»of deaths and night companies

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                    Estaban llegando al refugio en las cuevas cuando ya terminaba el día. Helena iba caminando a un lado de Arthur, el cual estaba montado sobre uno de los caballos por lo lastimado que estaba; el viaje a pie no habría sido posible ni misericordioso para con él. A pesar de las constantes protestas del rubio —y recordando que él no era alguien que guardara silencio hasta lograr lo que quería—, hubo un momento en el que ella también estuvo de jinete con él, hasta que su preocupación sacó lo mejor de sí y decidió terminar la jornada andando. A pesar de que ignorar la insistencia del hombre no le estaba resultando sencillo.

Estaba agradecida de haber dejado las Tierras Oscuras atrás, aunque nada de eso cambiaba la manera en la que se sentía en esos momentos. Demasiados conflictos en su interior, provocando una división entre el querer y el deber, entre el deseo autónomo y el destino manipulador. Por más que llevara horas insistiéndose a sí misma que tenía que aceptar lo que era, una gran parte de ella se rehusaba a hacerlo, al menos no pensaba ceder antes sin una pequeña lucha.

Aunque todavía se preguntaba qué tanto estaba dispuesta a pelear en su contra cuando en realidad tenía todas las de perder.

En cuanto las lianas que ocultaban el ingreso de las cuevas fueron despejadas para darles el paso, el grupo viajero se encontró con nuevas caras por el lugar. Antes de que la confusión pudiera ser expresada verbalmente, de entre las personas llegadas, emergió Gilbert.

Una oleada de felicidad y tranquilidad abarcó el cuerpo de la elemental, quien no se molestó en contener su cariñosa sonrisa, al ver a su mejor amigo sano y salvo ante ella. Habían sucedido tantas cosas en los últimos días, que no había tenido tiempo de detenerse a pensar tanto en él, cosa que la hacía sentirse un poco culpable. Al final se obligó a ignorar ese sentimiento de culpabilidad y no dudó en acelerar su paso hacia él, separándose de sus anteriores acompañantes.

Cuando estuvo a pocos metros del castaño, notó por primera vez la afligida expresión que él portaba en su rostro. Tenía ojeras y sus alegres ojos cafés estaban ahora apagados, pero brillantes en lágrimas contenidas. Tenía la cara manchada al igual que la ropa y no fue hasta que una gota salada se resbaló por la mejilla de su mejor amigo, cuando Helena se le colgó del cuello en un ansiado y esperado abrazo.

—Oh, Gil... —Susurró ella, pues no entendía lo que le sucedía con exactitud.

—Hay algo importante que debes saber, Eli —habló él igual de suave, aunque la voz le tembló un poco.

—Lo que sea que te tiene de esta manera, se puede arreglar. Te lo prometo.

—No hay nada que puedas hacer...

En ese momento Helena rompió el abrazo para observar a su amigo. Ahora tenía el ceño fruncido en intranquilidad volviendo a apoderarse de cada célula de su anatomía.

LEGENDS «king arthur»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora