No sé explicar cómo pero estoy devuelta en aquel lugar, removiéndome contra mis agresores. Me rompieron toda la ropa y me zamarrean para que me quede quieta mientras me golpean la cabeza contra el suelo. Por más que lo intente, no puedo soltarme. Siento cómo todas las fuerzas que alguna vez tuve para resistir, se marchan de mi cuerpo. ¿Sabes? Esta no es una situación agradable, a ninguna persona deberían faltarle el respeto de esta forma. Me siento humillada.
Ya mordí.
Ya rasguñé.
Ya arranqué mechones de pelo.
Todo eso solo sirve para que me golpeen más fuerte, así que ahora estoy más indefensa, entre confundida y adolorida. Las lágrimas no dejan de brotar por mis ojos, pero no son de miedo, son de impotencia por no poder hacer nada para defenderme. Me duplican en número y en fuerza. Estas iban a ser nuestras bonitas vacaciones ¿No?
Mi mente se bloquea como si se estuviera protegiendo ella misma. No me van a soltar por más empeño que ponga, así que no tengo más remedio que resistir hasta que todo acabe.
—Así me gusta, quédate quieta muñeca —me susurra uno de ellos acercando su cuchillo a mi mejilla realizándome un corte. De la herida comienza a brotar sangre que me moja la cara y el cuello a medida que sigue su camino dirigida por la gravedad. Vuelve a cortarme, y luego otra vez, y otra, y otra más por todo el cuerpo. La sangre humedece los jirones de ropa que aun me visten. Cierro con fuerza los ojos para intentar soportar el dolor, hasta que me duele demasiado hacerlo, entonces los abro.
Iago está pegado a mi echándome agua con una botella pequeña. Lo empujo de mi lado casi por instinto con un fuerte grito. Me llevo las manos allí donde aquellos sujetos me hicieron las perforaciones.
—Tranquila, solo fue una pesadilla —me intenta calmar mientras miro hacia todos lados en busca de mi agresor—. Sospeché que sucedería esto.
—¿Qué cosa Iago? ¿Lo del secuestro? ¿O lo de que me salvarías cual príncipe azul? —le digo casi al borde de la histeria notando que además de la cara, parece que me he mojado allí abajo del terror que estaba viviendo. Había sido tan real. Me acomodo como puedo para que Iago no lo note.
—No, eso no. El primer hombre que maté... era una basura... —comienza.
—¡El otro también! ¡Intentó violarme! —estoy hecha una furia. Se me vino la imagen de aquel sujeto eunuco.
—Sí, lo sé, ¿Qué más sabes? ¿Qué querían? —me pregunta en tono alarmado y por primera vez, también un poco vacilante.
—¿Además de violarme? —estoy aterrorizada—. No te lo diré si no me dices qué es lo que sucede.
—Bien —comienza mientras se remueve el pelo, cosa que me parece que hace cuando pierde la paciencia—. Como ya te expliqué, este lugar tiene sus propias reglas, y de una u otra forma el asesinato parece ser culpado —hace comillas con los dedos para acompañar la última palabra—. Al igual que sucedió con la chica del campamento, cuando se mata a algún inocente, todos caen. Es como si nos desmayáramos todos a la vez, y siempre hay alguno que no vuelve a la vida luego de ese desvanecimiento. Ese es el gran riesgo que se corre, que no se sabe si el próximo puedes ser tú.
—Espera, vas muy rápido —lo detengo ¿De eso estaban hablando en el campamento cuando escuché a escondidas?—. ¿Quiénes se desmayan?
—Todos en este maldito lugar. Con el tiempo aprendí a controlar esto de los desmayos y puedo despertarme antes que los demás utilizando la propia conciencia. Pero es muy riesgoso caer desmayado, porque puede ser que algún día no despiertes.
¿Cuántos asesinatos habrá presenciado o vivido Iago para aprender algo así? Siento que hay cosas que no me cuadran.
—Entonces... ¿Dices que el asqueroso que intentó violarme no es culpable?
—No lo sabía hasta ahora. Nunca pensé que tener un retraso mental te exceptúe de la regla, no lo sé todo sobre este lugar —lo hace sonar como una disculpa, pero es imposible tomarlo como tal.
—Bueno, debo decirte algo... gracias por salvarme.
—Estaba esperando que lo digas.
