Al transcurrir los días, Eddie dejó de prestar atención a clases. Movía insistentemente los pies cuando se encontraba sentado. Esto, Beverly lo notó desde el momento en que el pequeño llegó, colgando de una sonrisa estúpidamente notoria y la mirada perdida en cualquier parte.
Eddie era un libro abierto cuando le convenía, y ella le escuchó toda una tarde en que ambos regresaban a casa después de clases. La pelirroja sabía de ante mano todo lo que dentro del asmático le atormentaba, repetía bastante aquella regla de «Richie es distinto, él es diferente». Y ella no tenía derecho alguno de culparlo, el chico estaba escondiendo a la perfección todo el miedo que lo carcomía por gritar a los cuatro vientos cuánto le atraía el más pálido; comprendía el temblor en sus manos sudorosas cuando la sola mención de su nombre, ya lo tenía tragando dificultosamente saliva.
Ella asintió a todo lo que le platicaba, nunca le salió una palabra fuera de lugar y estuvo de acuerdo en todo lo que Eddie le explicaba, aunque lo repitiera una y otra vez en el transcurso de los demás días.
El pequeño asmático ardía por dentro, porque en su interior había algo removiéndose, esperando salir para volver «a las andadas». Deseaba volver a tener la cercanía envolvente de un cuerpo, compartir el calor ajeno y sentir que una vez más era digno de ser alguien dispuesto a escapar de sus responsabilidades. Y al mismo tiempo anhelaba sentirse querido, abrazar el cuerpo del más pálido tan solo verlo llegar; de dirigirse al hospital con la alegría rebosando por contarle algún secreto o sobre su día y besar su mejilla las veces que obtuviera permiso.
Su corazón estallaba de felicidad de tan solo recrear en su mente las escenas donde podría salir con Richie y sus amigos, de tomar su mano justo cuando diera el atardecer y oler su aroma a tabaco y sandía cada que a él se le diera la gana; de que en su estómago los nervios lo traicionaran, incluso el tan solo pensar en él y saber que era correspondido ya le tenía inmensamente entusiasmado.
El jueves por la mañana, Richard se hallaba en el comedor como de costumbre. Jugaba con su tenedor, le dobló las dos puntas de cada extremo hacia abajo y luego contra su lengua se empujó la punta levantada; el chico ni siquiera estaba consciente de lo que pasaba a su alrededor pues llevaba días sin poder dormir aunque sea lo necesario. Se mensajeó con Eddie un par de veces en el transcurso de la semana, y ya se encontraba alerta por si en cualquier momento el asmático aparecía para su chequeo médico.
Cuando sintió una punzada de dolor en su sinhueso, unas zapatillas bastante familiares cruzaron por su radar. Eddie se acercaba con paso lento y seguro, llevaba puesta una bermuda negra con una simple playera roja, y cuando estuvo frente a él, sonrió y tomó asiento.
—Richie, hola —saludó el pequeño asmático, el mencionado se limitó a levantar la mano como costumbre.
—¿Qué tal las clases, pequeño spaghetti?
—Te ves de la mierda, Tozier —El más pálido se limitó a asentir con desgano, demostrando que no necesitaba que se lo recordara—. Me fue bien, aunque, estoy cabreado con mi consejero.
—¿Kaspbrak en problemas?
—Para nada, simplemente el siguiente año cambiará mi horario de clases —hizo una pausa observando con curiosidad el cómo Richie se enterraba la punta del tenedor en la lengua, dudaba que le prestara atención porque parecía totalmente fuera de lugar—; y bueno, lo más probable es que los jueves y viernes tenga clases normales...
—Eso significa que ya no llegarás a las doce.
—Supongo que no, llegaría a las tres de la tarde, y eso significa que me quedaré menos tiempo —mencionó, bajando el tono de a poco—; si es que mi madre no decide que los viernes ya no asista...
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Piel escrita // reddie
Hayran KurguRichard Tozier era alérgico a la fricción y Edward Kaspbrak lo sabía muy bien.