𝕔𝕚𝕟𝕔𝕠

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Los domingos acompañaba a su madre a misa. Ese día no fue la excepción, y al final de ésta Eddie tuvo que pasar a la farmacia por medicina para la señora K. Ahí se encontró a una pelirroja bastante animada.

―Eddie, cariño ―saludó Beverly al mismo tiempo que abrazaba al chico por la cintura.

―Hola Bev, ¿qué haces acá? Pensé que se habían terminado tus manías por robar cigarrillos

―Ay no puede ser ―comenzaron a reír y la pelirroja le golpeó el hombro―, solo vine a comprar unos preservativos.

Eddie sonrió pero en seguida se tapó la boca con ambas manos poniendo los ojos chinitos. Beverly carcajeó por la acción y tomó la mano del chico para entrar a la farmacia. Eddie le dio el papelito al encargado y esperó junto a la chica mientras ella ponía en una canasta pequeña las cosas que compraba.

―Y dime... ¿son para usarlos con Bill?

―¿Bill? ―la pelirroja abrió los ojos con sorpresa y se sonrojó, no había manera de poder ocultar el nerviosismo que le atacó―, ay Eddie, lo de Bill y yo está más enterrado que las piedras.

―¿Entonces para qué ocupas preservativos, promiscua?

―Yo no ando detrás de tus falditas viendo a quién le das el culo, Eddie. Ya me dijeron que tu amiguito del hospital se la pasa más contigo que en su habitación.

―A veces vamos a su habitación ―susurró sin pensarlo.

―Con que esas tenemos eh, Edward.

―Ni siquiera viene al caso, yo solo quería saber por qué llevas preservativos ―comenzó a checar la canastita tomando todo lo que llevaba dentro―, un bálsamo labial, mentitas, toallas húmedas, ¿qué tramas, Bev?

Se quedaron callados mientras el encargado volvía con la bolsa llena de medicamentos y el ticket de compra de Eddie. Éste esperó a que Beverly pagara lo suyo y salieron juntos por el mismo camino.

―Me gusta prevenirme Eddie, no es como que las vaya a utilizar a la fuerza, pero hay cosas que nadie tiene previstas. Ya deberías saberlo.

―No soy una chica Bev.

―Deberías pedir clases de sexualidad en el hospital, y te llevas a tu amiguito.

Beverly iba carcajada tras carcajada por su comentario final y Eddie se había quedado con las mejillas encendidas.

―Ya en serio, dime si vas a ver a Bill. Después de su última pelea no los he visto juntos.

―Voy a ir con Ben al cine, y después me invitó a cenar a su casa.

―¿Entonces tú y Ben...? ―Juntó ambos índices de sus manos haciendo referencia a si ellos en realidad se encontraban para ese tipo de cosas.

―Ben es muy lindo conmigo. Llevamos saliendo juntos después de la escuela desde hace como una semana, me sentía sola al caminar sola a casa sin ti...

Eddie llevaba una semana sin poder asistir a la escuela porque «estaba enfermo» pero en realidad la señora K. había castigado a Eddie porque lo encontró a solas con un chico fuera del Aladdín.

―Y bueno, salimos un par de veces por la tarde y sentí algo extraño con él... no entiendo perfectamente si estoy en lo correcto, pero quiero ir armada ante cualquier cosa. Todo puede suceder.

Eddie entendió y le deseó suerte cuando sus caminos estaban por separase. Se abrazaron y prometieron verse en la escuela.

Cuando anocheció, Eddie le mandó un mensaje a Richie preguntándole sobre su percance del día anterior. Tardó bastante rato en responder, y cuando lo hizo fue con una fotografía del chico recostado y vendado del cuello. Fue la zona más afectada por el cuello de tortuga.

Eddie enseguida llamó a Richie, quería enterarse de todo pero le dió pereza escribir.

―Hey, Eds ―sonó del otro lado de la línea la característica voz del pálido.

―Richard, ¿cómo vas?

―Me duele el cuello como la puta madre, yo no sabía que esa playera tenía tanto poliéster, malditos perros.

―En sí no comprendo por qué usaste ese tipo de ropa en primer lugar si sabes más que nadie que no te favorece, en ningún sentido Richie, ni uno.

―Todavía que me tomo la molestia de verme guapo para ti y me regañas. Con esos modales nunca te vas a casar, Eddie.

El asmático se llevó la mano al rostro y se frotó la mejilla. Estaba sonriendo como estúpido y se sentó en el borde de la ventana mientras se comía una dona de chocolate. Del otro lado, Richie también estaba viendo por la ventana, tenía un libro de ciencia ficción abierto y un bote de helado a medio comer.

―¿Qué comes, Eddie spaghetti?

―Mi mamá trajo donas de quién sabe dónde, no cené pero me dio hambre, mas no quería preparar nada. Esto va muy en contra de mi dieta...

―¿Dieta? No digas estupideces Eddie, las dietas son para los obesos.

―Duh, por algo estoy haciendo dieta, baboso.

―Me vas a perdonar, pero ¿obeso de dónde? Estás como para comerte y chuparse los dedos.

El corazón de Eddie se exaltó, iba más rápido que de costumbre y dejó la dona en el plato mientras se apretaba el pecho con dolencia. ¿Acaso Richie pensaba las cosas antes de decirlas? Lo dudaba.

―Bueno, no hablaremos de eso. Llamé para saber cómo te encuentras y veo que estás igual de bocón que siempre, entonces todo marcha bien

―¿Por qué te pones nervioso, cariño?

―¿Nervioso? ¿Quién está nervioso? No digas tonterías.

―Ay Eddie ―Richie suspiró y una imagen de Eddie sonrojado le rondó por la memoria―, admite que los cumplidos no son lo tuyo. Y menos viniendo de mí.

―No son cumplidos Richard, tú no puedes mantenerte callado, es eso. Tu válvula para decir estupideces se desestabiliza cuando estás cerca mío.

―¿Y por qué será, pequeño ingenuo?

―Tengo imán para atraer a estúpidos como tú.

―¿Cuándo pasamos de preocuparnos por Richie, a insultarlo como si fuera un maldito? ―usó su tono de voz más demacrada, tratando de hacerle oír a Eddie lo lastimado que se sentía.

―Bueno, espero que te encuentres mejor, en serio. Pero, debes tratar de usar la ropa que es mejor para ti. Sé que puede ser incómodo, pero es por tu propio bien Richie, de nadie más.

El silencio que se formó no tenía una tensión de por medio. Solo dos respiraciones diferentes se escuchaban en el fondo, y a pesar de la lejanía, podían jurar que se sentían cerca.

―El cielo está muy despejado hoy ―susurró Eddie mirando hacia arriba, se sostuvo fuertemente de la ventana y trató de sacar un poco más la cabeza.

―Sí... Es muy lindo, la luna parece brillar más.

―Y está bastante fresco, ¿tu ventana puede abrirse?

―Antes se abría en la mitad, pero está sellada.

De nuevo un silencio. Y era de esperarse, de pronto parecían más cómodos simplemente con saber el uno del otro y les daba miedo que resultara tan bien, tan natural.

―Deberías dormir, Eds, mañana entras temprano a clases.

―Sí, supongo que debería...

―Buenas noches, Kaspbrak -su voz carraspeó un poco al final, no le gustaba darle un fin a la conversación, sin embargo tenía que.

―Buenas noches, Tozier.

Piel escrita // reddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora