»of journeys and mages

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                    —¿Alguien me dirá adónde estamos yendo? —Preguntó Arthur.

—No —Contestó la maga con desdén, observándolo.

Llevaban aproximadamente dos horas montados en sus caballos. Percival iba de primero, luego le seguía Rubio, el cual sostenía la soga para dirigir al ejemplar sobre el que estaba montado el legítimo rey. Después estaba la maga y por último Helena, quien ya sentía su cuerpo cansado y estresado de llevar tanto tiempo como jinete. Y todavía faltaban más horas por delante.

Estaban pasado al lado de una playa tranquila, parte del trayecto que los dirigía devuelta a las cuevas para reunirse con los demás miembros de La Resistencia. La brisa era suave y refrescante, sobre todo para sus cuerpos cansados que llevaban tanto tiempo bajo el sol, pero a pesar de ese tranquilo momento, la castaña ya podía imaginarse tirándose sobre la cama que le habían asignado y dormir hasta la siguiente vida, dando por terminado aquel día que estuvo lleno de adrenalina. Formar parte de aquel grupo era trabajo duro, sobre todo cuando muchos aspectos de su victoria dependían en la naturaleza y conexión que Helena tenía con la espada y, con cierto hombre de cabello rubio. Esos detalles seguían siendo desconocidos.

Aunque ella era alguien muy conocida por su poca paciencia, seguía impresionada consigo misma al haber pasado un poco más de un día entero sin atosigar a Bedivere o la mujer de hebras negras, con preguntas sobre elementales y el papel que éstos desempeñaron antes de ser cazados.

—¿Entonces qué es lo que estás viendo? —Escuchó que volvió a preguntar Arthur.

Al llevar su mirada hacia el rubio, se dio cuenta que ya no estaba sentado mirando hacia el frente, sino que en algún momento se había acomodado para mirar directamente hacia atrás. Notó la manera en la que el hombre de ojos azules observaba a la maga y, a pesar de querer convencerse que así era la actitud de él —porque no sería ninguna mentira—, sintió que un pequeño nudo se amarraba en su interior, al no ser ella la que estaba recibiendo su atención. Helena respiró hondo y decidió ver el paisaje que le regalaba el mar abierto a su izquierda, ignorando el sentimiento que catalogó como infantil, que recorrió su anatomía.

Solo estaba siendo Arthur, faltaba poco para ser él quien desesperara a todos los demás con sus preguntas y comentarios innecesarios. La ventaja que tenía Helena sobre los demás, era que ya lo conocía y sabía cómo tratar con él.

Al no obtener respuesta por parte de la mujer de ojos mieles, el sucesor volvió a hablar.

—¿Te estás enamorando de mí como yo de ti? —Curioseó inclinando un poco la cabeza, sin desviar sus ojos de la pelinegra —. Quieres tener cuidad-

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