El hecho de que Richard hubiera perdido su teléfono celular justo en la semana menos propicia, le trajo a Eddie la desdicha de quedarse sin llamadas madrugadoras ni mensajes hasta reventar en su barra de notificaciones; claro que no se quejaba de ello, pero él tan acostumbrado a la presencia del pálido en los últimos meses, sencillamente se percibía diferente. Y no es que fuera de gran importancia, pero también tenía tantas ganas de presumirle al enfermo sobre el pedazo de joyería que le atravesaba la mitad de su lengua.
Lo había encontrado entre todas las cosas esparcidas en sus cajones, y aunque en enero pasado habría intuido que lo perdió en una de las tantas fiestas a las que asistió, el encontrarlo solo era una buena noticia. O por lo menos él así quiso interpretarlo. Y volvérselo a poner fue incluso más doloroso que el día en que se perforó la lengua.
Jamás olvidaría aquel día...
Los jueves por las mañanas no se atosigaba con clases seguidas, él solía tener bastante tiempo libre antes de acudir al médico. Y aquella nublada mañana por supuesto que no fue la excepción, acumuló todo su tiempo libre para idear algún tipo de presente que regalarle al de gafas tan solo éste cumpliera su semana de terapias. Era bien sabido que a los enfermos después de una terapia, o cirugía cual sea el caso, se les recibe con un detalle o incluso con la habitación decorada hasta estallar para recibir con armonía a la persona. Él quería hacer algo similar... o algo así.
Llevaba los audífonos puestos mientras se movía al extremo contrario del instituto con música tranquila de fondo, buscando un lugar más silencioso y cómodo para reposar sus útiles. En mano cargaba su inhalador puesto que había amanecido más asmático que de costumbre, su garganta le causaba comezón y en ratos sus pulmones apenas podían trabajar en automático. Podía percibir el cambio de estación.
No podía parar de chocar su arete de la lengua contra sus dientes, le parecía adictivo el movimiento y sabía que tardaría un tiempo en acostumbrarse de nuevo a la sensación. Esperaba con ansía que Richie lo notara en cuanto lo viera y lo elogiara. Con ello podría vivir en paz, Eddie vivía por y para la aceptación de Richard Tozier de ese momento en consiguiente.
—Buenos días, Richie ¿qué tal tu día libre? —saludó el doctor Roberto al cerrar por detrás la puerta de la habitación con lentitud.
¿Acaso existirían las palabras suficientes y aptas para responderle que fue el mejor día del mundo, que al parecer la vida le sonríe de verdad?
—Muy bien, increíble.
—Me alegra escuchar eso —comentó el mayor con una sonrisa que dejó al descubierto las arrugas en sus sienes y los hoyuelos se le enmarcaron—, ¿listo para un nuevo día?
Richie se encontraba listo para éste, el siguiente, y el siguiente del otro día. Por más que intentaba apaciguar el efervescente sentimiento de felicidad, su pequeño yo interior le imploraba que no suprimiera esa pasión por Eddie. Quería volver automáticamente a su personalidad sarcástica, pero el dolor en sus mejillas era latente, no se lo permitieron.
Acataron el mismo protocolo de cada día mientras el doctor le explicaba con detalle a qué tipo de tratamiento sería sometido ese jueves por la mañana. Le revisó con detenimiento la nuca puesto que un relieve rosáceo formaba un espiral en ésta; la curiosidad le invadió pero decidió guardarse el interrogatorio.
— ¿Cómo te sentiste al salir bajo la luz solar después del tratamiento del martes? —preguntó el doctor, ambos se habían trasladado a la habitación contigua. Ahí, el mismo aparato blanco del martes, el "limpiador facial» le obsequió la bienvenida a una nueva tortura para Richie.
—Me sentía fresco, como si llevara una capa de aire acondicionado en el rostro —respondió con tono humorístico.
— ¿Alguna molestia innecesaria? —consultó Roberto. Richard tomó asiento en el banquito acolchado que se situaba frente al limpiador—, ¿reacción alérgica, erupciones cutáneas... relieves fuera de tu enfermedad?
—Para nada —limitó el enfermo, pero en seguida añadió—; simplemente es extraño sentir esa frescura en mi rostro.
— ¿Y crees poder soportarla en la totalidad de tu cuerpo? No solo en tu rostro.
— ¿A qué se refiere?
Richard acercó su rostro a la colchoneta en donde reposó su barbilla. El doctor se impulsó de un solo movimiento en su silla giratoria y se acercó a encender la maquina. El pálido no entendía por qué ahí todo hacía un maldito ruidito infernal.
El adulto le pidió al chico que por favor cerrara los ojos mientras procedía a untarle un gel espeso en la dermis total de su rostro... el ungüento eliminaba probabilidades de que el vapor quemara su piel.
—Sí claro, ¿estarías dispuesto a someterte a este tratamiento cada semana con tal de inducir una mejoría en tu padecimiento a largo plazo?
Para Richard esto le cayó como anillo al dedo porque eso significaba que después de años, por fin tenía buenas noticias en contraste a su enfermedad. Aunque no podía adelantarse hechos, su pecho saltaba en alegría, no deseaba acabar con ello, por lo mismo le mencionó al doctor que lo pensaría.
Ese día no fue menos pesada la carga para Tozier al entrar como sucedía desde el lunes, sus paranoias le atormentaban casi igual o más que anteriormente. La cámara de fototerapia apareció dos veces en sus sueños aquella semana de una manera extrañamente metafórica.
Y ahí estaba metido en ella, sus ojos cerrados por impulso propio pero con los parpados temblándole al unísono en que su agitado corazón latía. Se cuestionaba seguidamente cuándo dejaría de comportarse como un niño de pediatría, aunque ni siquiera porque eran mucho más valientes que él mismo con el doble de edad.
Simplemente se quedó ahí, quieto, inmóvil, como solía hacer desde que fue diagnosticado. Parecía un cuerpo inerte y blando esperando cualquier otra cosa pasara, así se había acostumbrado tristemente a caminar por su vida. E incluso en el momento aquel en el que la máquina de fototerapia solo recibía su atención, sonrió, porque en su interior, que chistosamente estuvo inundado de soledad y pánico minutos atrás; le brindó el recuerdo hermoso de cada vez que él le cambió su pudin de vainilla a Eddie por el de chocolate porque a nadie en su sano juicio le gusta la vainilla. Prensado a aquel recuerdo, su sonrisa se ensanchó más, se dijo a sí mismo que después de esa tortuosa semana desayunaría con su pequeño castaño como antes solían hacer antes de que se volvieran tan cercanos.
Le invitaría a desayunar y le intercambiaría su pudín, reirían en plena mañana y tomarían de la misma taza de café. Él sería inmensamente feliz.
Entonces suspiró dentro de aquella máquina que estaba por finalizar su trabajo, su entrecejo se suavizó y su integridad descansó; ya tenía una razón suficiente para soportar cualquier adversidad futura, y eso está bien.
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Piel escrita // reddie
FanfictionRichard Tozier era alérgico a la fricción y Edward Kaspbrak lo sabía muy bien.