VIII

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El aislamiento impuesto tiene sus ventajas. Penelope curvó las comisuras de los labios, en un gesto de satisfacción, al observar en el espejo los músculos tensos de su cuerpo desnudo. Llevaba toda la semana sin acudir a los sitios que solía frecuentar. En el trabajo había estado lo bastante ocupada como para concentrarse en días que se alargaban hasta bien entrada la tarde. Y cuando anochecía, a última hora del crepúsculo veraniego, abandonaba el laboratorio y se iba a casa para iniciar otra intensa tanda de ejercicio.

No se tarda mucho en volver a tenerlos bien definidos. La imagen del espejo le devolvió una sonrisa. Penelope se puso un sujetador deportivo, unos pantalones cortos y las zapatillas de correr. Empezó a desentumecer los músculos. Durante los últimos seis días, parte del ritual había consistido en no pronunciar ni una sola palabra en voz alta desde que entraba en casa hasta que se marchaba al día siguiente. Ni tele, ni radio, ni teléfono: lo único que acompañaba su respiración era el sonido de una selección de CD, que le llegaba a través de los altavoces del equipo de música, y el ruido metálico de las pesas.
Aquella forma de meditación no le era desconocida. Años atrás, después de Milton y antes de Lila, pasó sola muchos meses por voluntad propia, para descubrir quién era y qué esperaba de la vida.

En aquella época, el accidente de Milton la había turbado, pues era la primera vez que veía la muerte de cerca. Fue entonces cuando descubrió lo poderoso y destructivo que puede ser el amor. Así, tenía que averiguar si estaba preparada para volver a enfrentarse a las consecuencias del amor no correspondido, si por amor valía la pena soportar el martirio que lo acompaña. Tenía muy claro que incluso la forma más pura de amor lleva implícita la capacidad de destrozar un corazón. El amor que Milton sentía por ella había sido puro, pero estuvo a punto de costarle la vida.

Le dio por ir al cine, por patearse el barrio gay y por ir a los bares, donde se quedaba sola, distante e inalcanzable, siempre atenta, observando la interacción entre las parejas y el drama que rodeaba sus vidas. Tuvo la sensación de que nunca había equilibrio. Una siempre amaba más que la otra; una era más posesiva y más celosa, mientras que la otra necesitaba más independencia, más espacio para poder respirar. Su primera conclusión fue que, en su caso, la mejor opción era no implicarse emocionalmente. Y entonces, durante un inocente fin de semana largo en el que se fue de acampada con sus amigas, un hermoso torbellino llamado Lila echó por tierra su decisión, la dejó sin aliento y le hizo olvidar la cuestión del equilibrio.

Penelope añadió más peso a la barra mientras escuchaba a Santana y su increíble dominio de la guitarra. Empezó con series de 21, abajo, arriba, y luego máxima extensión, hasta que empezaba a notar que el bíceps le ardía. Dejó vagar la mente para no pensar en el dolor.

Es sábado y hoy hay otra de esas veladas cursis para cantantes aficionadas. ¿Vale la pena que vaya? Seguramente, Lana estará por ahí, lo cual resultará un poco tenso. Y Alice. A lo mejor hasta se han hecho amiguitas y todo. Qué va, no seas burra. Lana es una chica lista y enseguida caló a Alice. Lástima que empezara a tener expectativas tan pronto, joder.

Penelope hizo una mueca al soltar la pesa y sacudió los músculos cansados. Caminó por la habitación durante unos segundos, recogió de nuevo la barra y empezó con las repeticiones de series verticales. Notó la rabia que se iba acumulando en su interior. Joder, ¿por qué tiene que ser todo tan complicado? Me gustaba, pero ella va y me viene con este rollo. Penelope tiró bruscamente de la barra y expulsó el aire con fuerza entre los dientes apretados. Cuanta más fuerza hacía, más nerviosa se ponía. Los pensamientos se arremolinaban en su mente y le traían recuerdos de cuando se colaba entre clase y clase en la residencia universitaria de Lila, de su primer beso en la víspera de Nochebuena, de la cara que puso Lila cuando Penelope la dejó, de todas las mujeres que pasaron después por su vida, caras borrosas que no recordaba porque no eran la de ella.

The life in his eyes - PosieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora