donde los músicos, pero la muchedumbre dificultaba el camino. Cuando estaba cerca del centro de ambos músicos, vio cómo de repente la música paró de golpe. La figura de un hombre corpulento que estaba atrás de todo el gentío se destacaba sobre el resto por su gorro ornamentado con laureles y una punta alzándose en la parte superior del casco; dicha presencia fue lo suficiente para que todos los presentes mirasen atrás al unísono; todos excepto el muchacho. El hombre corpulento, de prominente barba, ojos arrugados y cejas abundantes que rozaban la parte superior de sus ojos, pasó entre medio de ellos, mientras todos le miraban con los ojos abiertos, algunos tiritando, otros sonriendo nerviosamente, y los dos músicos mirándole con la boca abierta de incredulidad.

El muchacho, al igual que todos los soldados, escucharon el súbito golpe de una cachetada a ambos soldados, y posteriormente a uno de ellos le agarró del cuello, viéndole retorcerse en el aire mientras el otro le miraba con los ojos abiertos, tragando saliva mientras tiritaba y guardaba sus manos en las piernas. Con el puño derecho apretado, el del casco finalmente soltó al otro, al músico que aterrizó precipitadamente al suelo, liberando un gemindo. "¡Holgazanear no es lo que deben hacer acá, ineptas ratas de alcantarilla!, mientras están acá divertiéndose desvergonzadamente en el campo de combate, hay hombres que dan su vida por su patria al frente de batalla!", gritó el hombre corpulento con una voz ronca y desagradable, y entonces empezó a pasar entre medio de la multitud... sin embargo, en medio de todos, el corpulento hombre se topó con el muchacho, mirándole con el ceño fruncido, los ojos rojos de rabia. El muchacho, lejos de amedrentarse, se limitó a quedarse ahí, sacando un cigarro del bolsillo superior de su chaqueta y poniéndoselo en su boca. Todos los soldados, viendo el gesto, reaccionaron de distinta forma: algunos agitaron la cabeza, otros suspiraron, otros se tomaron el rostro para tapar sus ojos, pero el hombre fornido simplemente sonrió, para sorpresa de algunos.

—Hey tú, marica, dime tu nombre—, dijo sonriente el hombre.

—Derek Rauffenstein—, dijo el muchacho, mientras del mismo bolsillo sacaba un encendedor.

— ¿Crees que parándote de ahí te ves más valiente que el resto, schwule?— respondió con una sonrisa maliciosa, arqueando las cejas y dando un paso adelante. El muchacho negó con la cabeza, encendiendo el cigarro y empezando a fumar.

—Mirad bien, hoy es tu día de suerte, pues te trasladarás a la zona de nadie con estas dos ratas a buscar provisiones— dijo sonriendo mientras golpeaba con la palma de su mano la cabeza del muchacho fuertemente, haciendo sonar el casco—, espero que no te atrases o te escapes, pues de una u otra manera terminarás como diana de práctica para esta noche. ¿Entendiste?

El muchacho asintió sin decir ninguna palabra más, expeliendo humo desde su boca, mientras que el resto de los soldados le miraron con una mirada cargada de tristeza, algunos suspirando y otros dándose la vuelta rápidamente para abandonar el lugar. Uno de los músicos, el cual cargaba una metralleta en sus hombros y poseía la flauta, empezó a sollozar mientras sus manos quitaron la tierra que había manchado su uniforme por la caída, mientras el otro agitaba su cabeza y apretaba los ojos con la palma de sus manos. El hombre corpulento dio un rápido vistazo antes de escupir las botas de Derek, y pasó al lado de él en silencio. Sin embargo, en un giro rápido, dió una patada directa a la columna del muchacho, estabilizándolo y finalmente cayendo al lado de los otros. El hombre corpulento se alejaba del lugar sonriendo, murmurando en una alegre melodía de vals:

»¡Pues a ti no te extraño nada,
   pobre bastardo sin dios,
   que entre balas, morteros y gases
   destruirán tu eterna canción!.«

VerdúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora