«Sábado, sábado, sábado» se repetía cada vez más fuerte en la mente del pálido al que le parecía que la habitación nunca cambiaba, claro, no lo hacía, pero era como si el tiempo dentro de esas cuatro paredes no tuviera lógica; sin su teléfono celular para entretenerse se sentía como un vil preso en la cárcel. Ni más ni menos. Aquella mañana aguardaba a la llegada del doctor Roberto mientras balanceaba su mano fuera de su cama, esperaba a que hubiera un monstruo debajo de él y que le atrapara simplemente para sentirse más animado aquel día.
No se sentía con los ánimos para entrar en la cámara de fototerapia, pero vamos ¿cuándo tendría las ganas necesarias? Tal vez ni en un millón de años.
Pronto tocaron a su puerta y obtuvo la imagen de Roberto, como siempre, con una sonrisa en su rostro lleno de arrugas pequeñas porque sería el colmo que siendo un especialista en la piel, tuviera imperfecciones notorias.
—Buen día, Richard ¿cómo estamos el día de hoy? —saludó con la misma cordialidad que le representaba.
—No hay novedad realmente.
El doctor ya estaba acostumbrado a la sequedad del muchacho, entendía que no era muy gratificante vivir casi la mitad de tu vida dentro de un hospital. No le culpaba, por ello siempre trataba de animarle con pláticas personales. Richard nunca fue un paciente fácil de tratar, y eso la mayoría del personal médico lo tenía presente; siempre hubo rumores que la mayoría del tiempo terminaron por ser ciertos puesto que el chico no había cambiado en los años que llevaba internado. Pero, él siempre había vislumbrado en el pálido una luz que le pedía no rendirse en cuanto a su padecimiento, supo desde el principio que podría jugar con fuego, casi literalmente; sin embargo nunca se rindió con Richard porque sabía que debajo de la dura capa de piel llena de relieves se hallaba escondido el verdadero ser que esperaba por ser descubierto. Él era fuerte.
— ¿Cómo te has sentido desde la última sesión? —interrogó como costumbre el adulto. Al momento en el que se halló cerca del menor, supo de antemano que algo había ocurrido el día anterior después de su sesión—; ¿algo que necesites contarme conforme a tu padecimiento?
— ¿Algo como... qué? —enfatizó el chico.
—Pareciera que tienes más pecas que ayer por la mañana.
A Richie se le formó un nudo en la garganta, de repente presintió que el reflujo subía por su tráquea. —Oh, sí... ayer salí a mirar el atardecer unos minutos.
—Menos mal —sonrió el doctor porque ese cuento no se lo cría ni por error—; pero por favor, notifícame cuando te veas en la necesidad de salir para yo verificar tu permiso. Si acaso tomas mucho sol con el gel reductivo, puede provocarte efectos secundarios irreversibles que tal vez dificulten su uso a futuro.
—Sí claro, lo tendré en cuenta —murmuró Richard con las mejillas a punto de explotarle.
Entonces, reanudaron sus actividades y el doctor verificó que el muchacho se encontrara estable para encaminarse a la que sería su sexta sesión. La penúltima en realidad.
—Hoy tomaré una prueba de sangre para checar que tus leucocitos se hallen estables y procedamos a la última sesión en la cámara de fototerapia. Sabes que ésta vez será más tiempo aguantando la respiración.
El chico se limitó a asentir, incómodo por la bata que le dejaba al aire libre todo lo demás, caminaba descalzo detrás del señor que por años tuvo que verle la cara aunque no lo deseara. Le caía bien, no había por qué de lo contrario, pero vivir el comienzo de la pubertad en un hospital no siempre era la mejor opción.
—Hemos estado en contacto con hospitales que se conectan desde Alemania, y en vista de que es algo improbable que tú puedes moverte allá, estamos haciendo hasta lo imposible para obtener un permiso y transportar la maquinaria nueva, esa inteligencia podría brindarnos una nueva oportunidad para remover de tu sistema la demografía —Habían entrado a la concurrente habitación, aquella que siempre tenía las cortinas cerradas y las maquinas parecían sacadas de una película de ficción con todo y sus pitidos molestos.
ESTÁS LEYENDO
Piel escrita // reddie
FanfictionRichard Tozier era alérgico a la fricción y Edward Kaspbrak lo sabía muy bien.