—Alto ahí, eres un imbécil, para ser sincera, preferiría no haber despertado.
—No sabes lo que dices... y de nada, sin mi ahora estarías muerta, así que no deberías haberte alejado demasiado. También deberías agradecerme que decidiera salir a buscarte.
—Muy bien, gracias —le vuelvo a decir. Quizás no me alcance la vida para agradecerle lo que hizo por mi, pero no alimentaré su ego.
—¿Y cómo es eso de que se muere otra persona? ¿Qué clase de regla estúpida es esa?
—No mueren, no sienten nada. Directamente no despiertan —dice como si eso cambiara algo. En mi mundo eso se llama morir, pienso, pero no lo digo—. Mi amigo, del que anteriormente te conté, esparció el rumor de que cuando alguien muere en ese tipo de condición hay que buscar su cuerpo y quemarlo, si no su miedo más terrible se apodera de este lugar —explica con un sentido dramático.
—Ja —es lo único que atino a decir.
—Entonces, Luana... ¿Qué querían esos dos sinvergüenzas? —pregunta cambiando de tema como si la bomba que acaba de tirar no me estuviese quemando las manos. ¿Debería contarle todo?
—Secuestrarme —no quiero confesarle la verdad, tengo miedo de cómo pueda actuar.
—No, Lincon no actuaría simplemente porque tienes una cara bonita —en las novelas que yo leo, cuando el personaje masculino le dice algo de ese estilo a la protagonista, lo más usual sería que ella se ruborice, más si se venía jugando a una especie de príncipe azul, pero a mi me sucede todo lo contrario, a veces las novelas no reflejan la realidad—. No trates de engañarme, podría haber estado escuchando y no te habrías dado cuenta, pero como ves, te estoy dando la oportunidad de hablar —está visiblemente irritado ¿Y si escuchó todo?
—Me estás queriendo manipular. Eso no es cierto, sino me hubieras salvado antes y no te habrías arriesgado a que pueda contar todo.
—¿Contar todo? Habla ya, prometiste que lo harías.
—Si lo que realmente quieres saber es si les conté todo... —realizo una pausa—. Sí lo hice.
—¿¡Que hiciste qué!? —me pregunta entre alarmado, enojado e histérico.
—Les conté todo —vuelvo a repetir—. No sé qué querías que hiciera.
Comienza a tomarse el pelo mientras camina de un lado hacia el otro y para solo para echarme alguna mirada.
—Dime que no había alguien más —me pide.
—No había alguien más —repito. Parece que todos sus músculos se relajan de un segundo para el otro y se desploma voluntariamente en el suelo mientras se acomoda en la hierba—. Ahora te digo la verdad —vuelve a alarmarse y sus ojos se abren de par en par.
—¿Qué? Luana deja de bromear, esto es algo serio.
—Había otra chica con ellos —pienso—. Creo que la llamaron Lena, o algo así.
—Sí, Lena —repite. Empieza a juntar todas nuestras pertenencias apresuradamente.
—¿Qué haces? ¿No piensas matarla, no? Ella me ayudó. No creo que su lealtad sea verdadera.
—No lo sé, lo dudo, no la he conocido demasiado. Reza porque haya sido ella la que murió al azar o que se haya perdido. Me imagino que tiene toda la información que te encargaste de contarle a los otros dos mugrosos. Debemos marcharnos ahora mismo.
—Oye... creo que es justo que lo sepas, pero también he contado todo sobre tu amigo.
Ni cuando lo vi torturar a aquel sujeto tuvo esta cara. Me mira descomunalmente.
—Si le llega a pasar algo a mi amigo por tu culpa, me aseguraré de buscar a los tuyos y cortarlos uno a uno en pedacitos mientras tú miras. Y luego serás la siguiente en la lista —dice contundentemente.
Estoy aterrorizada y deseándole la muerte a Lena en mi interior. Es ella con el estúpido mensaje o mis amigos. Mis amigos, o ella, con el mensaje que yo develé.
—Por cierto Iago... creo que también te estaban buscando a ti.

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Límite
Mystery / ThrillerLuana, Leon y Rachel por fin van a irse de viaje para festejar que terminaron la escuela de una vez por todas. Lo que no saben es que un destino fatal los está esperando. Se encontrarán en un lugar desconocido, espeluznante y muy particular. Encontr...