𝕧𝕖𝕚𝕟𝕥𝕚𝕕ó𝕤

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Maggie Tozier charlaba con su hijo en la fresca mañana primeriza de octubre, se hallaban desayunando fruta con cereales de un gran Topper que había preparado temprano antes de asistir al hospital.

—¿Haz pensado lo que te propusimos la semana pasada? —interrogó la señora acariciando débilmente la espalda de su querido hijo.

—Aún no elijo una carrera, má.

—No tienes que elegirla en este mismo instante cariño, aún hay mucho tiempo por delante, solo quería saber si tú en serio deseas estudiar la universidad.

La señora Tozier notaba callado a su hijo, pues tan acostumbrada a oír sus distinguidas locuras y sus ideas todo el tiempo mientras ella escuchaba entre risas, intuyó que su hijo no era el mismo de antes; y lo empezó a sospechar desde hacia ya varios meses...

—Richie, cariño ¿hay algo que te incómoda? No sé... ¿quizá el hospital o el trato que te dan? —Su pequeño miraba con aburrimiento el melón en el que enterró el tenedor metálico, así que con su distracción tiró la primera piedra—; ¿Eddie no vendrá a verte?

—No lo sé mamá, no lo sé —respondió con desgano, cerrando sus párpados con pesadez acompañado de un bufido inaudible.

—¿Acaso él tiene algo que ver con tu humor? Porque si es así, me gustaría entender qué es lo que ustedes se traen...

—¿Qué nos traemos? —dudó irritado—, mamá ¿si sabes que no puedo estar a escondidas con él aquí en el hospital, verdad?

Y tenía un punto, aunque le hubiera gustado más que no.

Era su madre, veinte años ya de conocerlo, era casi obvio que a ella nunca se le escaparía nada. No le gustaba admitirlo, pero debía reconocer que Eddie era un buen muchacho, el hijo ejemplar y tierno de su antigua amiga. El chico era atento, amable y le agradaba... pero no tan cerca de su hijo. Temía que él no supiera tratar a Richard, que se enfrentaran ante algún inconveniente de gravedad; pero lo que más le aterraba era algún día enterarse de que tuvo la descarada malicia de lastimarlo, de romper el frágil e inocente corazón de Richie. Porque su hijo sería un bocón de primera y quizá demostraba una grandeza con sus amigos, pero en el fondo él simplemente se reducía a un cúmulo de emociones tiernas, alguien inexperto en ciertas cosas y lleno de expectativa por el amor aunque le «asqueara».

—Yo solo quiero saber si tú y Eddie... —empezó tanteando el terreno en el que se movía; el sentir de su hijo enfermo—, pues si tú y él han peleado recientemente o te ha hecho sentir mal...

—¿Eddie spaghetti? Claro que no, él siempre está cuidándome —respondió con la sinceridad a medias, porque no habían peleado ni nada parecido, pero sí que le había dado últimamente mucho en qué pensar—, hasta de él mismo...

Maggie asintió sin descubrir el trasfondo de sus palabras. Ella ansiaba seguir con el tema, sacarle toda la verdad y enterarse de por qué Eddie parecía tan especial como para haberle apodado de tal manera.

—Me han dado la lista de tu dieta antes de venir contigo —le notificó en tono dudoso la señora mientras le acercaba por sobre la mesa un papelito de color gris—, ahí mismo vienen los alimentos que debes evitar, solo por dos semanas, para aumentar las posibilidades de que reacciones correcto al tratamiento.

El chico le dio un vistazo rápido. —Restando los embutidos y los congelados, es básicamente lo mismo que me prohíben siempre.

Maggie cruzó sus manos en su regazo y miró con reproche cómo su hijo se dirigía la taza con el líquido negro a la boca. —También el café está en esa lista, Richard Tozier.

Piel escrita // reddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora