LEON 11

197 43 16
                                    

Esto parece un chiste demasiado gracioso, pero no uno de esos que alguien cuenta y toda la ronda de amigos se ríen, esto es como cuando se ríen de vos, no con vos. No entiendo muy bien por qué, pero a cada rato caemos tendidos, como desmayados.

Comienzo a abrir mis ojos y doy un grito del susto. Grisel también está al lado mío despertándose. No puedo dar crédito a lo que veo. Si uno intenta reducir el sentido de la visión, podría decir que se ve en seis partes: lo de adelante, lo de atrás, a la izquierda, derecha, arriba y abajo...

Estoy tan ensimismado y asustado con mi visión del panorama que no noto que Grisel se ha incorporado a mi lado y está tan anonadada como yo.

De repente, parece que todos mis otros sentidos se activan. Siento frío, y un viento que sopla con entusiasmo aquí arriba. Sí... aquí arriba. A la izquierda, se ve un precipicio de cien metros aproximadamente. A la derecha, lo mismo. Me acuclillo por miedo a que de repente el viento sople demasiado fuerte y termine volando. Es lo último que necesito.

Detrás hay una escalera que parece ser el camino de ascenso hasta aquí arriba. Se la ve oxidada y desvencijada. En este momento parece como si estuviera viendo todo por capas, de lo más cercano a lo más lejano, pero una vista rápida más allá me revela lo mismo que Grisel acaba de acotar. Eso, y la pregunta que también me estoy haciendo.

—Leon, esto parece ser un parque de diversiones abandonado, ¿cómo carajos llegamos aquí arriba? —puedo ver sus ojos llorosos, casi al borde de la desesperación. Me siento de la misma manera, pero ya no confío en este lugar. No entiendo que pasa, pero ya prometí que jugaría, no me dejaré vencer.

Delante hay un tobogán inmenso, nunca había visto uno tan grande, ni siquiera por internet. Es enorme y tiene cuatro divisiones para que varias personas se arrojen al mismo tiempo. También parece que el tiempo hizo sus estragos en él porque se lo ve bastante oxidado. Antaño parecía haber llevado los colores del sol y el celeste de un cielo despejado.

Desde aquí arriba no se puede ver dónde termina el destartalado tobogán, ni loco confiaré en poner un poco de mi peso sobre él.

Cuando miro hacia abajo, solo diviso árboles tapando casi todo el predio, lo único que se ve, son las vías para los carros de una ¿montaña rusa? Aun más inmensa que el tobogán ¿Qué es esto? ¿El parque de diversiones del terror? ¿Cómo llegamos hasta aquí arriba? No recuerdo nada luego de haber quedado tendido. ¿Llegamos por nuestros propios medios?

—Grisel... —comienzo a hablarle—. ¿Qué recuerdas? ¿Cómo llegamos aquí?

—No lo sé Leon... dímelo tú —justo la respuesta que estaba esperando. No obstante, no puedo ocultar mi cara de decepción.

—Yo tampoco sé nada —es lo único que puedo decirle.

Miro con más detenimiento el tobogán, todavía no me decido por cuál es la mejor manera de morir: bajar por allí o por la escalera. Parece haber sido acuático en su pasado, ¿Hace cuánto tiempo que esto está en ruinas? ¿Y cómo hay un parque de diversiones en este lugar? Entonces... ¿No estamos en el medio de la nada?

—No me voy a tirar por ahí ni loca. No me está gustando lo que veo, ni lo que sucede, no soporto más Leon, quiero estar en casa —inesperadamente se lanza a mis brazos. No me agradan mucho los abrazos, pero hago lo que puedo para reconfortarla, espero que unas palmaditas en la espalda sean lo correcto.

—Mientras no te arrojes por los costados, todo irá bien —me doy cuenta del morbo que posee lo que acabo de decir: todo irá bien. Vuelvo a prometer algo sin saber qué podría suceder. No me gustan el tipo de promesas que luego se rompen.

—Leon, no sé cómo llegamos aquí, pero quiero tocar tierra de nuevo, no es como que le tenga fobia a las alturas, pero no me gustaría ser la hoja que el viento sopla y tira del gran árbol con facilidad. Me siento extraña, como si no fuera yo.

LímiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora