XVII

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Penelope se despertó sobresaltada y, en la penumbra, necesitó unos cuantos segundos para saber dónde estaba. Según los números de neón que resplandecían en el reloj que había sobre la mesilla, eran las once y media de la noche. Contempló a la mujer que tenía entre sus brazos. Mientras dormía, Josie se había subido prácticamente encima de su compañera de cama: la pierna izquierda descansaba sobre las caderas de Penelope, tenía el brazo izquierdo doblado sobre el cuerpo de la morena, con la mano apoyada en su corazón, y la frente recostada en su mejilla.

Josie no había tenido pesadillas, porque, de lo contrario, Penelope se habría despertado. Cuando había alguien más en la cama, siempre tenía el sueño ligero. Volvió la cabeza y rozó con los labios la sien de Josie, mientras la castaña se estiraba y se desperezaba, restregando su cuerpo contra el de Penelope. La morena sintió una inesperada e intensa oleada de deseo, se movió con brusquedad y despertó a Josie.

–Aún estás aquí –murmuró Josie.
–Sí, aún estoy aquí –dijo Penelope. Jadeó un poco al intentar apaciguar el deseo de su cuerpo.
–He dormido muy bien. Hacía mucho que no dormía así. Gracias por quedarte.
Qué hora es? –se preguntó. Alzó los hombros y se inclinó sobre su compañera de cama para ver el reloj. Acto seguido, miró a Penelope al notar bajo la mano el desbocado latido de su corazón. La morena desvió sus ojos, pues el contacto visual habría puesto de manifiesto su deseo.
Al analizar el comportamiento de Penelope, Josie se dio cuenta de lo que sucedía. –Oh –dijo, mientras contemplaba los dedos extendidos de su mano, apoyada en el pecho de la morena–. No sabía que...
–Josie, yo... –empezó a decir Penelope, pensando que debía pedir disculpas por haber traicionado la amistad que estaban cultivando. En aquellos momentos, Josie no necesitaba más complicaciones–. Yo sólo... Somos amigas, Josie, por encima de todo. Y eso es lo más importante. –Díselo, pero no la asustes–: Sólo quiero que sepas que si algún día estás preparada para...

Josie apoyó los dedos en los suaves labios de Penelope.

–Tienes razón. Todavía no estoy preparada para... nada serio. Yo...
–No pasa nada. Por favor, no pienses que...
–Penelope, por favor, déjame terminar antes de decir nada más. –La morena asintió–. Tengo miedo. Sé que Vic ya no está, pero no sé qué parte de mí se ha llevado. ¿Lo entiendes? –Penelope asintió de nuevo–. Así que no sé si es bastante lo que le puedo ofrecer a otra mujer. Y si no es bastante, no sé si soportaré perder a alguien... otra vez. –Josie apoyó muy despacio la palma de la mano en la mejilla de Penelope y la obligó a mirarla–. Tenía tanto miedo de que salieras corriendo al comprobar que mi vida es un desastre, pero te has comportado como una amiga maravillosa. No sabía si llegaría a decirte esto, pero has sido mi tabla de salvación y, aunque suene egoísta, no quiero perder eso.
–Y no lo perderás –dijo Penelope en un susurro, que a Josie le llegó al corazón. La castaña dejó caer de nuevo la cabeza hasta apoyarla en el hombro de Penelope.
–Gracias –dijo, mientras cogía aire con fuerza–. Ya sé que no quieres que me pase el día pidiendo disculpas, pero te debo una explicación.
–¿De qué?
–Del viernes por la noche. Dios mío, parece que hayan pasado semanas –dijo Josie, con aire pensativo–. Han sucedido tantas cosas desde entonces, he experimentado tanto. –Se produjo un largo silencio mientras Josie reflexionaba sobre el sutil cambio que se había producido en sus sentimientos, un cambio inesperado pero bienvenido. Se sentía más preparada y, por sorprendente que pareciera en vista de los últimos acontecimientos, más tranquila. En su interior algo había cambiado y sabía que, en parte, se lo debía a la mujer que estaba a su lado–. Quería decirte que siento haberme marchado de aquella manera.
–No pasa nada. Ahora lo entiendo.
–No, en serio, quiero explicártelo. Cuando nos... besamos, me sentí tan culpable, como si estuviera traicionando a Vic, que perdí el control. O sea, he conseguido aceptar que está muerta, pero buena parte de lo que yo soy sigue ligada a su recuerdo. Desprenderse de ese recuerdo no es tan fácil. –Notó que el brazo de Penelope le ceñía el cuerpo con suavidad–. Eso no significa... –Josie vaciló, porque conocía y sentía las implicaciones que tenían las palabras que estaba a punto de pronunciar.
–¿No significa qué, cariño?

The life in his eyes - PosieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora