XIV

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Josie contempló a Penelope mientras ésta interrumpía el ritmo regular de su zancada. La figura aminoró la marcha hasta terminar caminando, mientras rebuscaba algo en la cintura. Segundos después, la castaña escuchó su voz profunda e inconfundible incluso a través del vacío del teléfono móvil.

–¿Sí? –dijo. El tono era ronco y entrecortado.
–Hola. Soy Josie.
–Josie. –Una breve pausa en la respiración agitada de Penelope–. Hola. Ya no esperaba tener noticias tuyas.

El tono era frío y Josie se sintió triste. Se obligó a sí misma a seguir observando aquella figura aún lejana.

–Lo... lo siento. Otra vez –dijo. Ya no quería proseguir con la conversación y se sentía tonta por haber pensado que era una buena idea–. Te... te he dejado un mensaje –añadió. Era un comentario poco apropiado y quería dar por finalizada la llamada antes de que la desesperación la invadiera por completo.
–¿Cuándo? He esperado casi hasta la una
–Lo siento. Esto ha sido un error. Te
dejo que sigas corriendo –dijo. Su tristeza era más que evidente.

¿Que siga corriendo? Penelope volvió la cabeza, en busca de la melena castaña de Josie. Joder, no parecía una psicópata.

–¿Dónde estás? ¿Cómo sabes dónde estoy yo?

La castaña se dio cuenta entonces de lo que había dicho. ¡Oh, no, ahora pensará que la estoy siguiendo!

–Estoy aquí... Aquí, en la playa. He... he esperado que me llamaras al escuchar el mensaje..., pero no me has llamado y he pensado que... yo sólo... necesitaba salir..., tomar un poco el aire. No sabía que estabas aquí. Yo sólo... te acabo de ver corriendo. Y ya está –dijo. Su voz se fue apagando hasta convertirse en un susurro.

¡Joder, Penelope, para ya! ¡La estás asustando! ¡Tiene de psicópata lo mismo que tú!

–Lo siento, Josie –dijo, en un tono de voz más suave–. No quería insinuar nada. Es que... tuve un pequeño incidente... aquí, el viernes por la noche, después de que, eh, después de que te marcharas y, bueno, creo que me he puesto un poco paranoica. ¿Dónde estás? No te vayas, por favor.

A Josie se le encogió el estómago de alivio al escuchar aquella súplica. A lo mejor no está enfadada...

–Bueno, no quiero interrumpirte.
–No me estás interrumpiendo, de verdad. ¿Dónde estás? –le preguntó. Penelope empezó a trotar por la playa, con la esperanza de que no volviera a suceder lo mismo que la primera vez que la había visto allí. Hazla hablar para que no se marche.
–Estoy un poco más allá de donde estás tú, pasado el puesto del socorrista, cerca del agua.
–Ah, vale. Ya te veo. Voy para allá – dijo, acelerando el paso–. ¿Estabas dibujando?
–Eh, sí.
–Pero esta vez el tema no te ha hecho salir corriendo, ¿no?

Josie detectó la sonrisa en la voz de Penelope.

–No. Los niños no me intimidan tanto.
–¡Ya! Pues yo conozco a un crío de dos años capaz de aterrorizar al más pintado.
–Bueno, a mí me encantan los críos, aunque sean de esa edad tan mala.
–Sí, ya, este que te digo yo se cree el rey del mambo. Pero es una monada de chaval.

Penelope había llegado casi hasta donde estaba Josie y se hallaba lo bastante cerca como para darse cuenta de que estaba nerviosa. Se sintió un poco violenta al colgar y guardar el teléfono en su riñonera. Contempló a Josie, que se había arrodillado para guardar el suyo. Se habían visto hacía muy poco y, sin embargo, la morena se sentía como si estuvieran empezando de cero: la tensión era palpable entre ambas. Penelope se quedó a unos cuantos pasos de distancia, respetando el espacio privado de la chica, aunque lo que más le apetecía era abrazarla y decirle que no tuviera miedo de nada.

The life in his eyes - PosieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora