III

242 28 0
                                    

Eran casi las dos de la madrugada cuando llegaron al piso de Penelope, después de haber ido a casa de Rick para recoger las cosas de Denise.

Rick dormía cuando las dos mujeres entraron sigilosamente y buscaron algo en lo que garabatear una nota. Sin embargo, y a pesar de sus esfuerzos por no hacer ruido, se despertó y entró, adormilado y medio desnudo, en la cocina del minúsculo apartamento.

–Hola. Me preguntaba si ibas a volver.
–Perdona que te hayamos despertado –se disculpó Denise–. Te estaba dejando una nota. Me quedaré en casa de Penelope, ¿vale?
–Tranquila, no pasa nada. De todas formas, mañana trabajo. Además, ella es más guapa que yo.
–Hola, Rick. ¿Qué tal? Cuánto tiempo sin verte.
–Pues sí, P. Últimamente no vas mucho por el bar. Te echamos de menos.
–Y yo a ustedes. Estoy pensando en ir al concurso masculino de leather. ¿Te has apuntado? –Penelope contempló al hombre desnudo que estaba frente a ella. Sabía reconocer el valor estético de un cuerpo bien moldeado, ya fuera femenino o masculino–. Podrías ganar. ¿Has estado haciendo ejercicio?
–Siempre. Ya no soy joven y necesito algo que atraiga a esos jovencitos tan guapos.
–Y yo que siempre había pensado que era el magnetismo de tu personalidad.
–Muy bien. A lo mejor me apunto, pero primero quiero inspeccionar a la competencia. No tengo ganas de que me humillen.
–No tengas miedo por eso –le respondió Denise–. Ojalá pudiera quedarme para verte. Con ese culito tan mono... –Había regresado de recoger sus bolsas y estaba junto a Rick, rodeándole la cintura con un brazo. Él la abrazó.
–Lo mismo digo. Pero me ha alegrado verte. Vuelve pronto, ¿vale? Ya sabes que aquí siempre tienes la puerta abierta.
–Lo sé. Cariño. Lo intentaré. –Se volvió hacia Penelope–. ¿Nos vamos?
–Sí. Cuídate, Rick. Te veo seguro el próximo fin de semana. –Penelope se acercó para darle un abrazo.
–Vale. Cuídate tú también. Denise, cielo, que tengas buen viaje. Y no te metas en líos.

Hubo más abrazos y después se marcharon.

Penelope encendió la luz del pasillo cuando entraron y el piso quedó bañado en una luz tenue.

–Tienes que estar hecha polvo. Para ti ha sido un día muy largo, viajera transatlántica.
–Creo que estoy recobrando las energías, pero si no duermo un poco mañana no habrá quien me mueva.
–Hora de meterse en el sobre. ¿Quieres beber algo?
–Un poco de agua bien fría, por favor. Denise se dirigió al cuarto de baño para cambiarse antes de meterse en la cama, mientras Penelope sacaba un par de vasos del armario.
–¿No prefieres un poco de batido de fresa? –dijo, asomando por el pasillo.
–¡Ay, sí! Hace mucho que no lo tomo.

La morena sonrió mientras preparaba dos vasos altos de la bebida que ambas solían tomar antes de acostarse. Se dirigió al dormitorio y los dejó en las mesillas de noche. En ese momento se dio cuenta de que había asumido que Denise iba a dormir con ella. Quitó las sábanas y las arrojó al cesto, con toda la otra ropa sucia que reclamaba su atención. Acto seguido, se dirigió al armario de la ropa blanca y sacó sábanas limpias. En ese momento se abrió la puerta del cuarto de baño y apareció Denise, vestida con su pijama favorito: una enorme camiseta de la universidad que le había robado a Penelope cuando salían juntas.

–Veo que todavía la tienes –dijo Penelope, tirándole de la manga–. Te voy a tener que dar otra, porque ésta ya está muy gastada.
–Sólo si está tan usada como ésta cuando me la diste.
–Mañana, si quieres, rebusca en el cajón a ver si encuentras una.
–Eres muy amable conmigo.
–Soy una chica amable.
–De eso estoy segura.

Regresaron al dormitorio y empezaron a hacer la cama.

–Yo... eh... –empezó a decir Penelope, torpemente–. Si quieres, puedes dormir aquí y yo me pongo la cama plegable en la otra habitación.

The life in his eyes - PosieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora