𝕧𝕖𝕚𝕟𝕥𝕚𝕤𝕚𝕖𝕥𝕖

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Por la mañana, nadie pudo decir con certeza dónde fue que Eddie se encontraba concretamente, pues varios mencionaban haberlo visto caminar por el contrario en el pasillo, otros que lo habían visualizado borrosamente por la biblioteca dando vueltas; ni siquiera sus amigos pudieron localizarlo. Esto a ellos les extrañó, a sabiendas de que el asmático se hallaba preocupado por su promedio escolar y el cómo eso le afectaría para entrar a la universidad.

No fue hasta la última clase en que Eddie se dignó a aparecer, pero así como el profesor mencionó que podían marcharse, éste salió disparado de la clase dejando a sus amigos con la incógnita de qué podría pasarle a su amigo o qué es lo que lo tenía con tanta prisa.

—Chicos —llamó el profesor de matemáticas desde su escritorio, la pandilla de los perdedores fueron los últimos en pararse de sus asientos—; díganle por favor a Edward que tiene cien en mi materia, no me dio tiempo de detenerlo antes que huyera.

Stanley, quien al ser el más cercano a Eddie, se quedó anonadado puesto que el asmático apenas y había alcanzado una nota mínima para aprobar el semestre.

—Profesor, ¿pensé que Eddie tenía un sesenta?

—Sí, la semana pasada usted lo dijo cuando repartió calificaciones —comentó Beverly haciéndole segunda a Stan.

—El miércoles su amigo me pidió una oportunidad para un extracurricular, hoy me lo entregó temprano y ya he terminado de calificarlo. Creo que me equivoqué al pensar que no le interesaba la clase.

La bolita de amigos asintió y quedó en pasar el mensaje a su amigo, pero a ellos se les prendió el foco en cuanto al por qué de la ausencia del pequeño castaño. Suponían cosas...

 Suponían cosas

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Ni siquiera le importó su madre, ni llamarle para decirle a dónde se dirigía después de clases y por qué no llegaría a comer, le dejaría con la duda y si decidía ponerse histérica, muy poco le importaba. Él iba pedaleando cuesta arriba con fuerza, casi chillando del dolor en sus pantorrillas; y es que maldecía a voces que el hospital haya sido construido en una maldita calle tan alta, si acaso no se acababa su inhalador en aquella subida, al llegar necesitaría ser internado con un tanque de oxigeno de medio kilo.

Pero tal y como lo prometió, a las doce y media en punto yacía debajo del mismo árbol en el que el día anterior Richie y él pudieron verse tan solo unos minutos.

Y justo a tiempo, la misma enfermera que le ayudó anteriormente se hallaba parada en la puerta con un pálido alto a su lado; Eddie sacó una toallita de su mochila que descansaba en la canastita de la bicicleta y secó el sudor que recorría su frente pues no quería apestar cuando abrazara a su novio.

Pocos segundos le bastaron hasta que tuvo unos brazos rodeándolo por detrás con fuerza, el olor característico de una sala de hospital llena de medicamentos con sabor a cloro le impregnó hasta los codos, Richie nunca entendería que su enfermedad siempre estaría ahí, presente en cualquier movimiento.

Piel escrita // reddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora