XXI

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Josie durmió más de doce horas. Cuando por fin consiguió levantarse de la cama, estaba mareada por la falta de comida y de cafeína.

–¿Denise?

Al no escuchar respuesta alguna, se dirigió a la cocina y encontró una nota pegada a la puerta de la nevera.

Josie, cariño:

Espero que hayas descansado bien. He ido a trabajar y volveré a eso de las dos y media de la madrugada.
Los armarios están llenos. Prepárate lo que quieras para comer.
En la nevera hay café y los filtros están sobre la encimera. Hablamos cuando vuelva a casa.

Denise.

Josie hizo café y se preparó el desayuno, aunque era casi medianoche. Se obligó a sí misma a comer y a no pensar ni en el trabajo ni en sus padres. Ni en Penelope. Pero, por mucho que se esforzara, la imagen de la morena aparecía con toda viveza en su mente, sobre todo la mirada triste que tenía en los lavabos la última vez que había visto su hermoso rostro.

Lavó los platos y los dejó en el escurridor. Se sirvió una taza de café caliente y acercó una silla a la ventana de la salita de estar. Abajo, en la calle, seguía habiendo mucho bullicio, a pesar de la hora. Londres no duerme nunca. El jaleo le proporcionó la posibilidad de concentrarse en algo, mientras se preguntaba por la vida de la gente que pasaba e inventaba mentalmente historias para los rostros anónimos que destacaban entre el resto. Muy pronto, sin embargo, se dio cuenta de que los estaba comparando con Penelope, con su andar resuelto, con la manera orgullosa que tenía de mantener la cabeza bien alta, con su sonrisa adorable y espontánea... Y con su mandíbula apretada, con sus ojos de un verde cristalino, inundados de aquella rabia gélida que tanto la había sorprendido.

Josie sacudió la cabeza para ahuyentar la imagen y derramó el café, ya helado, que aún no había tocado. Limpió el desastre y se dirigió al cuarto de baño para deshacer las bolsas. No había sabido muy bien cuánta ropa traer, pues no tenía ni idea del tiempo que iba a necesitar para poner orden en los sentimientos que se amontonaban en su corazón. Así pues, metió ropa informal para una temporadita, ya que sabía muy bien que no tenía intención alguna de disfrutar de la activa vida nocturna de Londres.
No le había resultado muy difícil cogerse un mes de permiso en el trabajo. La producción actual estaba funcionando muy bien y ella ya llevaba muy adelantada la notación de la siguiente.

Sin embargo, la situación con Madame Plante se había vuelto muy tensa desde la visita de su madre y Josie sabía muy bien que pronto tendría que tomar una decisión en lo referente a su futuro en la compañía. Por su carácter, no era una persona agresiva y la tensión le estaba pasando factura. Después de un comienzo muy prometedor, el trabajo había perdido interés para ella y no le apetecía continuar en un entorno tan negativo. Con los ahorros del fondo fiduciario que había recibido al cumplir los veintiún años podía permitirse un descanso bastante largo y, posiblemente, le serviría también para empezar otra cosa, siempre y cuando decidiera qué le gustaría hacer. Había terminado ya las sesiones de terapia y, en la última visita, Joanna le había dicho que marcharse una temporadita le iría muy bien. La terapeuta le había dejado la puerta abierta, pues sabía que pasaría por momentos difíciles, sobre todo en vista de la situación con sus padres. Y luego estaba Penelope, aquella mujer noble y guapísima que había entrado de forma inesperada en su vida y había hecho más de lo que Josie creía posible para recomponer su corazón.

Tras deshacer el equipaje, Josie se preparó una taza de té y, mientras esperaba a que Denise volviera a casa del trabajo, encendió el televisor para que le hiciera un poco de compañía.
Al cabo de un rato, oyó la llave en la cerradura y la pelirroja entró en la salita con una sonrisa para su invitada.

The life in his eyes - PosieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora