𝕥𝕣𝕖𝕚𝕟𝕥𝕒

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Por fin habían acabado las cinco tediosas noches en los que se mantuvo castigado en una habitación ajena a la suya; agradeció fielmente que no lo sometieran a más pruebas dentro de la cámara de fototerapia en silencio. Y fue entonces cuando comenzó la verdadera felicidad, pues esperaba cada nuevo medio día con ansia porque se convertían en la octava maravilla pisando el hospital.

Y con octava maravilla, se refería a Eddie «spaghetti» Kaspbrak.

Siempre encima de su bicicleta pedaleando cuesta arriba, casi muriendo de un ataque asmático, con sus chapetas bien rojas pero adorablemente sudadas y con una sonrisa que le flechaba dolorosamente el alma.

—Miércoles 21 de octubre, 12:30 en punto, el doctor K. como siempre, llega puntual, ¿es acaso usted un psicópata adicto a la puntualidad? —simuló Richard que sostenía una grabadora; cuando en realidad se trataba de una barra de chocolate con almendra, dicha barra se la acercó a la boca del asmático apenas éste bajó de su vehículo.

El pequeño se echó a reír y tomó la simulación a una grabadora. —Oh sí, soy un adicto a la responsabilidad.

—Algo me dice que sí, K. —susurró el más alto manejando en su rostro una media sonrisa, de las que a Eddie le daban la idea de que ya sabía su siguiente movimiento.

Y tal cual, un beso le fue entregado al segundo. El pálido acomodó su rostro del lado izquierdo para que el castaño se enganchara a su cuello mientras se situaba de puntitas en la acera; poco a poco Richard encontraba aquellos puntos clave en los que el roce excesivo no le pasaba factura tan cruelmente. Así que con los delgados brazos de su novio rodeándole, frotó con su diestra la mejilla del chico, reconfortándolo con la vibra tan amorosa que le dominaba cada día al despertar.

—Me encantan tus besos de bienvenida, Tozier —musitó el castaño en un hilo de voz entrecortada.

— ¿Y los de despedida?

—Esos son los peores, porque significa que tengo que esperar un día entero para volver a besarte.

—O sea que vienes solo a que te bese, no a visitarme —renegó con fingida voz el enfermo y al mismo tiempo le picó la nariz al contrario—; ¿te han dicho que eres un convenenciero maldito?

—Es culpa tuya por ser tan malditamente guapoooooo —alargó finalmente el chico castaño, haciendo énfasis con los labios, jalando contra su figura al más alto desde las mangas del suéter que éste portaba.

—Sí, te tengo rendido a mis pies, ya lo sabía.

—Ay, qué ganas de reventarte la jeta por bocón.

Aquel día, Eddie llevaba encima varios libros, pues se hallaba atascado de tareas de últimos retoques para obtener una buena calificación en la totalidad de su curso. Los últimos dos semestres de escuela eran perjudiciales para su entrada a la universidad, sobre todo con él, que había entrado un año más tarde junto a sus amigos, a la secundaria.

Esto a Richard lo ponía bastante nervioso, no porque tuviera miedo de que Eddie hiciera de lado su relación por estudiar, pero en pocas palabras; sí. Aunque se había prometido no convertirse en un obstáculo para el pequeño, pues parte de convertirse en pareja era que el asmático había acatado llevar encima la responsabilidad de que él yacía en el hospital; entonces ofrecería la misma comprensión.

— ¿El joven Kaspbrak tiene muchos deberes hoy? —indagó el enfermo tomando la mano del más pequeño llevándolo dentro del lugar.

—Más de los que quisiera contarte, ¿ya almorzaste?

—Es que aún no llegaba mi almuerzo, Eds.

El aludido tardó unos segundos en captar la indirecta. Y al hacerlo no pudo evitar poner cara de duda para luego abrir la boca y soltar un: —Ah, ya vas a empezar, Rich —viró los ojos con sarcasmo.

Piel escrita // reddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora