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–¡Apártate, Penelope! –dijo Lizzie, empujándola a un lado e inclinándose junto a la mujer inconsciente. Alice empezó a moverse, mientras gemía y se tocaba la cabeza–. No ha pasado nada. ¿Cuántos dedos ves?

Alice respondió correctamente y se sujetó el estómago.

–Tengo ganas de vomitar.

La portera la levantó a toda prisa, la llevó a un retrete y le apartó el pelo de la cara mientras vomitaba.

–Me parece que tienes una conmoción cerebral, niña.

Penelope apenas se sostenía en pie. La rabia había minado sus fuerzas y, al saber que Alice aparentemente estaba bien, la adrenalina había vuelto a la normalidad. Se inclinó y recogió de la rejilla del desagüe el puntiagudo tacón, arrancado del zapato. Lo sostuvo en la mano y lo contempló.

–He intentado cogerla para que no se cayera, pero he fallado. La he asustado y ha tropezado. Es culpa mía –dijo Penelope. Levantó la cabeza para mirar a Lila. Amy y a Josie, la observaban. Se volvió hacia Josie–. Lamento que hayas tenido que ver esto.

Josie cerró los ojos, dio media vuelta y se alejó de los lavabos.

Lizzie salió del retrete, sujetando a Alice, que se tambaleaba.

–Ni se te ocurra hablar de quién tiene la culpa. Ya hace tiempo que las vengo observando a las dos y creo que puedo decir exactamente lo que ha pasado sin ni siquiera haber estado aquí. Me llevo a ésta a urgencias y cuando vuelva no quiero verte por aquí, Penelope. No aparezcas en unos cuantos días. Pero les voy a decir una cosa a las dos: si a partir de ahora no se mantienen alejadas la una de la otra, las echo. Para siempre. ¿Entendido? Me han dejado un buen desastre que me va a tocar limpiar a mí y estoy cabreada. Abre la puñetera puerta –dijo. La portera cogió a la rubia, la meció como si fuera un crío y se la llevó arriba.

Penelope se apoyó en los lavabos y se sujetó la cabeza con las manos.

–Qué desastre, joder.

Lila se acercó a ella y le puso una mano en el hombro.

–¿Estás bien?
–Sí, estoy bien. Pero Alice no y creo que Jo tampoco –dijo. Se incorporó de golpe–. Tengo que verla.
–Dale unos minutos, ¿vale? Cuéntame lo que ha pasado. ¿Qué es lo que ha dicho Alice para molestarte tanto?
–Cuando estábamos arriba, estaba diciendo las mismas chorradas de siempre, delante de Josie, y quería que se largara porque me estaba cabreando. Pero no se iba, así que la he traído aquí abajo para hablar con ella. Y entonces me ha dicho que fue ella quien le dijo a los padres de Josie que su hija suele venir por aquí.
–¿No sabían que era lesbiana?
–Sí, lo sabían, pero ésa fue la gota que colmó el vaso, creo. Han repudiado a su hija.
–Oh, Dios mío.
–Sí. Y entonces es cuando entraron ustedes. Estoy segura de que Josie cree que soy una especie de animal o algo así. No sabe que fue Alice quien se lo dijo a sus padres. Tengo que ir a buscarla.
–Venga, vamos.

Se abrieron paso entre la gente y subieron al piso de arriba, pero el bolso y el abrigo de Josie habían desaparecido. Penelope se dirigió a la mujer que había ocupado el puesto de Lizzie en la puerta. Le dijo que la portera ya se había ido al hospital y que ella acababa de llamar un taxi para la castaña que había estado en la mesa de Penelope.

–¡Mierda, Lila! ¡Se ha ido!

Las tres mujeres recogieron sus cosas y abandonaron el bar.

–Chicas, siento todo lo que ha pasado –dijo Penelope, con una expresión abatida, mientras se pasaba la mano por el pelo–. Me voy a casa de Josie a ver qué pasa y luego me iré al hospital para ver si Alice está bien. Lamento haber estropeado la noche.

The life in his eyes - PosieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora