XVIII

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A lo largo de las ocho semanas siguientes, Penelope y Josie pasaron mucho tiempo juntas y, aunque durmieron bastantes veces abrazadas, no habían vuelto a hacer el amor.

Penelope no notó ningún acercamiento en la distancia emocional que marcaba Josie, así que dio marcha atrás y permitió que fuera la castaña quien dictara el ritmo al que debía avanzar la relación. Procuraba estar disponible siempre que Josie la necesitaba y mantuvo su promesa de proporcionarle agradables distracciones.

Fueron a Chaps con Andy y Penelope le presentó a todos sus amigos: entre risas y muestras de afecto, pasaron una memorable velada. Los amigos de la morena, que la conocían lo bastante bien como para darse cuenta del cariño que sentía por Josie –a diferencia de otras mujeres con las cuales la habían visto–, la interrogaron una cuantas veces, pero finalmente la creyeron cuando insistió en que ella y Josie sólo eran amigas. Entre ellos, sin embargo, llegaron a la conclusión de que aquella encantadora joven había calado hondo en el corazón de Penelope que, por lo general, se mostraba estoica.

Hacían largas excursiones en coche por las zonas rurales del norte para disfrutar de los colores del otoño y aprovechaban las muchas horas que pasaban en el automóvil para conocerse mejor. Corrían juntas en una playa ahora desierta y siempre recorrían a toda velocidad el último medio kilómetro, pues ambas disfrutaban de aquella competición amistosa. La que perdía pagaba los banana splits. Josie se quejó medio en broma de que acabaría arruinándose, ya que Penelope siempre ganaba gracias a la velocidad de sus largas piernas, pero la morena la compensaba invitándola a cenar muy a menudo en alguno de los muchos restaurantes que ofrecía la ciudad.

En una ocasión, Penelope incluso llevó a Josie a ver a Milton y a su familia, pues quería que la joven conociera a aquel amigo tan entrañable. Josie y Kym conectaron de inmediato, cosa que no sorprendió a Penelope, dado que ambas tenían personalidades muy similares.

Cuando Milton se llevó a Penelope al jardín de atrás con la excusa de ver cómo iban los bistecs de la barbacoa, le dio su aprobación tácita.

–O sea, que es la mujer de tu vida.
–Sí.
–Se te ve en los ojos. Pensaba que, después de Lila, no volvería a haber nadie.
–Y yo, pero me ha robado el corazón sin que me diera cuenta.
–Así es como tiene que ser. Es la única manera de saber que es de verdad.
–Bueno, ya veremos qué pasa. La pobre ha sufrido mucho.
–No tengas dudas, Peez. Se las ve bien juntas: resulta bastante obvio desde fuera. Dale tiempo y se dará cuenta de lo que significas para ella.
–Eso espero.
–Yo también.
–Gracias, Milton.
–De nada. Quiero que vuelvas a ser feliz. Lo sabes, ¿verdad?
–Sí, lo sé.
Se abrazaron con cariño.

Las dos mujeres estaban cada vez más unidas y hablaban casi cada día por teléfono. Aun así, y por un acuerdo tácito, el futuro nunca era el tema de sus conversaciones. Penelope sabía que estaba enamorada y, si Josie hubiera prestado atención a su corazón, se habría dado cuenta de que la morena se había vuelto tan indispensable para ella como el aire que respiraba. Sin embargo, sus sentimientos aún estaban enturbiados por el dolor y la castaña no se atrevía a hurgar más allá de la superficie, pues en su interior sabía que, cuando su corazón estuviera preparado, si es que llegaba a estarlo, se daría cuenta.

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Klaus hizo girar la silla para que quedara de frente a Josie. Una Penelope con el pelo recién cortado le sonrió.

–¿Qué? ¿Te gusta?

Josie cruzó los brazos sobre el pecho y, frunciendo el entrecejo, apoyó el dedo índice en los labios. Rodeó muy despacio la silla mientras estudiaba el drástico cambio. A espaldas de Penelope, le guiñó el ojo a Klaus y pasó las yemas de los dedos entre el pelo cortísimo de la nuca de su amiga, deleitándose en el escalofrío que experimentó ésta. Se inclinó junto a la oreja de Penelope, que ahora quedaba a la vista, y dijo:

The life in his eyes - PosieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora