»of wounds and decisions

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9 años antes

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9 años antes.


Helena hizo una mueca mientras sentía el ungüento hacerle escocer la herida abierta que tenía en su labio, el cual se estaba comenzando a hinchar. Clarisse la miró con ojos tristes y cansados, disculpándose silenciosamente y volviendo a mojar el pedazo de tela con la unción verde oscura, una mezcla de hierbas que eran consideradas curativas, que la mujer de edad siempre se encargaba de tener a mano.

Cuidar de tantos niños por tantos años, le hacían ser precavida, frente a cualquier circunstancia que se le pudiera presentar. Tantas almas jóvenes y aventureras en un solo lugar, llegaba a provocar ciertos desastres, dignos de la niñez de cualquier persona.

A pesar de que la castaña tenía sus 19 años ya cumplidos, no podía evitar volverse a sentir de doce, cuando Clarisse le curaba sus raspones o cortes, productos de aquellos juegos aventureros que la mantenían entretenida cuando no debía sentarse a leer o aprender a hacerlo. Además, tampoco ayudaba el hecho de que ya era la tercera vez en esa semana que llegaba con una nueva herida, preocupando de manera innecesaria a la mujer que la cuidaba desde la tierna edad de diez años. La veía como una segunda madre y siempre estaría agradecida con ella por haberla acogido, sabía que no era una persona sencilla de comprender o manejar, pero Clarisse nunca le dio la espalda.

Ni toda una vida sería suficiente para agradecerle a esa mujer por todo lo que hacía.

A Helena solía gustarle pensar que Clarisse era una mujer con cabello de plata y un corazón de oro. No encontraba ninguna mentira en aquella frase.

—No deberías seguir haciéndolo —declaró la mujer mayor, levantándose de su puesto para descartar los elementos usados.

La joven hizo una mueca y observó a la mujer canosa, moviéndose con lentitud por el espacio. No hacía falta de que lo hablara en voz alta con ella, Helena sabía que todo el esfuerzo que Clarisse llevaba haciendo todos esos años estaba comenzando a protestar en el cansado cuerpo. Si ella o Gilbert —quienes eran los mayores y seguían ahí— no se ponían el cinturón de la casa, nadie más cuidaría a todos los que vivían bajo ese mismo techo. Ella no podía hacerlo sola y Gilbert tampoco, aunque siempre le quedaría la duda de cómo es que él lograba conseguir sus botines y perderse por horas, llegando con manos llenas de comida o dinero.

—Sabes que no puedo —susurró mirando sus manos sucias.

—Esa no es la manera, Helena —habló con seriedad. Aunque más que un regaño, parecía más como un consejo.

La castaña apretó los labios y cerró los ojos con fuerza. Claro que sabía que esa no era la forma correcta de obtener víveres o monedas, pero no había logrado conseguir un trabajo que le mantuviera las puertas abiertas por más de unas cuantas semanas. La presencia de Helena parecía ser desechable ante esas escasas oportunidades y le generaba demasiados conflictos internos, con respecto a su escaso conocimiento, pero igual se consideraba alguien de aprendizaje rápido. Al parecer eso no era suficiente en la sociedad.

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