»of brothels and relics

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                    Después de haberse despedido, a regaña dientes, de Helena y los otros dos hombres en el callejón, Gilbert guío al herido por un pequeño atajo del puente hasta poderlo colar en el interior del prostíbulo. Cuando Goosefat Bill se dio cuenta del tipo de lugar en el que estaban ingresando, hizo una mueca y se detuvo, pero pronto fue afanado por el castaño.

—Este es el único lugar al que no van a entrar los soldados —prometió el joven, algo impaciente.

No comprendía bien qué era lo que estaba pasando, tampoco estaba seguro si quería saber la historia completa, pero si Helena estaba tan empeñada en ayudar a ese hombre, tenía que haber una muy buena razón.

Era claro que no le agradaba que su mejor amiga, después de vivir toda una vida llena de problemas, terminara metida en el más grande de todos. La Resistencia era el movimiento popular más peligroso de la época, siendo considerado como alta traición a la corona y, aunque Gilbert trataba de ignorar la mayoría de temas que eran relacionados con política, no era ajeno a la situación que azotaba en las creencias de la gente a su alrededor.

Casi toda su vida había visto indicios de dicha revolución. Desde que llegó por primera vez a Londinium, a la tierna edad de ocho años, varias paredes ya estaban pintadas con grafitis, pintura roja del dibujo de una corona tachada, representando la legitimidad del, en ese entonces, niño rey. Ahora no había duda de que el hijo de Uther Pendragon estaría en sus años adultos, si es que los rumores de que seguía vivo eran ciertos, pero así como mucha gente desconocía el rostro del rey Vortigern, Gilbert estaba completamente seguro que desconocerían el del heredero. Podría ser cualquier muchacho que caminaba las calles y nadie lo sabría.

Todos esos rumores comenzaron a rondar por Gran Bretaña desde hacía años, siendo los hombres que lucharon al lado de Uther, los pioneros a la resistencia del rey actual. Sin embargo todo comenzó a cambiar y crecer en cuanto la famosa espada Excálibur pareció mostrarse hace días, enterrada en una roca, de la cual nadie ha sido capaz de extraerla. Ahí llegaron las especulaciones de que el legítimo heredero al trono sería el único que lograría el cometido. Pero se debía ser sincero, el monarca no dejaría que aquello sucediera, no sin ser bajo su supervisión.

El rey Vortigern tenía filas y filas de hombres cercanos a la edad de Gilbert, siendo obligados a ir a Camelot, solo para probar una incierta suerte de realeza, para después ser marcados cual ganado cuando fallaran. Incluso el castaño estaba esperando el día en el que se tendría que montar en un barco, camino a los terrenos del castillo para intentar sacar aquella espada legendaria.

—No me agrada este sitio —susurró Bill entre dientes, respirando con un poco de dificultad, sin embargo seguía siendo muy bueno en ocultar el verdadero dolor.

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