𝕕𝕠𝕤.

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Richie y Eddie mantenían charlas en el comedor del hospital cada jueves y viernes que el pequeño castaño ingresaba a su chequeo médico rutinario. Casualmente no podían compartir bocadillos porque Richie seguía una dieta que no alterara la sensibilidad de su dermis.

―En mis manos tengo dos tipos de semillas, escoge uno y si describes cuál es, te lo puedes comer ―le dijo a Richie poniendo sus puños cerrados frente a él.

―Oh, vamos, debe haber una recompensa mejor a ésta pequeño Eds ―respondió mirando los puños del otro como si fueran un chiste de mal gusto.

―Anda, sé que te va a encantar, es más, pongo una más para que sean dos ¿qué dices?

Él pálido pretendió pensarlo con seriedad, y con una risa final señaló la mano izquierda de Eddie, exclamando con duda que era una semilla regordeta de color café avellana, con cáscara suave y de sabor sutilmente dulce. La abrió y escondía una almendra. Richie amaba las almendras porque era un puerco ; le encantaba meterse varias a la boca y masticarlas hasta obtener una mezcla asquerosa y enseñarla mientras desayunaban.

Le miró con los ojos brillantes y con la punta del dedo pulgar e índice, Eddie tomó la parte regordeta de ésta; Richie con los mismos dedos la tomó de la punta lentamente y se la llevó a la boca. El asmático acercó al plato contrario la segunda almendra que le prometió antes.

―Oye, Rich... ―el aludido murmuró un «ajá» sin dirigirle la mirada, estaba concentrado en su almendra;― ¿cada cuándo vuelves a casa? Digo, solo vengo jueves y viernes, me imagino que vivir en un hospital está del asco.

―Cada mes tengo diez días de descanso y puedo regresar, aunque no es como si me gustara ir allá, solo me la paso aislado en mi cuarto encima de mis sábanas de plumas naturales, para nada dura, leyendo cómics.

Lo dijo con una mueca de asco, se balanceó hacia atrás en su silla y cerró los ojos con una sonrisa. Ese día Richie llevaba unos pantalones de algodón negros bastantes holgados, una camisa blanca fajada y un suéter enorme de color gris que tenía las mangas remangadas hasta sus codos, unas pantuflas negras que tenían ya su nombre bordado y una pulsera roja en su mano izquierda.

El chico pálido no solía vestir colores llamativos, siempre se limitaba en diseñar ropa negra, gris, blanca y azul oscuro, porque según sus nervios esa tela era más fácil de encontrar y más barata.

―En lo personal, creo que eso suena bastante bien. Estar recostado, haciendo nada sin que nadie te moleste... Lo que yo daría porque mi madre no me llevara con ella a sus talleres de baile o simplemente me pudiera quedar sin hacer deporte cada semana.

Richie por su cuenta, no respondió nada y en la cabeza de Eddie hizo clic la situación. Musitó un perdón, llevaba conociendo a Richie tan solo unos siete meses y había veces en las que olvidaba por completo el motivo de que él tuviera que pasar mucho tiempo en el hospital, para poder mantenerse vivo, a pesar de lo saludable que se notaba.

―Bah, no pasa nada. Es agradable estar en casa solo ―susurró despacio mirando en dirección a Eddie, le quitó la manzana que tenía junto a su jugo y le dio una mordida―, ya sabes, tengo una enorme ventana en frente de mi cama y un árbol me da el oxígeno necesario para no ahogarme con mis cigarrillos mientras escucho mis canciones favoritas. Escuchar música es más relajante de lo que crees Eddie, no me quejo.

Dejó la manzana justo donde había estado y se cruzó de brazos, Eddie notó una mancha que figuraba ser un árbol de color carmesí, parecía que en cualquier momento iba a brotar sangre de ahí, miró hacia abajo y ocultó sus manos en la sudadera azul que traía. Acercó su mano enfundada en la prenda a su antebrazo y Richie miró la acción, retrocedió bruscamente pero al segundo se relajó y dejó que tocara la macha.

Piel escrita // reddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora