Su casa fue una guarida perfecta. El jueves después de lo sucedido con Richard, Eddie corrió directo con su madre y la abrazó diciéndole que no quería ir a su chequeo rutinario. La señora K. no estuvo de acuerdo en ningún momento, pero algo en su interior le decía que su adorado no se sentía totalmente bien, y no precisamente con su físico, aunque sí podía escuchar el corazón del pequeño latir y detenerse de manera extraña.
La señora K. acompañó a su pequeño hijo a su habitación, lo arropó en su cama y le dio un beso en la frente. Eddie sentía que le hormigueaban las palmas de la mano, sus piernas se hallaban entumecidas por haber corrido desde la escuela rumbo a su casa sin detenerse, y en sí estaba hecho un caos total.
Y es que, ni siquiera lo entendía.
Richie era su amigo, básicamente eran compinches de enfermedad; se la pasaban muy bien por las tardes que Eddie visitaba el hospital, era como tener a alguien confidente más allá de sus amigos, era una persona muy aparte de su círculo social; se asemejaba a alguien que no estaría feliz de compartir con los demás... Y desde ahí venía el problema; el asmático no quería compartir aquellas estupideces que salían del más pálido que tanto le hacían reír, estaría enojado si acaso una persona que no fuera él de repente compartiera el audífono izquierdo con Richie, que tomara su índice con su meñique para caminar juntos o que tan solo viera cómo al más alto se le formaban las marcas rojizas en las que podría buscar algún tipo de figura.
―Estoy loco...
Murmuró mientras escondía el rostro bajo las sábanas. Inevitablemente pensó en el chico pálido, ¿qué demonios había pasado con él? ¿Por qué de la nada tuvo la espectacular idea de besarlo? Dios, todo era su culpa, si tan solo él no hubiera dado el primer paso, Eddie estaría cómodo siendo solo su amigo; tenerlo como un amor imposible y luego sería feliz yéndose con otro chico que tendría particularmente las mismas características de Richie.
―¿A quién trato de engañar? ―se reclamó a sí mismo, apretó una almohada contra su cara y gritó―; ¡Obvio que me gustó besarte, estúpido Tozier! ¡Vete a la mierda!
¿Y si después de lo pasado, llegaba a la conclusión de que no era bueno seguir hablando? Eddie no podía ni imaginar tal situación.
Vivía para escuchar a Richie maldecir, para verlo masticar con la boca abierta, incluso para ayudarle a robar dulces de miel del consultorio de pediatría. Ni un año tenía conociéndolo, pero no importaba porque él advirtió tan solo a un mes que Richie le gustaba. Un maldito mes. A veces piensa que fue menos, porque en las madrugadas que platicaban ya estaba sintiendo unas mariposas asquerosas en su estómago.
Su teléfono vibró. Cinco mensajes de Beverly preguntándole por qué se había saltado las clases. Otros dos de Bill preguntaba cómo se encontraba, puesto que lo había visto salir corriendo. Había uno de Ben diciéndole que estaba preocupado por no haberlo acompañado al hospital.
Tenía un solo mensaje de Richie.
«Perdón» había escrito, simple y sin rodeos.
Para Eddie no significó lo que Richie pretendía transmitir.
El pálido había salido de la escuela y condujo hasta su hogar. Tenía los labios rojos, bastante diría él. Pero no le dolían. Al llegar, fue directo a su cuarto y se encerró, no tenía apetito y se echó en su cama con las cortinas cerradas y el aire acondicionado encendido.
No estaba de humor para ver a alguien, sentía calor, empezó a creer que le había dado algún tipo de fiebre; su mano alcanzó un cigarro y lo encendió.
Dentro de su mente aparecieron las imágenes que venían repitiéndose desde que el pequeño salió de la biblioteca. Sus labios, sus dulces labios sabor a durazno; eran suaves, esponjosos, eran perfectos para Richie. Su primer beso significó algo más allá, resultó ser fantástico, casi mágico. Y si él pudiera volver a hacerlo, definitivamente no le dirían dos veces.
Prendió la radio dejándola en estática, abrió el chat que tenía con el castaño, mandó un simple perdón y apagó su celular
Quería pedirle perdón a Eddie por no poder besarle un poco más, por no alcanzar a confesarle que era su primer beso y quería que de ahora en adelante a él le pertenecieran los siguientes. Esperaba que perdonara su poca seguridad en sí mismo por no hacerle saber que le gustaba, como persona, un chico asmático; como Eddie.
Se quitó las gafas y las aventó a la cama pero cayeron al piso, Richie enseguida maldijo y con cuidado se movió de la cama para recogerlas y verificar que no se hubieran roto. A su lado estaba una envoltura de algo que antes no había notado, era un chocolate; una barra de chocolate con almendra. Él no conocía la marca de aquel dulce, entonces la guardó dentro de su cómoda pensando inevitablemente en que fue Eddie quien la trajo pero olvidó dársela, pues claro, habían pasado la tarde escuchando música sin hacer absolutamente nada más que comer y listo.
Por la tarde aguardó a que el pequeño asmático respondiera, pero ni siquiera tuvo el descaro de haberlo leído. Suspiró con pesadez, se levantó y abrió las cortinas de en medio; sacó un destornillador y empezó a quitarle todo el pegamento que las ventanas corredizas tenían en los bordes para evitar que se abrieran.
Cuando hubo acabado, miró cómo el sol estaba a punto de esconderse, recorrió los cristales y el aire entró de abrupto e hizo volar las hojas en las que Richie solía escribir sus canciones.
Antes, solía tener un pequeño balcón, y a las nueve de la noche en punto se sentaba en el borde del barandal y tocaba su guitarra por horas, a veces se atrevía a cantar y encontrarles melodía, pero sus padres lo habían derribado porque lo que menos querían era que Richie tuviera un percance.
Esa noche Richie no pudo pegar ojo. Sabía que en algún momento de su vida dejarían ambos de hablarse, pero nunca pensó que serían sus deseos íntimos la causa de ello. No se arrepentía, por supuesto que no, eso sería muy cobarde de su parte. Al contrario, estaba orgullo de haberlo besado, porque... Dios mío santificado que todo lo perdonas... Eddie había correspondido a su beso, aún podía sentir cómo el pequeño lo jalaba y le besaba con una pasión desconocida; estaba seguro de que la ampolla que tenía, en uno de sus dedos de su mano izquierda, era porque le había lastimado apretar la nuca de Eddie mientras su cabello estorbaba de por medio.
Pensó... si tan solo hubiera adivinado que sería el último beso, hubiera intentado robarle uno más, así quedaría satisfecho por el resto de sus días.
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Piel escrita // reddie
FanfictionRichard Tozier era alérgico a la fricción y Edward Kaspbrak lo sabía muy bien.