LUANA 8

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—¡Luana! ¡Luana! —escucho los gritos de Leon llamándome. Quiero responderle que aquí estoy, pero no me sale la voz. Sus gritos cada vez se van apagando más y se hacen menos audibles.

Iago me despierta con leves susurros y me sobresalto. Siento como si hubiera dormido una eternidad.

—Vamos, levántate —me apremia—. Ya es de noche y nos hemos quedado dormidos —la escotilla está semi abierta dejando entrar un poco de luz lunar.

Iago rebusca entre sus pertenencias y saca dos cinturones. Me da uno. Me lo pongo. Acto seguido me tiende un cuchillo y un arma por el mango.

—Solo por las dudas —me aclara—. ¿Sabes utilizarla?

—Claro que no —le respondo con gracia—. ¿Quién crees que soy?

—Ok. Con el cuchillo, para causar daños letales corta en las arterias —me explica mientras se señala las partes del cuerpo. Lo observo anonadada—. Con el arma, quita el seguro y dispara. Agárrala con las dos manos o el retroceso te lastimará.

—¿Esa es toda la lección? —digo sarcásticamente.

—Solo por si acaso.

No pienso utilizar alguna de las dos armas de ninguna manera. Aunque a decir verdad, tenerlas me dan un poco de seguridad. Ubico el cuchillo en la parte delantera del cinturón y la pistola, con sumo cuidado en la parte baja de mi espalda, como he visto que la utilizan los sheriffs en las series.

—¿Por qué simplemente no nos limitamos a buscar el rastro del autobús?

—Porque de esa forma terminaríamos muertos. No sabrías reconocer a tus amigos. Si vas a buscarlos por tu cuenta no tendrás alimento ni bebida porque no dejaré que te lleves mis reservas, y menos mis armas. Y por cierto, ya me has adelantado que no sabes cazar así que simplemente morirías...

—¿Qué es lo que quieres de mi? —pregunto confundida.

—Nada. Solo puedes ayudarme a encontrar a mi amigo, él ya habrá averiguado la forma de salir de aquí. Tú también necesitas a tus amigos así que... mientras más rápido colabores conmigo, más rápido colaboraré contigo.

—Así que soy una especie de prisionera voluntaria —digo aventurando la última palabra—. Qué linda sociedad.

—No deberías interpretarlo así... ambos nos necesitamos y también tenemos que confiar el uno en el otro, sino no funcionará, no puedo dormir pensando en que alguien me apuñalará por la espalda.

—¿Dormir?, pensé que ya lo habíamos hecho, y la ciudad está cerca de aquí según has dicho.

—Pequeño detalle —dice mientras se coloca su ya preparada mochila al hombro y me da la otra a mi.

—¿Y el discursito de que tenemos que confiar en nosotros? ¿Cómo pretendes que te crea si me estás mintiendo constantemente?

—A partir de ahora no más mentiras. Promesa de dedo menique.

—¿Qué?

—Así, mira —se acerca a mi extendiendo su dedo menique, toma mi mano y me pone el dedo en la misma posición, luego los entrelaza—. Promesa —repite.

—Qué estupidez —digo apartándome.

La mochila no pesa demasiado. Realmente no se qué me habrá tocado en la repartija, luego lo revisaré. Iago parece totalmente convencido a ocultarme cosas y eso no me agrada para nada.

LímiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora