Penelope estaba inquieta y nerviosa. Ya hacía varios días que se sentía así, desde que Denise se había marchado, y no encontraba la forma de relajarse. Últimamente, además, el trabajo también le resultaba muy pesado: había tenido más problemas de los que querría, pero ahí sí que no podía permitirse perder la concentración, pues no sólo era su sustento, sino que también era una fuente de orgullo para ella.
Poco después de abandonar una breve carrera en las Fuerzas Aéreas, y tras una relación desastrosa, Penelope había ido un poco a la deriva. Había descubierto que los conocimientos adquiridos en el ejército no eran de gran utilidad en el mundo empresarial. Renunció a sus planes de matricularse en la facultad de Medicina, pues no deseaba asumir las tremendas deudas que eso le habría supuesto, y se concentró en encontrar algo que se convirtiera en una profesión a largo plazo y que, además, supusiera un reto para su mente científica.
Lo encontró bajo la forma de una gran empresa, con sede en Toronto, especializada en la investigación y el desarrollo de implantes quirúrgicos de titanio. Entró con la categoría más baja, pero, después de un año, la incluyeron en el programa de formación avanzada de la empresa y, cuatro años después, le ofrecieron su propio laboratorio filial.La compañía estaba muy satisfecha de su trabajo como directora general y ella pretendía que siguiera siendo así. Recompensaba con una lealtad inquebrantable la fe que habían depositado en ella. Hoy, sin embargo, había sido un día especialmente irritante. Uno de sus técnicos más productivos, que a la vez era uno de los más problemáticos, la estaba fastidiando otra vez, hasta el punto de que Penelope se estaba planteando rescindirle el contrato. Sustituirlo no iba a ser nada fácil, teniendo en cuenta cómo estaba el mercado laboral, y la morena sabía que le iba a tocar cargar con el muerto y hacer muchas horas extra. Por si esos problemas no fueran pocos, la supervisora en la que más confiaba acababa de comunicarle que estaba embarazada y uno de sus mejores clientes había cancelado su cuenta porque se trasladaba fuera del país.
Cuando el día llegó a su fin, Penelope se dio cuenta de que salir a correr no iba a ser suficiente para liberar la tensión acumulada, así que se decantó por el gimnasio. Normalmente hacía ejercicio en casa, pero sentía la necesidad de salir, así que se encaminó al gimnasio femenino, del cual era socia vitalicia. A Penelope la acosaban cada vez que iba, cosa que la ponía de los nervios: se tomaba en serio el ejercicio y no le gustaba que la distrajeran.
–Hola, desaparecida. ¡Me alegro de verte! –La directora del gimnasio extendió el brazo por encima del mostrador de recepción y estrechó la mano de Penelope–. ¿Qué tal?
–Bien, Mike. Últimamente no te veo por el bar. ¿Te has retirado de la vida social?
–Sí, es que he estado muy liada. Tienes buen aspecto, P. ¿Haces ejercicio en casa?
–Gracias. Sí, ya me conoces, me gusta concentrarme, lo cual es difícil si se te acerca una tía cuando estás levantando pesas y te invita a cenar.
–Ya entiendo lo que quieres decir. Puedo evitar que te molesten, ya te lo dije.
–Lo sé, y te agradezco el ofrecimiento. Si tengo problemas esta tarde, te lo haré saber. Bueno, ¿y tú qué tal?
–Bien. Por cierto, gracias por mandarme a aquellas dos niñas. Me irá muy bien la comisión.
–Tranquila. Supongo que han pagado la cuota completa.
–Sí. Parecen muy simpáticas y la morenita ha solicitado la atención personal de servidora. –La mujer fornida sonrió y arqueó las cejas, en una de las cuales lucía un aro de plata.
–Conque atención personal, ¿eh? ¿Y a mí no me toca comisión por habértela enviado? –Penelope le dio una palmada en la espalda y se echó a reír–. Y si terminas liándote con las dos, quiero una sudadera. Una de esas nuevas tan bonitas, ¿de acuerdo?
–Eso está hecho. ¡Mierda, hasta dos te daré!
–Me parece bien. Bueno, tengo que ir a cambiarme y empezar a moverme un poco. Mantén ocupadas y lejos de mí a las más insistentes, ¿vale?
–Haré lo que pueda. Trabaja duro.Cuando Penelope cruzó el amplio espacio abierto, en dirección a los vestuarios, se quitó la gorra de béisbol que llevaba y sacudió su melena oscura. Sus movimientos fueron el blanco de muchas miradas furtivas por parte de las presentes en el gimnasio. Mike sonrió, al mismo tiempo que sacudía la cabeza, con una expresión divertida y llena de envidia a la vez.
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The life in his eyes - Posie
Fanfiction«El amor de verdad no es para los pusilánimes, pues el valor que se necesita para superar su pérdida y volver a amar es más de lo que las personas normales y corrientes pueden soportar.» A Penelope Park no le falta compañía. La hermosa morena despre...