»of darklands and destinies (part I)

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                    En cuanto Helena abrió los ojos, delante de ella se encontró a la maga, la cual sostenía la espada al mismo tiempo que ella

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                    En cuanto Helena abrió los ojos, delante de ella se encontró a la maga, la cual sostenía la espada al mismo tiempo que ella. La pelinegra tenía los ojos bien abiertos en concentración. Fue ahí cuando la castaña supo que ambas habían visto lo mismo, justamente lo mismo que poblaba las pesadillas de Arthur.

La joven de ojos pardos siempre supo que él tenía ese tipo de sueños, ella misma tenía los suyos y, aunque no habían compartido nada en específico sobre ellos entre los dos, ambos sabían que esas pesadillas estaban ahí presentes, frescas en sus cabezas. Helena esperaba que al rubio también le hubiera llegado a picar la garganta con palabras nunca dichas, como le solía suceder a ella en esos encuentros nocturnos.

Ahora, el reconocer y descubrir la razón de las dos cicatrices en las palmas de las manos del rubio, la había despertado de una manera que no esperaba en absoluto. Arthur era un Pendragon, y un gran y pesado destino acababa de caer sobre sus hombros, sin siquiera él preguntar por ello.

Tal parecía ser que la vida tenía sus formas retorcidas de ponerlos en los caminos menos deseados. A pesar de que Helena lo único que siempre ha querido hacer, ha sido adueñarse de su vida. Quizás para poder lograrlo, primero tenía que aceptar ciertos aspectos, solo que todavía no sabía cómo, mucho menos cuando el futuro se veía tan incierto y llenos de peligros desconocidos.

—Te estás resistiendo a la espada; la espada no se resiste a ti —reprendió la maga de un momento a otro.

Helena alzó la cabeza, dándose cuenta de que el heredero ya estaba despierto y sentado sobre la cama. Una suave capa de sudor cubría la piel del hombre, hasta se atrevía a opinar que se veía un poco atormentado.

Si él acababa de soñar la mitad de lo que ella había visto a través de su conexión, tenía todo el derecho a tener esa reacción.

Sin poder evitarlo, la castaña recordó todas las veces en las que ella se refugió en los brazos del rubio cuando sus propias pesadillas la mantuvieron despierta por las noches. Notó por vez primera, que Arthur también buscaba un refugio, un acompañamiento que ahuyentara los malos recuerdos. Bueno, ahora era seguro que se trataban de recuerdos y no, no era justo que un infante hubiera tenido que ver todas esas cosas, hechas por un demonio sin rostro, de fuerza sobrenatural magia negra; la misma que ella logró percibir cuando fue a Camelot a rescatar a Arthur.

—Creo que ya debería ser claro, que lo que sea que todos ustedes creen que soy —suspiró el hombre en cuestión —, no lo soy.

—Todavía —alentó la pelinegra con firmeza.

—Jamás —cortó el rubio frunciendo el ceño.

—¿En serio? —Se quejó la castaña, interrumpiendo la conversación —. O sea que el hecho de haber sacado la espada de la piedra no cambia nada —terminó con ironía, señalando dicho objeto.

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