XI

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El pecho sube y baja. Los senos se balancean. La cabeza está inclinada hacia atrás, con la boca abierta. La respiración es entrecortada, como si su única función consistiera en proporcionar la energía necesaria a un cuerpo en movimiento constante. El sudor se acumula y forma riachuelos que descienden por el valle de su columna vertebral, mientras cabalga sobre las fuertes caderas, embutidas en un arnés, que empujan una y otra vez. Al aproximarse al orgasmo, contempla a la hermosa mujer que está bajo su cuerpo, su corta melena oscura sobre la almohada, una mirada vidriosa de amor y deseo en sus ojos verde claro...

Josie se sentó de golpe en la cama, con la frente empapada de sudor por la intensidad del sueño. Por un momento, se sintió desorientada: echó un vistazo rápido a su alrededor, hasta que se tranquilizó al reconocer las sombras de su habitación y respiró más despacio.

–¡Jesús!

Se frotó los ojos, para habituarse a la oscuridad, apartó el edredón y se dirigió con paso vacilante al cuarto de baño. Se lavó la cara con agua fría antes de accionar el interruptor de la luz. Se estremeció al secarse, en parte por la intensidad del sueño y en parte porque el piso estaba helado.

Aquél era, con mucho, el sueño más erótico que había tenido desde que Penelope le puso en la mano su tarjeta de visita, ya hacía dos semanas. Dios, estaba guapísima con su abrigo negro. Josie se sentía fatal por no haberla llamado: no sólo porque sabía que era de mala educación, en vista de que el de Penelope había sido un gesto muy sincero, sino también porque había una vocecilla que no dejaba de repetirle que se estaba privando a sí misma de una amistad que podía ser maravillosa. Y necesitaba desesperadamente una amiga. Marsha era muy agradable, pero su vida se reducía al ballet y a buscar novia. Aparte de eso, y por desgracia, la bailarina no tenía gran cosa que ofrecer.

Lo que más la asustaba era la intensidad de la atracción que sentía por aquella desconocida. Pero era la otra mujer quien había dado el primer paso, con lo cual el interés era, al parecer, mutuo. El pensamiento de Josie iba de Vic a Penelope. ¿Debería llamarla? ¿Qué pensaría Vic? Vic ya no está. ¿Qué espera de mí esta mujer? ¿Y cómo lo voy a saber si no la llamo? ¿Estoy traicionando a Vic? Vic está muerta.

Se puso un albornoz grueso y se dejó caer pesadamente sobre el futón, ocultando los pies bajo el cuerpo para protegerlos del frío.

–Vic se preocuparía si supiera que, al margen del trabajo, he dejado de vivir.

El hecho de pronunciar las palabras en voz alta les otorgaba validez y fundamento. Josie las repitió en la habitación vacía, hasta que se dio cuenta de que por fin estaba preparada para dedicarle atención, aunque no mucha, a algo que no fuera la siguiente producción o la muerte de su novia. Contempló el amanecer de un nuevo día a través de la ventana y luego se puso en pie, con repentina determinación. Se dirigió a la cocina para preparar café, mientras decidía llamar a Penelope para ver si aún seguía en pie lo de la cena.

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Todo el mundo se apartaba de Penelope, pues su enfado era obvio y justificado. El técnico que tantos problemas le había causado ya había terminado con su paciencia. Una ausencia no autorizada y el caos absoluto que había dejado sobre su mesa ayudaron a Penelope a tomar la decisión, aunque sabía que quien acabaría pagando el pato sería el laboratorio, pues se acercaban a la época del año en que había más trabajo. Maldijo entre dientes, giró sobre sus talones y se dirigió a recepción hecha una furia.

The life in his eyes - PosieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora